A la sombra de sus castillos, encerradas entre murallas, coronando las montañas más altas y algunas coronadas como Patrimonio de la Humanidad. Cada una de ellas invita a volver la vista atrás, porque su pasado sigue muy presente.
CASTELO DE VIDE
El Alentejo depara sorpresas mayúsculas como este pueblo con una importante judería. sus callejuelas en cuesta y empedradas, sus puertas ojivales llenas de símbolos hebraicos y su sinagoga musealizada. En él, vale la pena hacer la ruta de las fuentes, porque las hay de todas las épocas, formas y materiales y la de la sierra de São Paulo, que corona la preciosa ermita de Nossa Senhora da Penha.
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SORTELHA
La ruta de las aldeas históricas portuguesas tiene una de sus paradas en este pequeño pueblo plantado en un macizo granítico junto a la serra de Opa. En su caserío, como un anfiteatro, entre el cinturón de murallas y el castillo, encontramos diseminadas casas señoriales, iglesias y capillas.
ELVAS
Como pueblo de frontera, expuesto durante siglos a sucesivas batallas y tratados de paz, Elvas guarda de su pasado un poderoso sistema defensivo que le han valido su declaración como Patrimonio de la Humanidad. Su praça Forte, del siglo XVII, está flanqueada por la antigua casa consistorial y por la antigua catedral (Sé). Otras construcciones de interés son el acueducto da Amoreira, los fuertes da Graça y de Santa Luzia, el castillo de Branbacena y una veintena de iglesias.
ÓBIDOS
Esta antigua ciudad fortificada que domina un inmenso paisaje de lomas y a lo lejos el mar es uno de los rincones más evocadores de la Estremadura portuguesa. En torno a la plaza de Santa María, sus murallas protectoras, su castillo medieval, sus casas blancas y calles estrechas y sinuosas que se prolongan con escaleras, arcos, pasadizos y puertas ojivales, evocan el ambiente de antaño.
MARVAO
Sobre una de las cumbres del Parque Natural de la Sierra de São Mamede y junto a la frontera, Marvao es una villa medieval que requiere su esfuerzo, pues para llegar hasta ella hay que trepar por las curvas que nacen a sus pies. Una vez arriba, se descubre un pueblo blanco, empedrado e irregular protegido por una gruesa línea de murallas oscuras perfectamente integradas en el paisaje y en cuyas esquinas se abren baluartes, matacanes y garitas.
TRANCOSO
Una clase de historia en piedra. Es lo que ofrece esta aldea histórica portuguesa que surge imponente a la sombra de su castillo, con 15 torres que protegían la frontera. Su centro histórico, rodeado de murallas, está hecho para pasear por el sinuoso trazado de las calles de su judería y entender in situ porqué fue una de las principales villas de Portugal en la Edad Media.
MONSANTO
Dicen de él que es el pueblo más portugués de Portugal y aunque el título esté bastante disputado, lo que sí resulta es de lo más curioso. En lo alto de un cerro y coronado por un castillo medieval, su laberíntico trazado urbano se encaja entre enormes bolos de granito, que en ocasiones sirven de techo a sus casas, delimitan calles y obligan a retroceder para evitar los insalvables obstáculos. Todos los caminos llevan hasta la fortaleza, que guarda dentro de su muralla la iglesia de Santa María y domina la llanura desde las alturas. Antes de llegar, las ruinas de la capilla de San Juan y San Miguel, con sus sepulturas excavadas en la roca, invitan a una parada para coger fuerzas y seguir trepando.
MONSARAZ
A un paso de la frontera con España, Monsaraz se intuye desde lejos, situada como está a un altozano desde el que vigila el valle del Guadiana y rodeada de oscuras murallas. A un lado de la ciudadela se alza el campanario de la puerta de la Villa, y a otro, la torre del homenaje del castillo medieval. Un tierno camino de olivos y alcornoques conduce al caserío. Entre las praderas que baña el río hay dólmenes megalíticos y menhires levantados hace cinco milenios. Dos de sus visitas obligadas son la iglesia de Nuestra Señora de Lagoa y la de Misericórdia.
ESTREMOZ
De las canteras de esta ciudad de mármol han salido muchas de las fuentes y monumentos que decoran las villas cercanas, y hasta los adoquines que las enlosan, pero Estremoz también es una agradable población ceñida por murallas y dominada por la silueta de su castillo medieval. Desde su torre das tres Coroas se admira como en ningún otro lugar el horizonte alentejano, pero para entretenerse también, su conjunto de iglesias y capillas, sus dos museos etnográficos y numerosas casas de estilo manuelino.
SILVES
Nada tiene que ver el ritmo de vida en Silves con la zona costera del Algarve, la región en la que se ubica. Inmerso en un paisaje rural entre naranjos, su icónico castillo, en la cima de una colina y sobre las aguas del río Arade, da cuenta de su trascendencia historia. La fortaleza es el mejor ejemplo de arquitectura militar islámica de todo Portugal, además de ser la más grande e importante del Algarve, desde cuyas almenas se contempla una bonita panorámica de la villa y del valle.