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La Medina de Marrakech, la plaza de Malpaís en la costa del Pacífico de Costa Rica, la ciudad iraní de Isfasan, la región de Gales del Sur, el oasis egipcio de Siwa… Entre tanta maravilla arquitectónica y natural, dos lugares han resultado significativos por los lectores más viajeros de The New York Times y nos invitan a apuntarlos en nuestra lista de deseos para el año que acabamos de estrenar. Esto es lo que destacan de ellos.
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EL CAMINO DE SANTIAGO
Hasta cuatro veces ha recorrido Sam Michaux, escritor de Minnesota, el Camino de Santiago junto a su abuelo, de 80 años. Este creyente; el nieto, escéptico. Lo más valioso para ellos ha sido la experiencia de compartir su historia familiar, pero también de observar en el trayecto los cambios graduales de lo rural a lo urbano, de recordar a sus seres queridos o la oportunidad de reflexionar y repensar la vida a lo largo de cientos de kilómetros. El año jacobeo, por las circunstancias, se extiende este año a 2022, y será una ocasión especial, que no vivíamos desde hace 11 años, para emprender alguno de los diferentes Caminos que recorren nuestra geografía –Francés, Portugués, el de la Costa, Primitivo, Inglés…– y tienen como meta la tumba del Apóstol en la capital compostelana.
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CÓRDOBA
La magia de esta antigua ciudad es que «puedes tocar su historia». Lo dice Fernando Moreno, director de una empresa de marketing, que cuenta en The New York Times que se dio cuenta de la singularidad de la ciudad en la que nació cuando viajó a Jerusalén y degustando un puré de garbanzos (hummus), reconoció las técnicas del salmorejo, el típico plato cordobés, a base de ajo, tomate y pan.
Como en la ciudad de Oriente Medio, la magia de Córdoba es esa coexistencia de las tres culturas: árabe, judía y cristiana, pero además su valioso Patrimonio Mundial de la Unesco: la Mezquita-Catedral, el Centro Histórico, pero también los Patios y la ciudad califal de Medina Azahara. Más allá de sus hermosos edificios, hechizan sus estrechas calles en primavera, que huelen a jazmín y azahar, cuando los residentes de la ciudad abren unos días los patios interiores de sus casas «revelando intrincados jardines y destellos íntimos de su vida privada».
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