De Patones a Buitrago del Lozoya, la ruta del agua por la sierra de Madrid
A 60 kilómetros al norte de la capital arranca este recorrido en coche que remonta el curso bajo del río Lozoya. Son 45 kilómetros por la orilla quebrada y solitaria de embalses serranos que almacenan más de la mitad del agua dulce de la región. Es como ir por una carretera litoral, con la ventaja de que este mar, además de verse, puede beberse.
Olvidado del mundo durante siglos, en un barranco, a dos kilómetros del moderno pueblo, Patones de Arriba ya no tiene, como dicen que tuvo hasta el XVIII, su propio rey, pero sí una reina absoluta: la pizarra, que por algo es el mejor ejemplo de arquitectura negra en la región. Después de visitar la antigua iglesia de San José, que alberga el Centro de Iniciativas Turísticas, es momento de empezar este recorrido por los embalses serranos que abastecen a los madrileños.
A cuatro kilómetros de Patones, junto a la carretera que va al pueblo de El Atazar, se encuentra la presa del Pontón de la Oliva, la primera que se construyó, a mitad del siglo XIX. Es una obra faraónica por su antigüedad, por sus dimensiones –el muro escalonado de ciclópeos sillares mide 72 metros de largo por 27 de alto- y por la mano de obra empleada: 2.000 reos. Y todo para nada, porque el terreno calizo, muy permeable, dejó escaparse el agua. En los cortados que rodean el embalse vacío se descubren, con un escalofrío, las argollas herrumbrosas a las que permanecían encadenados los presos que la construyeron, mezcladas con los muchos seguros instalados por los escaladores, esclavos gustosos del vértigo y la adrenalina.
Ese vértigo, el de las alturas, y también el que producen lo muy grande y lo muy solitario asaltan más de una vez a lo largo de esta ruta. Una ruta que continúa por la M-134, la carretera panorámica que lleva, sobrevolando los meandros que forma en su curso bajo el Lozoya, hasta el embalse de El Atazar. Es el mayor de la región, mayor que todos los demás embalses madrileños juntos, un auténtico mar. Difícil no sentir el vértigo al cruzar el muro de la presa, una ola gris de hormigón de 484 metros de largo por 134 de alto, curvada de tal forma que su paramento de aguas abajo vuela sobre el abismo sinuoso del Lozoya, el mismo río que, al otro lado del muro, forma un mar de 1.070 hectáreas y 72 kilómetros de costas.
Otro mar aún más grande y dulce abraza el pueblo de El Atazar, que aparece tres kilómetros después, con sus casas de pizarra apiñadas alrededor de la iglesia de Santa Catalina de Alejandría. Es un mar de jaras y huele a ládano que marea. Nada más entrar en el pueblo aparece, a mano izquierda, una carretera de tierra que conduce a Robledillo de la Jara cruzando el valle del Riato, lugar apartado donde los haya, que, cuando el embalse está alto, recuerda un fiordo. Por ella se avanza con mucho cuidado, sin molestar a paseantes y ciclistas, para luego continuar, otra vez por asfalto, hasta Cervera de Buitrago, donde aguarda una de las vistas más bellas de la ruta: la de los veleros del club náutico rodeados por un embravecido mar (otro más) de montañas.
No hay que alejarse mucho de Cervera, ni cinco kilómetros, para visitar la histórica presa de El Villar, la segunda que se construyó en Madrid. Tiene aire de castillo y está en una garganta que corta el aliento, como sacada de El Señor de los anillos, con caminos al borde del precipicio, escaleras, puentes y miradores que entretienen mucho a los curiosos. El espectáculo es completo cuando se llena a tope y desagua por una canaladura rocosa que semeja una catarata salvaje de 50 metros de altura.
De la presa de El Villar se pasa por Manjirón y el pinar de las Gariñas en dirección a Buitrago. Aquí hay un museo formado por 60 obras de Picasso, que este regaló al que fue su barbero y amigo en Vallauris, en la Costa Azul, Eugenio Arias, natural de esta villa serrana; hay una iglesia decorada con 26 deslumbrantes iconos pintados por la búlgara Silvia Borisova; y hay una muralla medieval de más de 800 metros de longitud y nueve de altura, que es la única que se conserva íntegra en la región. Todas estas obras son asombrosas, quién lo niega, pero no pueden compararse con la majestuosa curva que dibuja el Lozoya al norte de la población. Recrecido su nivel por efecto de la presa de Puentes Viejas, ofrece a la villa amurallada un foso perfecto, ancho y profundo, y una vista difícil de olvidar a quien contempla desde el adarve sus aguas verdes y, asomando a lo lejos, los montes de Somosierra.
NO DEJES DE… Navegar por el embalse de El Atazar. Nortesport (sierranorte.com/nortesport) ofrece bautismos y cursos de iniciación y perfeccionamiento de windsurf, vela ligera y vela de crucero en el club náutico de Cervera de Buitrago. También alquila piraguas y tablas para hacer paddle surf. Aunque quizá no sea el mejor lugar para aprender, porque el agua es tan dulce que uno está deseando caerse.
GUÍA PRÁCTICA
DÓNDE DORMIR
En Patones de Arriba, en El Tiempo Perdido (elpoleo.com), todo un clásico este hotelito instalado hace más de veinte años en varias casas colindantes de pizarra, con antigüedades, obras de arte y comodidades urbanas. Restaurante a la altura. Y, en el mismo pueblo, La Fuente (hotelrurallafuente.es), solo cuatro habitaciones en un hotel rural de arquitectura tradicional de pizarra, con sauna y chimenea. Y en Buitrago, La Beltraneja (labeltranejahotel.com), pequeño hotel adosado a la muralla medieval, con la que se mimetiza, cuidadosamente decorado y equipado.
DÓNDE COMER
Entre los muchos restaurantes que hay en el pueblo antiguo de Patones de Arriba, El Rey de Patones (reydepatones.com) es uno de los más recomendables, con terraza-mirador y horno de leña. En Manjirón, en Saika (saikarural.com), de original cocina de influencia japonesa. También es alojamiento rural. Y en Buitrago, cocina tradicional en raciones generosas en El Espolón (elespolonrestaurante.wordpress.com).