Refugio de las caravanas que abastecían el valle del Nilo, media docena de oasis, cual espejismo, se pueden ir enlazando a través de la inmensidad del Desierto Occidental de Egipto. El de Kharga, el más meridional, grande y poblado de todos, queda aproximadamente a la altura de Luxor, aunque muy lejos del legado faraónico a la vera del padre de los ríos. Y sobresale por su templo de Hibis o los centenares de capillas de la necrópolis de Al Bagawat decoradas con pinturas cristianas.
A unas tres horas por el gran bucle que traza la carretera que atraviesa el Desierto Occidental asoma, entre palmeras, el siguiente oasis, Dakhla, a los pies de unos impresionantes acantilados, con sus restos romanos, mamelucos y otomanos, y sus beduinos de aspecto bíblico tratando de mantener a raya el avance de la arena hacia sus cultivos.
Más arriba, el espectáculo continúa por el más aislado de Farafra, famoso por sus manantiales curativos, y luego por el de Bahariya. Pero antes de llegar a este se descubren las espectaculares formaciones calizas del tramo conocido como el Desierto Blanco. Se trata de unas rarezas geológicas del color de la tiza modeladas a capricho por la erosión de los siglos. Unas con forma de champiñones gigantes, otras de conos de helado no menos descomunal o parecidas a los animales más diversos, su estampa onírica se yergue sobre una llanura lunar que hace millones de años ocupó el lecho del océano.
Los todoterreno de los safaris que recorren el parque nacional trepan por las altísimas dunas de este desierto, que los más osados se atreven a surfear sobre una tabla o a rodear en bici bajo un sol de justicia. También, por las costras volcánicas del vecino Desierto Negro y los destellos del cuarzo de la Montaña de Cristal. Pero ninguna impresión supera a la de contemplar al atardecer estas níveas esculturas naturales para verlas teñirse de los tonos más increíbles, o despertarse al alba rodeados por ellas y tener que pellizcarse para estar seguro de que uno no está soñando.
El oasis de Bahariya, ya muy cerca, saltó a las portadas hace justo dos décadas al anunciarse a bombo y platillo el descubrimiento de una necrópolis de la época grecorromana con cerca de 10.000 momias en un estado de conservación excepcional. Algunas se exhiben en el museo del poblado de Al-Bawiti, donde también descender a las tumbas de Bannentiu o Zed Amun Iuf Ankh para quedarse boquiabierto ante su fabulosa decoración polícroma.
Más allá, todavía es posible internarse otros 400 kilómetros Sáhara adentro para ver entre las construcciones de adobe del oasis de Siwa recompensas de la talla de su templo a Amón. De no llegar habrá de virar en Bahariya rumbo a El Cairo, sin perderse en el camino el oasis, ya muy cercano a la capital, de Al Fayoum, con unos lagos a pie de duna capaces de arrancarle un cerco de verdor a tanta aridez, o los esqueletos de las ballenas que en tiempos prehistóricos nadaban por aquí y hoy reposan fosilizadas entre los pedregales.
GUÍA PRÁCTICA
CÓMO LLEGAR AL DESIERTO OCCIDENTAL
Para entrar a Egipto, se precisa que el pasaporte tenga un mínimo de seis meses de vigencia y contar con un visado, que puede tramitarse en el aeropuerto de llegada o con antelación a través de visa2egypt.gov.eg.
Tierra Sinaí (tierrasinai.com) y Cultura Africana (culturafricana.com) son dos de los mayoristas con salidas regulares al Desierto Occidental. De no formar parte de un viaje organizado, lo más sensato es volar hasta El Cairo (a partir unos 400 €, desde Madrid y Barcelona con EgyptAir) y luego moverse en todoterreno de la mano de buenos conocedores del terreno, como la agencia local Western Desert Tours (westerndeserttours.com). A través de los hoteles de la zona suele ser también sencillo contratar excursiones privadas a la medida.
DÓNDE DORMIR
En Dakhla, aislado sobre una colina con vistas al fantasmal pueblo de Al Qasr, el hotelito ecológico Desert Lodge (desertlodge.net) respeta la arquitectura tradicional de adobe de los oasis. Otra buena opción allí es el cuatro estrellas Badawiya Hotel (badawiya.com), cuyos propietarios cuentan con otro establecimiento a la entrada del oasis de Farafra. Gran elección, en el de Siwa, el hotel Adrère Amellal (adrereamellal.net), con mucho encanto y a orillas de uno de sus lagos. Acampar junto a un fuego beduino para hacer noche directamente bajo las estrellas es otro de los platos fuertes del Desierto Occidental.
DÓNDE COMER
Los mejores restaurantes suelen estar en los mejores hoteles, aunque fuera de ellos siempre habrá algún local sencillo y familiar en el que recuperar fuerzas –como el Abdu o el Tanta Waa, en el oasis de Siwa, o el Twist, en el poblado de Al-Bawiti del oasis de Bahariya–, así como la posibilidad de disfrutar un pícnic al aire libre, preparado por el hotel o por la agencia con la que se haya contratado la excursión.
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