A medio camino entre la aventura y la investigación científica. Esas son las coordenadas más acertadas para llegar hasta el bosque lluvioso del Chocó. Aquí, camuflado en la selva se encuentra Mashpi Lodge (mashpilodge.com), un ecohotel de lujo que, además, es el punto central desde el que se vigila y se protege este espacio en el que todavía hay centenares de especies por descubrir y catalogar.
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Un equipo de guías científicos acompañan las excursiones y actividades diseñadas en este retiro de lujo. A lo largo de ellas se va descubriendo poco a poco la historia de este alojamiento con la mayor parte de sus paredes de cristal –así uno tiene la sensación de estar permanentemente dentro de la selva–, por qué está en este lugar, cómo funciona (reciclan prácticamente la totalidad de sus residuos, trabajan con la gente de las poblaciones de la zona…) y cuál es su cometido.
Bien provistos con botas de goma y una buena dosis de repelente de insectos, los itinerarios guiados se adentran en la selva siguiendo los ríos que cruzan la reserva: Mashpi, Guaycuyacu, Sahuangal y Chalpi y mientras se va aprendiendo el ciclo del agua y la vida de la fauna y la flora de este lugar y conociendo los hábitos de los animales que salen al paso. Aquí hay todo tipo de anfibios, peces, serpientes, mariposas, aves… En algunos puntos, unas cascadas y pequeños remansos sirven de escenarios paradisíacos donde hacer un alto y darse un chapuzón.
Cuando llega la noche a Masphi, todo se transforma. La oscuridad es total y el bosque se llena de sonidos misteriosos, casi todos ellos producidos por las ranas. Pero es buen momento para las excursiones nocturnas, una de las experiencias más emocionantes.
Por la mañana la selva suele amanecer calmada. Las nubes de niebla se condensan y envuelven las copas de los árboles y toca contemplar el bosque desde otro punto de vista, las ramas de estos gigantes. Hay varias maneras de hacerlo. La primera es a bordo de la bici aérea, un sistema de cables unidos a un pequeño asiento que se desplaza gracias a la nuestra fuerza motora, a golpe de pedal y ¡a doscientos metros del suelo! Uno puede pararse para ver amanecer aquí suspendidos mientras a lo lejos se oyen los monos aulladores, o junto a uno de los enormes árboles para observar de cerca las plantas epífitas, las que crecen en las ramas y huecos de los árboles, como bromelias, helechos y muchas orquídeas que son únicas.
Si se tienen ganas de pasear por el dosel arbóreo pero no de pedalear más, se puede optar por La Libélula, un teleférico de cuatro cabinas abiertas que se desplaza suavemente recorriendo dos kilómetros a través de los árboles. Es el momento del encuentro con tucanetes, tangaras y momotos, algunas de las llamativas aves que habitan el Chocó. Otras se verán una vez de nuevo en tierra, pero para ello hay que desplazarse hasta el centro de colibríes, donde acuden estos pequeños y coloridos pájaros en busca de alimento. Son un ejemplo más de la maravilla de este lugar y de su fragilidad. Lo mejor es que de aquí se sale concienciado y con un espíritu naturalista bien arraigado.
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CUÁNDO IR
El ecosistema de la selva del Chocó pertenece a los llamados boques lluviosos. Las brumas y las lluvias son habituales durante todo el año, especialmente de diciembre a abril. Así, el mejor periodo para planificar una visita sería de julio a octubre.
DATOS PRÁCTICOS
Las habitaciones de este retiro de lujo que forma parte de los Unique Lodges of the World de National Geographic, tienen más de 30 metros cuadrados y en su restaurante se degustan platos basados en la diversidad de la cocina y los ingredientes ecuatorianos, mezclando lo mejor de las zonas de costa y montaña. En los desayunos se brindan muchos productos del bosque. Los almuerzos son livianos pensando en las excursiones. Y las cenas, más formales, ofrecen menús que cambian con cada estación.