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El Valle de Viñales, la riqueza de Cuba más allá de La Habana

La esencia rural de Cuba desfila por el occidente de la isla en el que está considerado uno de los paisajes más bellos, declarado Patrimonio de la Humanidad: aquel que discurre entre vegas de tabaco y árboles de frutas tropicales, robustos mogotes y pinares que contrastan con el rojo intenso de la tierra.


Actualizado 11 de marzo de 2020 - 17:02 CET

La Cuba de los cubanos, la que colma el Malecón de atardeceres bullangueros al ritmo del son y la guaracha, tiene también un retrato de interior dibujado con plácidos campos a los pies de la sierra, casas con el techo de palma, hombres de piel curtida que arrean yuntas de bueyes y mujeres que contemplan el paisaje silencioso desde la mecedora de un porche porticado. Es la Cuba que descansa en el oeste de la isla, a 180 kilómetros de La Habana. La máxima expresión del mundo rural, de la labor agraria, de los guajiros.

Adentrarse por estas tierras de la provincia de Pinar del Río es descubrir el campo más fértil, allí donde el suelo es óptimo para el cultivo del mejor tabaco del mundo, pero también para el del café, la caña de azúcar, los plátanos y los aguacates. Un paisaje en el que los pinares relucen sobre el rojo intenso de la tierra y donde los mogotes, esas formaciones kársticas moldeadas por la erosión, emergen de forma abrupta como montañas redondeadas. Son, definitivamente, parajes para recorrer a caballo, como los propios jinetes locales protegidos por sombreros de paja; una práctica común en este territorio cubano declarado Patrimonio de la Humanidad.

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Turista contempla bajo la niebla el paisaje de montañas redondeadas y cultivos de este parque nacional.

PARA PRACTICAR SENDERISMO

Enclavado en plena sierra de los Órganos, el Parque Nacional de Viñales ofrece diferentes rutas para hacer a trote a lo largo de sus 150 kilómetros cuadrados. Ninguna, sin embargo, debe obviar el mirador de los Jazmines, para admirar la belleza del conjunto: el esplendor del valle salpicado por flamboyanes anaranjados, cedros, ceibas y algarrobos que puntean entre las plantaciones. Con ellas y también con los bohíos (típicas viviendas de los campesinos donde las hojas se secan al sol), se toma conciencia de estar en la cuna de los famosos habanos. Los interesados pueden aprender sobre su proceso en la Casa del Veguero, una finca con tabacales y secaderos regentada por varias generaciones.

No es el único aliciente al que se puede llegar a caballo. A la derecha del pueblo de Viñales se abre el valle de las Dos Hermanas (dos mogotes, en realidad) presidido por el Mural de la Prehistoria, una gigantesca pintura (180 x120 metros) realizada sobre un paredón rocoso por el artista cubano Leovigildo González, que fue discípulo de Diego Rivera. Conviene apearse un momento, tenderse en la hierba fresca y apreciar en perspectiva sus trazos coloridos que recrean las costumbres del lugar.

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Mural de la Prehistoria, uno de los mayores frescos a cielo abierto del planeta, pintado en el costado del mogote Pita.

Después, serpenteando entre los campos, habrá que acercarse hasta la cueva del Indio y sortear su interior a bordo de un bote que navega por el río San Vicente. Es un bonito paseo entre formas caprichosas (estalactitas, estalagmitas y hasta restos de pinturas precolombinas), que puede completarse con un baño en los manantiales de aguas hipotermales que, a unos dos kilómetros, fluyen de las entrañas. Otra cueva sorprendente es la de San Miguel (a cuatro kilómetros del pueblo), también conocida como El Palenque de los Cimarrones. En su fondo aguarda una especie de museo que recrea el que llego a ser, siglos atrás, un asentamiento de los esclavos africanos escapados de sus señores. Nada, sin embargo, enloquecerá más a los amantes de la espeleología que la cueva de Santo Tomás, en Moncada, al oeste del valle. Con sus ocho niveles y 46 km de galerías, se trata del mayor sistema cavernario de Cuba y el segundo del continente americano.

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La cueva del Indio, cuyo interior se recorre a borde de un bote que navega por el río San Vicente mientras se observan estalactitas, estalagmitas y hasta restos de pinturas precolombinas.

A caballo, alcanzando el galope en los prados abiertos o aminorando el ritmo entre las moles de roca, uno se verá sobrepasado por la vegetación. Por especies endémicas como el roble caimán o la palma corcho, que es un auténtico fósil viviente que data del Jurásico y solo crece en Pinar del Río. Pero también por los colores, los aromas y la humedad que propician. Así se llega a la meta del trayecto: el mágico pueblo de Viñales. Típicamente cubano, pasear bajos sus casas de colores a la sombra de los soportales y apurar la tarde con un mojito en la Casa de la Música será el colofón perfecto.

NO DEJES DE…

Bañarte en Cayo Jutías. Ideal para completar la excursión rural es esta esta larga playa de arena blanca emplazada a 60 kilómetros al noroeste y a la que se accede a través de una carretera entre manglares. Aunque por su carácter salvaje dispone de pocas infraestructuras, se pueden realizar actividades tales como snorkel, kayak o bicicleta acuática. Cuenta también con un par de restaurantes ambientados con música en vivo, donde degustar deliciosas langostas.

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No dejes de bañarte en Cayo jutías, una playa de arena blanca situada 60 km a noroeste del Valle de Viñales.

GUÍA PRÁCTICA

Dónde dormir

Esta ruta da comienzo en La Habana, donde la mejor experiencia de alojamiento es la del Hotel Nacional (hotelnacionaldecuba.com), el más emblemático de Cuba. Su lujo, elegancia y distinción se mantienen intactos desde 1930, con impresionantes vistas al Malecón, La Habana vieja y Vedado. Por el camino, una buena opción es el Hotel La Ermita (hotel-la-ermita-cuba.com), en un entorno natural, emplazado sobre un acantilado con bonitas vistas al valle. También, a 2 km del centro de Viñales, pero en plenas montañas, Los Jazmines Horizontes (Ctra. a Viñales, km 25) ofrece una estancia estupenda en una casona de arquitectura colonial con una gran piscina y un servicio excelente.

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