48 horas en Rabat, la gran desconocida de Marruecos

De primeras, esta ciudad que es centro administrativo, político y financiero de Marruecos, puede sonar a capital sin mucho que ofrecer. Sin embargo, solo hay que poner un pie en su medina para descubrir que no existe nada más lejos de la realidad. Nos proponemos desnudarla poco a poco, paseando por las callejuelas azules del Kasbah des Oudaias, navegando por el río Bou Regreg o disfrutando de una exquisita cena en La Marina, su puerto deportivo. Comenzamos 48 intensas horas en la ciudad más desconocida de Marruecos. 

por CRISTINA FERNÁNDEZ

VIERNES TARDE

Llegamos a la ciudad marroquí por la tarde en día festivo para los musulmanes, por lo que lo mejor será aventurarnos, salir a la calle y ver qué se cuece en ella. En primer lugar ponemos rumbo al Kasbah des Oudaias, uno de los barrios más antiguos, pintorescos y hermosos de Rabat. Un auténtico oasis que nos hace sentir que hemos retrocedido en el tiempo unos siglos.

Y nos adentramos en él por una de sus puertas más importantes, Bab Oudaia, levantada en el siglo II por los almohades. Por sus calles mitad encaladas, mitad pintadas de un azul añil, caminamos sin rumbo definido decididos a dejarnos sorprender. Sus casas, de pocos pisos de altura, fueron levantadas por refugiados musulmanes llegados de España. El paseo nos lleva hasta encontrarnos con la mezquita el-Atiqa, construida en el siglo XII y la más antigua de Rabat. 

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Al final de la rue Jamaa, la calle más importante, nos topamos con la famosa Plataforma del Semáforo, una enorme explanada desde la que se tienen unas vistas inmejorables del río Bou Regreg y de Salé, un pueblo situado en la otra orilla. Un cartel junto a la puerta de un viejo edificio nos indica que en el interior se encuentra una fábrica de alfombras. Contemplar la pericia con la que sus trabajadoras hilan con antiguas máquinas cada una de las piezas –eso sí, a cambio de una propina– es una experiencia única. 

Antes de finalizar la jornada, nos acercamos hasta el Café Maure, un encantador negocio junto a los bellísimos Jardines Andaluces en el que tomar un té moruno acompañado de pastas marroquíes. Después, será hora de irse a descansar. Por ejemplo, al riad Dar Karima, un bellísimo hotel en pleno centro de la medina en el que sentirnos como auténticos sultanes. 

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SÁBADO

Ponemos el despertador tempranito, que hay que aprovechar el día. Tras disfrutar del suculento desayuno bufé del riad, nos dirigirnos a la medina, el centro neurálgico de Rabat. Construida durante el siglo XVII, puede que no posea el encanto de otras marroquíes, pero hay algo que conquista en ella: la tranquilidad con la que se puede pasear por sus callejuelas sin ser el reclamo constante de incansables vendedores.

Es el momento de conocer la esencia de la vida rabatí, regatear por aquello que nos gusta y charlar con su gente. La zona de rue des Consuls cuenta con majestuosas viviendas donde vivieron los diplomáticos hasta 1912. Al final de esta calle, encontramos una explanada donde se subastaba a los esclavos en los días en los que los corsarios de Salé eran los protagonistas del día a día. 

Y entre cerámicas, chilabas, especias y alfombras, llega la hora del almuerzo. Así que aprovechando que aún estamos en la medina, nos acercamos hasta Dar Naji (Av. Jazirat Al Arabe), uno de los restaurantes más auténticos en el que probar la más exquisita gastronomía marroquí. Un consejo: hay que pedir el cuscús y el tajine: increíbles. 

Tras llenar el estómago, nada de descansar: será el momento de acercarnos hasta uno de los iconos de Rabat: la Tour Hassan. La que hubiera sido la segunda mezquita más grande de su época si el sultán Yacoub al-Mansour no hubiera fallecido –y su construcción no se hubiera parado–, es hoy todo un reclamo para los viajeros. La torre del minarete, que debía de haber alcanzado los 60 metros de altura, se quedó tan solo en 44, y tras el terremoto de 1755 incluso esta parte fue destruida. 

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Tras pasear por el mar de columnas, nos podemos acercar al mausoleo de Muhammad V, un precioso edificio construido en mármol siempre custodiado por guardias vestidos con sus mejores galas. 

Quizás a estas alturas ya estemos algo cansados, pero la siguiente visita bien vale la pena. Ponemos rumbo a Chellah, yacimiento arqueológico declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco que fue el primer lugar habitado de Rabat. 

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Tras cruzar las antiguas murallas nos adentramos en un mundo nuevo: el de dos épocas y dos culturas completamente diferentes separadas por los restos de una antigua calzada romana. A un lado, Sala Colonia, la ciudad en la que se asentaron los romanos en el 40 d.C. y de la que quedan vestigios tan destacables como el foro, un templo, unas termas o parte de un gran arco del triunfo. Al otro lado de la calzada, la necrópolis benimerín de Chellah, construida en el siglo XIV por el sultán Abou al-Hassan. 

Paseamos relajadamente por sus jardines, en los que la paz y tranquilidad son las protagonistas, antes de volver al hotel para retomar fuerzas. Para cenar nos vamos a La Marina, el puerto deportivo de Rabat, en el que la mayor parte de diplomáticos y extranjeros disfrutan de la más alta gastronomía rabatí. Nosotros nos decantamos por Al Marsa, un restaurante de cocina mediterránea en el que darnos un merecido homenaje. Por cierto, ¡el atún a la brasa no tiene ningún desperdicio!

DOMINGO

El domingo merece que nos lo tomemos más relajadamente, así que nos acercamos hasta el pequeño embarcadero junto al río Bou Regreg. Los coloridos barcos de pescadores reposan junto a las pasarelas de madera mientras algunos de ellos preparan los aparejos. 

Negociar con uno de los pescadores un pequeño paseo en barca es una buena idea para descubrir la ciudad desde una nueva perspectiva. A un lado, Rabat con la silueta de la Tour Hassan sobresaliendo en las alturas; al otro lado, Salé. La estampa nos terminará de conquistar. Sin lugar a dudas. 

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Antes de despedirnos de la capital marroquí, será el momento de conocer la ‘otra ciudad’: aquella que representa la vida moderna. En la ancha avenida Mohamed V, decorada con fuentes y jardines repletos de palmeras, encontramos lugares tan destacados como el Parlamento o la estación de tren. Estamos en la Ville Nouvelle, construida por los franceses a principios del siglo XX como residencia para funcionarios y comerciantes europeos. 

Y, mientras recorremos las amplias y majestuosas calles del barrio nuevo, es el momento de decirle adiós a Rabat. Así finalizan 48 horas en una de las más desconocidas y a la vez más sorprendentes ciudades de Marruecos. 

DATOS PRÁCTICOS

CÓMO IR

Hay vuelos directos desde Madrid a Rabat Salé con la compañía Ryanair.

DÓNDE DORMIR

Además del riad Dar Karima, un bellísimo hotel en pleno centro de la medina en el que sentirnos como auténticos sultanes, otra opción estupenda para alojarse en Rabat es el hotel Atlantic Agdal (atlanticagdal.com/es), un cuatro estrellas situado en el moderno barrio Agdal –en el número 20 de la Avenue Atlas Agdal- y a solo unos minutos de la estación de trenes. Sus elegantes y lujosas habitaciones están diseñadas por Jean-Baptiste Barian y cuenta con un servicio de spa donde relajarse tras un intenso día recorriendo la ciudad, y un conocido restaurante donde probar la más alta cocina marroquí. 

DÓNDE COMER 

Dar Naji, en la Rue Jazirat Al Arab, muy cerca de la medina, es un correcto restaurante especializado en comida tradicional marroquí perfecto para experimentar con los sabores de la gastronomía del país. Famosas son sus sopas de harira y la pastela, que no se deben dejar de probar.