La magnitud de la playa más dilatada de la isla de Formentera, la del Migjorn, sólo es comparable a la impresión que causa. Con sus cinco kilómetros ocupa gran parte del sur de la isla, entre La Mola y el faro del cabo de Barbaria, y el viento, que también viene del sur, le da nombre. Por eso, cuando sopla del norte, es la que buscan los que quieren disfrutar del mar en calma.
Apenas cubre, frente a ella el mar es de un azul intenso, sus aguas transparentes y la arena tan blanca, blanquísima, que resplandece. Su condición descubierta frente al oleaje exige tomar en cuenta las banderas de aviso.
Los kilómetros de playa se recorren a través de una pasarela de madera donde ir descubriendo su acantilados y zonas dunares. A lo largo se encuentran excelentes restaurantes, algunos de los mejores hoteles de la isla y beach clubs y chiringuitos perfectos para ver el atardecer.
Una playa de 10, aunque no tenga la fama de Ses Illetes.
¿Y EN EL ENTORNO?
La Mola
Una meseta rodeada de acantilados en la parte más oriental de la isla. Al borde de la carretera, el lugar conocido como Es Mirador ofrece la oportunidad de contemplar de un vistazo toda la isla. Aquí puede visitarse un molino del siglo XVIII, un faro y un monumento a Julio Verne.
Faro de Cap de Barbaria
La zona más al sur de Formentera guarda bosques, zonas de cultivo y un litoral marítimo rico en cuevas, rincones y torrentes que desembocan al mar. Su faro, en la punta de un impresionante acantilado a 100 metros sobre el mar, es el más icónico de la isla sobre todo desde que Paz Vega, en Lucía y el sexo, se dirigiera a él en motocicleta. Desde 2017 tiene un acceso regulado en los meses de verano (de mayo a octubre), con un aparcamiento disuasorio a un kilómetro y medio desde el que ir al faro andando o en bicicleta. Es un lugar perfecto para ver la puesta de sol.
Junto a él Cova Forada, una de las muchas cuevas de la isla, una gruta a la que se accede desde un agujero en el suelo a través del que se llega a un precioso balcón al mar.
Caló de Sant Agustí (Es Caló)
Este rincón tradicionalmente utilizado por los formenterenses para amarrar sus barcas, conserva un encanto especial y resulta muy recomendable para hacer un alto y disfrutar del paisaje desde alguna de sus terrazas.