Viena, a toda música (o Viena, la ciudad de los 15.000 conciertos)
Mozart, Beethoven, Schubert, Haydn, Schönberg, Mahler, Strauss… En ningun otro lugar han vivido y trabajado tantos compositores como en Viena. Si siempre ha sido una ciudad muy musical y bailarina, este año ya es un no parar, porque se celebra el 150º aniversario del vals El Danubio azul y el 175º de la Filarmónica de Viena. Dirigir una orquesta, aprender a bailar vals o ver gratis un espectáculo de la Ópera son tres planes que suenan de maravilla, como todo en esta ciudad.
Alguien que ha tenido la santa paciencia de contarlos, asegura que en Viena se celebran todos los años más de 15.000 conciertos. Esta cifra monstruosa explica por qué en cada esquina de la ciudad hay un tipo disfrazado como Mozart, con peluca blanca y levita, ofreciendo entradas para esto y aquello (una versión culta de quienes reparten flyers discotequeros en Benidorm u octavillas de asadores en cualquier villa castellana). Y también explica por qué, a las pocas horas de andar por la ciudad, tropezándose con orquestas y bandas en cualquier parque o café, al viajero le suena todo a música. Hasta el avisador acústico para invidentes de los semáforos (toc, toc, toc, toc…) le recuerda a un metrónomo. No vamos a hacer una lista de todos los conciertos, festivales, museos y monumentos relacionados con el cuarto arte que hay en Viena, porque sería más larga y pesada que la ópera wagneriana El anillo del nibelungo. Solo vamos a dar cinco buenas pistas, suficientes para pasar un fin de semana a toda música.
DIRIGIR LA FILARMÓNICA
El sueño de cualquier melómano, dirigir la mejor orquesta del mundo, es una de las muchas felicidades que depara la Haus der Musik (hausdermusik.com), un moderno museo instalado en la que fue casa de Otto Nicolai, el fundador de la Filarmónica. Obviamente, la Filarmónica que aquí se dirige no es de carne y hueso, sino virtual, pregrabada. Pero sigue fielmente el ritmo que se le marca con la batuta y, si la cosa va mal (como suele suceder), se acelera, se trompica, se lía y, al final, uno de los violinistas, puesto en pie, despide al inepto director con estas sentidas palabras: “Llevo más de 30 años tocando en esta orquesta y muchas veces se me han saltado las lágrimas de emoción, pero nunca he llorado tanto como durante su patética dirección”. Todo en este museo es muy sui géneris e interactivo (la propia escalera es un teclado gigante, que el visitante toca con los pies), pero si nos apetece hacer música de forma convencional, solo tenemos que pedir la llave del piano de cola que hay en el patio y lanzarnos a interpretar la Fantasía oriental de Balakirev, la Cucaracha o lo que sepamos.
APRENDER A BAILAR VALS
Bailar vals en la capital austriaca es como bailar samba en Río o sevillanas en El Rocío. El que no sabe es un bicho raro, un outsider, un aguafiestas, un saborío. Se baila en más de 450 eventos al año: el más glamuroso, el de la Ópera, que se celebra en febrero y cuyas entradas llegan a costar la friolera de 20.000 euros. Por suerte para el visitante despistado, que antes de viajar a Viena no aprendió a girar y girar (eso significa waltz) a ritmo de tres por cuatro, en la academia Elmayer (elmayer.at) enseñan a bailar como un cisne al módico precio de 62 euros por 50 minutos de clase y pareja. Y quien enseña no es un profesor cualquiera, sino el muy famoso y respetado Thomas Schäfer-Elmayer, jurado del Mira quién baila austriaco. Una vez resuelto el principal escollo, queda otro: ¿qué nos ponemos para no desentonar en el baile?, porque ir en vaqueros (como diría Ned Flanders), como que no. Ningún problema. Para eso está Flossman (flossmann.at), una tienda que alquila trajes para la ocasión (no todos, a decir verdad, tan elegantes como los que usaban Sissí y Francisco José) por 200 euros.
FAMILIARIZARSE CON LOS STRAUSS
Ya podemos bailar como Poty y vestir como Clooney, que si no distinguimos al Johann Strauss (hijo) que creó El Danubio azul, del Johann Strauss (padre) que compuso la Marcha Radetzky, quedaremos como unos patanes musicales en cualquier evento. A Dios gracias, para evitar confusiones, en 2015 se inauguró el Museo de la Dinastía Strauss (strauss-museum.at), así llamado porque no eran solo dos, sino cuatro: el padre, el archifamoso hijo y dos hermanos de este, Josef y Eduard, que también triunfaron viajando por el mundo con sus orquestas, llegando a dar conciertos ante 100.000 personas en los que se embolsaban otros tantos miles de dólares. Todo ello, en una época en que el vals repugnaba (de danza libertina y demoníaca, lo reputó el nada modoso Lord Byron) y arrasaba al mismo tiempo, como hoy el reggaeton. Lo cuenta muy bien el director del museo, el profesor Helmut Reichenauer, que ameniza sus explicaciones interpretando al piano algunas de las famosas obras de esta dinastía vienesa.
ALOJARSE EN EL HOTEL DE LAS ESTRELLAS
Hubo una época en que Mahler era una figura tan familiar en el hotel Imperial (imperialvienna.com), que los huéspedes le pedían que les trajera azúcar o una cucharilla, tomándolo por un camarero. Nos lo comenta Michael Moser, antiguo conserje y memoria viva de este hotel-palacio, inaugurado en 1873, en el que se han alojado astros de la música clásica, como Wagner o Stravinski (el Musikverein está justo detrás), y también de la moderna, como los Rolling Stones o Michael Jackson. Moser nos cuenta un cotilleo de Sus Satánicas Majestades: Jagger y Richards exigieron habitaciones idénticas, lo cual no supuso ningún problema, pues hay dos suites reales simétricas, las mismas que usaron el Duque Felipe de Wurtemberg y su esposa antes de que su palacio se convirtiera en hotel. Y un cotilleo de Jackson: estuvo un mes de incógnito, saliendo del hotel oculto en el maletero de un coche. ¿Saliendo a dónde? Pues a buscar un castillo en Austria, que el hombre tenía el antojo de comprarse uno. Alojarse en este hotel no es apto para cualquier (cuesta alrededor de 500 euros), pero una buena excusa para curiosear en su suntuoso interior es tomarse un café y probar su famosa tarta Imperial.
IR A UN CONCIERTO GRATIS (O CASI)
No todos los espectáculos en Viena están reservados para gente rica, porque aunque mucha, no hay tanta. Gratuito es el Concierto de Verano de la Filarmónica (sommernachtskonzert.at), al que asisten todos los años 100.000 personas, petando los jardines del Palacio de Schönbrunn. O el también veraniego Donauinselfest (donauinselfest.at), que reúne a más de tres millones de personas (no todas al mismo tiempo, claro) en una isla del Danubio, con actuaciones en directo (de música pop, jazz o electrónica) en diferentes escenarios. En abril, mayo, junio y septiembre, la Ópera Estatal de Viena (wiener-staatsoper.at) ofrece sus espectáculos a través de una pantalla gigante situada en un lateral del teatro. Disfrutaremos de Mozart, Strauss, Wagner, Verdi, Puccini y muchos otros sin rascarnos el bolsillo. Tampoco es que acceder al interior de la Ópera suponga la ruina: la entrada puede ser muy barata, solo 3 o 4 euros si se adquieren localidades de pie (para lo cual hay que hacer cola un par de horas antes de la obra, porque no se venden anticipadamente). Otro chollo es el Festival de Cine Musical (filmfestival-rathausplatz.at), que de junio a septiembre ofrece la posibilidad ver gratis películas (tanto de música pop como óperas) en una pantalla de 300 metros instalada en la Plaza del Ayuntamiento. La única pega es que los asientos son limitados y los primeros en llegar se quedan con el sitio. No hay como ser pobres para andar vivos.
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