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RÍAS BAIXAS

Recorriendo la insospechada península del Morrazo

Frente a las magnéticas islas Cíes, esta península de las Rías Baixas nos sumerge en inesperados valles, pueblos marineros escondidos en ensenadas, verdes montes y playas salvajes. Es una de las comarcas menos conocidas en Galicia y nos ha cautivado porque conjuga naturaleza, historia, senderismo, vistas y, además, se come muy bien.


Actualizado 12 de junio de 2020 - 20:22 CEST

Estupendos miradores, como el Balcón del Rei en el Monte Carrasco, nos muestran las cautivadoras panorámicas de uno de los pedacitos más sorprendentes de Galicia, el de la península del Morrazo. Este pequeño paraíso de la provincia de Pontevedra está cercado por las rías de Vigo y Pontevedra y por las islas Cíes y Ons, integradas en el Parque Nacional de las Islas Atlánticas. En sus 40 kilómetros de longitud posee nada menos que 38 playas, uno de los territorios con mayor número de ellas por metro cuadrado de España.

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Monte Facho, con otras vistas privilegiadas de la península del Morrazo.

Acceder a El Morrazo desde Vigo cruzando el puente de Rande ya vaticina un recorrido memorable. Una vez en ella, podemos bañarnos en sus maravillosas playas, hacer senderismo, degustar la gastronomía de la tierra y explorar los municipios de Moaña, Cangas, Bueu y Marín. Nuestra primera parada es la Poza da Moura, también conocida como «el jacuzzi natural de las Rías Baixas», que nos deja entrever Vigo y su ría tras frondosos árboles. Cangas es la capital histórica y uno de los lugares con más vida, especialmente en el paseo marítimo de Rodeira y en el centro histórico, con apetecibles restaurantes como Artemar (conservasartemar.es).

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Cangas, la capital de la península de Morrazo.

Si a 15 minutos en coche, el robledal de Coiro es uno de los bosques autóctonos más importantes de la costa sur de Galicia, declarado Espacio Natural Protegido por su valor ecológico y paisajístico; a las afueras de Cangas es el mirador de San Roque del Monte, junto a la ermita del mismo nombre, el que nos anima a otra parada por sus vistas hacia el pueblo y la ría.

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Pinares en la Costa da Vela.

Siguiendo nuestro itinerario hasta el punto más occidental, llegamos a Cabo Home donde se inicia la Costa da Vela, con espectaculares playas que huelen a eucalipto. Las primeras que encontraremos son Nerga, Viñó y Barra, esta última una de las primeras playas nudistas de Galicia, resguardada por un bosque de pinos. Contiguas y salvajes, sobresalen por su perfecta arena dorada y sus aguas de infinitos azules. Custodiada por los bonitos faros de punta Subrido y de punta Robaleira, les sigue la recóndita Melide, otra maravilla con vistas a las islas Cíes, cuyas impolutas aguas de azules indefinidos podrían ser caribeñas si obviarámos su gélida temperatura y la vegetación atlántica que la rodea.

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Playa de Melide, una maravilla natural con vistas a las islas Cíes.

El faro de Cabo Home es el tercero de la zona, donde, muy cerca, podremos abstraernos con atardeceres sobre el mar infinito desde La Caracola, una escultura del artista local Lito Portela. Subiendo por la Costa da Vela, nos dirigimos después al mirador del Monte de O Facho, con otras vistas privilegiadas de la península del Morrazo.

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El bonito faro de Robaleira.

Diez minutos en coche es lo que se tarda en llegar a la iglesia románica de Santo André do Hío, del siglo XII, que destaca por su sublime sencillez. Aunque si hay algo realmente extraordinario en este pueblecito que otea el mar es el cruceiro que se levanta frente a ella, uno de los más importantes de Galicia, tallado en una sola pieza en 1872.

Muy cerquita queda Aldán y su ría, un lugar estupendo para practicar kayak, para admirar la ensenada que se extiende majestuosa ante nosotros y también para comer en Conde Aldán (acasadealdan.com), una antigua fábrica de salazón a orillas del mar donde probar la mejor gastronomía gallega. Para pasear, a la salida aguarda el Bosque Encantado, que acoge el pequeño castillo de Frendoal, propiedad de los condes de Canalejas, cubierto por vegetación y sobre el que circulan todo tipo de leyendas.

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Restaurante Conde Aldán, una antigua fábrica de salazón a orillas del mar.

Continuamos nuestro recorrido con el mar como eterno compañero, deteniéndonos en playas solitarias como la de Menduiña, hasta llegar al cabo Udra, que marca el final de la bahía de Aldán, un enclave histórico por su situación estratégica perfilado por la ría de Aldán y por la de Pontevedra. Del cabo parte el Sendero Azul que nos llevará a disfrutar de vistas explosivas, caminos entre ensenadas y baños fabulosos en playas como la pequeña de Pedrón, Mourisca y playa Tulla, un auténtico paraíso virgen.

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Playa Tulla, un auténtico paraíso virgen.

De Bueu –el lugar del que parten los barcos a la isla de Ons– y su playa de Agrelo, que se extiende a la de Portomaior, gusta su carácter marinero. Más adelante también merece la pena darse un chapuzón en la playa de Lapamán, a la que se accede mediante unas escaleras.

Marín, a diez minutos de Pontevedra, es conocida por la Escuela Naval Militar, que está frente a la Isla de Tambo, pero también tiene monumentos megalíticos, petroglifos e iglesias de gran valor histórico y hasta un parque de los sentidos ideado para los más pequeños, La Granja de Briz, en el casco urbano, con una zona de aventura, lagos, juegos en la naturaleza y toboganes.

Para despedirnos de la cautivadora comarca del Morrazo y de esta ruta marinera, ningún lugar mejor que el mirador de Cotorredondo, donde caer rendidos ante la belleza de esta península y las rías que la cercan.

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