48 horas en Bolonia, la dotta, la rossa y la grassa
Dijo el poeta que “las ciudades son libros que se leen con los pies”; y a diferencia de Roma, Florencia ¡o Venecia!... Bolonia es de esas ciudades italianas donde el arte de pasear es cómodo. La capital de la Emilia-Romaña ‘se lee’ con tranquilidad, convirtiéndose en la meta de muchos viajeros de élite… amantes de la cultura, el arte y la gastronomía.
La Historia –o más bien las guías turísticas– le ha adjudicado a esta ciudad italiana tres adjetivos: la dotta (docta), la rossa (roja), y la grassa (la gorda)... Y a todos ellos hace justicia. El primero, por los novecientos años que lleva despachando doctores por todo el mundo desde la más antigua universidad de Europa; el segundo, por el color de sus tejados, por los tendales que cubren sus terrazas y ventanas, por los rojos ladrillos de sus 20 torres defensivas que aún quedan en pie, y por su tradicional ideología de izquierdas… de la que hace gala; y la gorda porque en esta ciudad se inventaron algunos de los más afamados productos gastronómicos mundiales: capital de la pasta fresca, ciudad origen del ragú (nunca llamarla ‘salsa boloñesa’), territorio del queso parmesano y cuna de la mortadela. De todo esto tendremos buenas dosis en nuestro viaje de fin de semana.
PRIMER DÍA: PLAZAS, CAFÉS Y TEATROS
Bolonia es la ciudad con más pórticos del planeta, con casi 40 kilómetros de galerías cubiertas, que soportan palacetes a partir de su entresuelo. Arcadas altas con techos que debían tener la altura suficiente para que pudiese atravesarlos un caballero... a caballo. Los soportales tienen una ventaja: sus habitantes se han acostumbrado no usar paraguas, porque pueden pasear ajenos a las inclemencias del tiempo. A tenerlo en cuenta al hacer la maleta.
En el centro de la ciudad –rodeadas por pórticos–, se abren a la luz dos grandes plazas, la de Neptuno y la piazza Maggiore. Un musculoso Neptuno de bronce da la bienvenida a la ciudad. La fuente del dios del mar está rodeada por cuatro querubines que representan los grandes ríos. Il Gigante, pues así es como llaman todos los boloñeses a la popularísima estatua, se yergue sobre una base custodiada por cuatro sirenas de generosos pechos por cuyos pezones mana agua. Espectacular recibimiento y primeras fotos para el álbum. Fíjate en el tridente del dios, es el logotipo corporativo de la firma de coches Maserati.
La plaza de Neptuno está conectada con la piazza Maggiore, y allí comienza una de las más armónicas perspectivas del urbanismo medieval, presidido por la basílica de San Petronio, que aspiraba a convertirse en el templo cristiano más grande del mundo, por delante de la basílica de San Pedro de Roma. Al parecer, a alguien no le gustó el proyecto y sigue inacabada. Otros edificios remarcables rodean el lugar: el palazzo Comunale y el del Podestà.
Para contemplar lo que acontece en el entorno de ambas plazas, lo mejor es sentarse en la terraza del Caffe Vittorio Emanuele, frente a la basílica. Con el incentivo importante, además, de que no tiene los precios de los cafés de la plaza de San Marcos de Venecia. Después, para ‘matar el gusanillo’, la Via Clavature queda al lado, una calle repleta de charcuterías y trattorias.
Por la tarde, la otra visita ineludible será al célebre Teatro Anatomico (archiginnasio.it/teatro) que se encuentra dentro de la Biblioteca dell’Archiginnasio (piazza Galvani, 1). Se trata del aula para la disección de cuerpos de la Facultad de Medicina, construido enteramente en madera. Es una joya arquitectónica del siglo XVII con esculturas talladas en madera de abeto y cedro. Seguro que te recordará alguna película.
SEGUNDO DÍA: EL OMBLIGO DE VENUS
Después de habernos recreado con el conocimiento urbanístico, entramos en el capítulo de ‘Bolonia la gorda’, y la oportunidad de conocer los secretos de la pasta italiana. ¿Cómo se hace la pasta fresca, cual es el relleno de los tortellonis, cómo cocerlos, cómo se hace el ragú? En Bolonia se encuentra la mejor universidad para estudiar todas estas materias.
El Palacio de la Mercanzia (Via Santo Stefano 4), que no es otra cosa que La Cámara de Comercio, tiene el honor de custodiar las recetas originales de los más significativos productos gastronómicos. Allí están depositados los tratados con las características de cada una de las ancestrales recetas. Por ejemplo: la medida de los tagliatelle. Y así con todos los productos típicamente boloñeses: los tortelloni, los tortellini, la lasagna...
Los cursos de cocina están de moda, y como estamos en el lugar ideal, podemos emplear media jornada en este menester. En la Vecchia Scuola Bolognese (lavecchiascuola.com) el maestro Alessandro Spinsi nos enseñará a elaborar la pasta fresca, nos contará que la docta Confraternitá della pasta determinó el relleno de los tortellini en carne de cerdo dorada en mantequilla, jamón crudo de Parma, queso parmesano, huevo y nuez moscada; y para los tortelloni queso ricotta, sal y espinacas; y nos contará el secreto del tortellino: en Bolonia se inventó el tortellino inspirándose en el ombligo de Venus. Todo muy serio... como debe ser.
Para cenar podemos ir a una de las clásicas osterie, que vitalizan el viejo centro histórico. Son típicos restaurantes de comida casera y abundante y frecuentados por estudiantes por su precio moderado, su carácter informal y su sabor auténtico. Allí se bebe, se come, se canta y se liga. No te pierdas la ostería ubicada en los bajos del Palacio Bentivoglio, Cantina Bentivoglio (cantinabentivoglio.it), convertida en un chill-out con música en vivo. Es un buen testimonio de una ciudad que vive el día y la noche derrochando energía como pocas ciudades de la vieja Europa.
TERCER DÍA: MUSEOS Y PASEOS
Una ciudad que acoge estudiantes desde 1088 tiene mucho que enseñar. En Bolonia hay más de 40 museos y colecciones privadas de lo más variopinto, aunque algunas solo se pueden visitar con cita previa. Algunos son muy peculiares, nacidos con el deseo de conservar el patrimonio artesanal y la historia del progreso de la humanidad, como el Museo de la Tapicería, el de la Cultura Campesina, el de los aparatos para la Observación Astronómica, el Museo de Física y Química, el de la Comunicación y hasta el ¡Museo de la Ocarina!… Como no dispondremos de mucho tiempo para visitas a tantos museos exóticos, tendremos que seleccionar.
Ineludible es un paseo por la maraña de callejuelas del viejo gueto judío: via dell'Inferno, via Canonica. Flanqueamos las Dos Torres (bolonia.es/las-dos-torres), irregulares e inclinadas: la intacta Asinelli, a la que se puede subir siempre que no sufra vértigo, y la truncada Garisenda, símbolo, ambas, de la ciudad roja. Después, bajar por la larga via Castiglione, la más indicada para, a la caída del sol, captar los contrastes tajantes de la luz y la sombra de sus arcadas. Y hacer una parada (larga) en la plaza de Santo Stefano (abbaziasantostefano.it) para disfrutar del complejo de las 7 iglesias construidas sobre los cimientos de lo que fuera el Templo de Isis de la época romana.
Conectando San Stefano con la Strada Maggiore se encuentra un callejón gótico-románico, Corte Isolani, que alberga algunas boutiques de ropa interesantes, una galería de arte y una deliciosa coctelería.
A la hora de cenar, mejor dejarte llevar por la intuición... restaurantes, trattorias, osterías y enotecas encontrarás por doquier, pero si pasas por delante de La Osteria dell'Orsa (osteriadellorsa.com), o del Pappagallo (alpappagallo.it) no dudes en entrar.
De noche, volver a pasar ante la Fuente de Neptuno es una buena idea. La iluminación del entorno hará que nos llevemos un bonito recuerdo de la ciudad. Además, Il Gigante nudo es la meta que cierra todos los acontecimientos deportivos y estudiantiles de la ciudad… ¿Por qué no puede ser el broche de oro de nuestro viaje?
GUÍA PRÁCTICA
CÓMO IR
Hay vuelo diario y directo de Madrid a Bolonia con Iberia y desde Barcelona con Vueling.
DÓNDE DORMIR
En B&B Prendiparte (prendiparte.it), un hotel único con sus habitaciones ubicadas en una torre con mil años de antigüedad y magníficas vistas desde su terraza. También en Orologio (bolognarhotels.it), con una ubicación inmejorable junto a la piazza Maggiore, y en el peculiar hotel Metropolitan (hotelmetropolitan.com), con un interiorismo italiano ‘de libro’ con toques zen. Merece la pena también por su precio.
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