Pereña de la Ribera es un hito imprescindible de las Arribes salmantinas. En uno de los extremos del pueblo encontramos el camino que se alarga hasta la ermita de Nuestra Señora del Castillo, antiguo castro prerromano con un balcón de largas vistas a pocos metros del templo. Pero Pereña es más conocida por ser el punto de paso para alcanzar el Pozo de los Humos, una cascada de 50 metros de altura, las del Niágara la superan en apenas dos metros, que explota con una fuerza bruta impresionante en época de lluvias intensas.
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Si desde lejos sobrecoge ver tal cantidad de agua estrellándose contra el fondo de los cantiles hasta formar una brumosa cortina de agua –los humos que le dan nombre–, contemplar esa misma caída de agua desde la pasarela aérea que hay instalada justo encima del pozo es una experiencia solo para los más valientes, siempre que carezcan de vértigo, claro. Se llega en coche casi hasta la misma pasarela desde un camino señalizado en sus desvíos que arranca en las calles de Masueco.
Antes, sin embargo, merece la pena que tomemos la carretera que desde Pereña indica hacia Vitigudino. A 9 kilómetros, y a 500 metros de la localidad de La Peña, se localiza un peñasco de dimensiones y aspecto meteóricos, una impresionante canica rocosa de 40 metros de altura y 70 de diámetro que luce en mitad de la apacible dehesa como si en algún momento remoto hubiera caída del mismísimo cielo. Los geólogos encuentran una explicación más sensata y dicen que se trata de una sienita, roca de origen magmático cuya singularidad estriba en haber resistido la erosión mejor que su territorio circundante.
De regreso a Pereña, ahora ya si podemos detenernos primero en Masueco, para asomarnos a la pasarela de piratas sobre el Pozo de los Humos y, después, acometer el segundo plato fuerte de esta escapada: la navegación en catamarán por las aguas internacionales del Duero. Los viajes (corazondelasarribes.com) parten de la playa del Rostro, a la que se llega por una pista señalizada que arranca de Corporario. Hora y media dura el trayecto hasta la presa de Aldeadávila, que permite un acercamiento tan íntimo a los cañones que sobrecoge mirar hacia lo alto en algunos puntos.
El remate a este viaje tan lleno de panorámicas asombrosas podemos hacerlo enlazando, desde Aldeadávila, otros tres miradores de altura. Al primero, el Picón de Felipe, se llega caminando un kilómetro desde el desvío señalizado que encontramos poco antes del segundo, el Mirador del Fraile. Para el tercero, el Mirador de la Central, seguimos hasta el poblado de La Verde, construido por Iberdrola al pie de la presa, y luego buscar la estrechísima y retorcida carretera que aúpa hasta él. Si la subida encoje un poco el corazón, las vistas desde el mirador nos dejan como flotando a la misma altura que lo hacen los buitres.
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