Una ruta por las aldeas históricas portuguesas al otro lado de la raya
Desde Almeida hasta Monsanto trazamos un recorrido por una docena de pequeños pueblos de la región Centro que, a pesar de su tamaño, tienen arte e historia para rato. En el camino, una sucesión de paisajes espectaculares en los que están enclavados para contemplar y, quien se anime, hasta descubrir a pie o en bicicleta.
A 50 kilómetros de Ciudad Rodrigo, al doble de Salamanca y a unos 300 de Madrid se descubre un conjunto de pequeños pueblos portugueses con historia para dar y tomar, una colección de aldeas muy próximas unas de otras que se brindan para una escapada rápida tan cerca como están de la frontera española.
Almeida es un buen punto de partida de este recorrido por pueblos portugueses espectaculares que guardan testimonios de siglos y son, por su estratégica posición, pero también por sus castillos, murallas, capillas, pelourinhos y su austera arquitectura de granito escenarios incomparables donde revivir la historia de Portugal. Situada en una vasta meseta sobre el río Côa, Almeida fue una de las principales fortalezas de Portugal durante la Edad Media y todavía conserva 2.500 metros de murallas en forma de estrella de doce puntas y el profundo foso que la rodeaba. Además del antiguo cuartel de artilleria y prisión, un edificio barroco del siglo XII, acoge ahora el Ayuntamiento, tampoco hay que perderse las iglesias da Misericórdia y Matriz.
A 15 minutos en coche está Castelo Mendo que en el Medievo fue un núcleo urbano de gran importancia y del que conserva aún su diseño antiguo, con murallas protegiendo el conjunto, castillo, casas de ventanas manuelinas y balcones salientes, iglesias y un museo del tiempo y de los sentidos.
En dirección hacia el norte y a 40 minutos de distancia espera Castelo Rodrigo, también rodeado por imponentes murallas, y más allá, en el paisaje de la Beira interior, Marialva, con la sólita torre del homenaje de su altivo castillo emergiendo del macizo rocoso en el que se ubica.
A 25 minutos en coche se llega a la siguiente parada de la ruta, Trancoso, que ofrece una clase de historia en piedra y surge imponente a la sombra de su castillo, con 15 torres que protegían la frontera. Su centro histórico, rodeado de murallas, está hecho para pasear por el sinuoso trazado de las calles de su judería y entender in situ porqué fue una de las principales villas del Portugal medieval.
Situada en la ladera de la Serra da Estrela, la villa de Linhares de Beira se levanta en medio de un magnífico paisaje y llama la atención ya en la distancia por su castillo, sobre un enorme macizo de granito y considerado una de las fortalezas góticas más importantes de sus alrededores. La aldea creció protegida por sus murallas y repleta de calles sinuosas y casas de granito con gárgolas, portales y ventanas manuelinas, con la antigua judería medieval y solares barrocos contando su historia en las piedras de sus edificios.
Dando un rodeo para tomar la carretera A25 y luego la A23 o atravesando en coche el Parque Natural Serra da Estrela se enlaza con Belmonte, que queda a una hora más o menos de camino, para recorrer su judería y también contemplar, desde la ventana manuelina de su castillo, una auténtica joya de granito, la panorámica de la sierra. Más allá, a veinte minutos, espera Sortelha, un pequeño pueblo plantado en un macizo granítico junto a la serra de Opa con su caserío de casas señoriales, iglesias y capillas diseminado como un anfiteatro entre su cinturón de murallas y su castillo.
En el extremo más hacia el oeste está Piódão, dispuesta armónicamente sobre los bancales que escalan la Serra do Açor e integrado completamente en la naturaleza que la rodea y de la cual parece formar parte. Y, bordeando la Serra da Estrela y por una carretera zigzagueante en dirección de nuevo a la raya, Castelo Novo, un pueblo de callejuelas estrechas que ascienden por la ladera hasta llegar a su castillo.
Dos paradas más antes de poner fin a la ruta, la primera es en la pequeña aldea de Idaha-a-Velha, que vino a ser el lugar de nacimiento del rey visigodo Wamba. Contar con catedral y obispo propio da una idea del poderío y la grandeza que llegó a tener este pequeño pueblo que tiene el honor de encerrar parte de la historia de Portugal y de ser monumento nacional por la abundancia de restos arqueológicos que atesora, con murallas, acrópolis, tumbas de origen romano, el puente romano que salva el río Pônsul, capillas, la torre de los Templarios y una picota manuelina.
Diez kilómetros más allá está Monsanto, que dicen es el pueblo más portugués de Portugal, aunque el título está bastante disputado. Tiene en lo alto de un cerro su castillo medieval, que guarda dentro de su muralla la iglesia de Santa María, pero es su laberíntico trazado urbano lo más curioso, con enormes bolos de granito que en ocasiones sirven de techo a sus casas y delimitan sus calles.
El itinerario que rodea estas aldeas de granito y esquisto donde sus gentes, orgullosas de una historia de 900 años vive a otro ritmo, atraviesa un paisaje espectacular para disfrutar desde la ventanilla: el Parque Natural Serra da Estrela, el del Douro Internacional, el Parque Natural del Tajo Internacional, la Reserva Natural da Serra da Malcata, la Sierra de la Gardunha… pero también a pie o en bicicleta por los innumerables caminos que unen las aldeas.
Después, habrá tiempo para relajarse buscando el relax en algunos de sus baños termales en medio de la naturaleza y hasta para disfrutar de los sabores más auténticos de su gastronomía: los quesos, el cabrito, el cordero, los embutidos, el aceite de oliva típico de esta región Centro de Portugal y hasta las sardinas dulces de Trancoso, que irremediablemente hay que probar.
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