El Parque de los Haitises: la maravilla de República Dominicana

En la mágica y salvaje Samaná, el apéndice del norte de la isla, se esconde la mayor joya natural del país caribeño. Un territorio virgen plagado de mogotes que emergen de las aguas turquesas, intrincados manglares, grutas decoradas por los indios taínos y un festín de aves migratorias que ponen la banda sonora a este idílico escenario.

por NOELIA FERREIRO

Es un universo anfibio donde la naturaleza explota de manera primigenia como en el origen de los tiempos. Un paisaje protegido como parque nacional que no solo nutre una de las pocas selvas tropicales que se conservan en República Dominicana, sino que además alberga una de las reservas de manglares más relevantes de todo el Caribe. Es el territorio conocido como los Haitises, la joya indiscutible de la isla de La Española. Un escenario maravilloso que fue elegido, precisamente por su carácter salvaje, para rodar algunas secuencias de la famosa película Parque Jurásico, dirigida por Steven Spielberg. 

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Intrincado, misterioso, pintado como por un pincel de gigante con todas las gamas posibles del azul y del verde, este lugar es la prueba más evidente de que existe otro rostro dominicano que huye de los complejos en línea y del turismo uniforme. Su emplazamiento en el norte de la isla confirma que forma parte de la zona más ajena a la explotación desmedida: la península de Samaná, un apéndice de apenas 60 km de largo por 20 km de ancho, que se cuela en el océano Atlántico casi por casualidad, irradiando en sus parajes, sus pueblos y su modo de vida la esencia más pura del país caribeño.  

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UN PAISAJE DE AGUA Y ROCA

Aquí se esconde el Parque Nacional de los Haitises, que en la lengua taína quiere decir “tierra montañosa”. Una combinación perfecta de mar y piedra que, a lo largo de 1.600 kilómetros cuadrados, despliega todo un sistema kárstico formado hace 50 millones de años. Un paisaje que alterna mogotes tapizados de densos bosques que llegan a alcanzar los 40 metros (algunos anillados de playas de arena blanquísima) con tramos en los que se enredan los manglares formando una estampa misteriosa. 

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También hay cuevas, unas ochenta que, en el pasado, fueron recintos sagrados para los indígenas, puesto que en ellas tenían lugar sus actos ceremoniales. Habitadas por los murciélagos, a los que consideraban espíritus de la muerte, cuentan que su entrada solo estaba permitida al cacique, acompañado del respetado chamán. De sus ritos dan cuenta los petroglifos realizados por los taínos, que aún hoy se conservan intactos. Dibujos sobre la pared trazados a base de estalactitas machacadas, carbón vegetal, tintes extraídos de la corteza de los árboles o excrementos de los pájaros, y que recrean brujos, animales y figuras danzantes entre otros muchos motivos recurrentes. 

Boca del Tiburón, Cueva de San Gabriel, Cueva de la Línea y Cueva de la Arena son algunas de las grutas más famosas, sobre las que pesa el enigmático mito de la Ciguapas: unos seres legendarios de las cavernas dominicanas, representados como muchachas silenciosas ataviadas de largas melenas, que solamente caminan de espaldas y devoran a todos aquellos que hacen daño a la naturaleza. 

EN KAYAK POR LOS HAITISES

Más allá de la fantasía, explorar este lugar permite adivinar cómo era la isla antes de la llegada de Colón. Una hazaña que puede hacerse a bordo de una lancha o, mejor aún que el motor, deslizándose sobre un kayak en el más absoluto silencio. Así, navegando despacio entre parajes que evocan los laberintos de islotes que salpican el sudeste asiático, se llega al cayo de los Pájaros, fácilmente reconocible por el festín sonoro de las aves: pelícanos, tijeretas, albatros… y así hasta 118 especies aladas que pueblan el parque natural. Al final, tras surcar corredores que remiten al tiempo de los dinosaurios, la ruta concluye en una poza natural donde darse un chapuzón refrescante. 

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Los Haitises, que también esconden en la bahía de San Lorenzo un santuario de ballenas jorobadas (de enero a marzo llegan a buscar novio en esta cálida lengua de mar) es el gran tesoro de Samaná. Aquí a donde, hace apenas unos años, la llegada desde Santo Domingo pasaba por una tediosa carretera que implicaba un trayecto de seis horas, la modernidad ha pasado casi de puntillas. Y esto, claro, le ha permitido mantenerse incontaminada.

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Hoy, sin embargo, la autopista Juan Pablo II permite llegar desde la capital en unas dos horas y media. Y desde el 24 de junio hasta el 9 de septiembre este hermoso destino estará todavía más cerca: Soltour (soltour.es) operará un vuelo directo desde Madrid al aeropuerto de El Catey, que dista a apenas media hora. Una ocasión para descubrir Los Haitises y toda la apabullante belleza de este rincón dominicano. 

MUY PRÁCTICO

En Samaná, el alojamiento pasa por los cuatro resorts de Bahía Príncipe (bahia-principe.com/es), todos de cinco estrellas y con la fórmula todo incluido. Se trata de hoteles aislados, discretos, camuflados entre la naturaleza, con cuidadas instalaciones respetuosas con el entorno y un servicio que brinda el colmo de la felicidad. 

Para comer, no hay que perderse el restaurante Porto (portolasterrenas.com), en la carretera que va de Las Terrenas a El Limón, con innovadores platos y una generosa lista de vinos. 

Soltour (soltour.es) ofrece paquetes a Samaná con vuelos directos y estancias de cinco estrellas en los cuatro hoteles de Bahía Príncipe a partir de 890 €.