No podría llamarse de otro modo: Belle-île, la isla bonita. La mayor de las islas bretonas, situada a 14 kilómetros de la península de Quiberon en Francia, es un destino de naturaleza exuberante salpicada de apacibles pueblos de casas de colores. De ella se enamoraron personajes tan sensibles a la belleza como el pintor Claude Monet o la mítica actriz francesa Sara Bernhardt, quien pasó aquí innumerables veranos. Acantilados de vértigo y un mar desenfrenado contrastan con la calma de playas tan fantásticas como la de Grand Sables, de una finísima arena blanca ideal para el baño. Localidades como Le Palais, con su encantador puerto pesquero y su fortaleza diseñada por Vauban, o Sauzon, con su muelle lleno de cafés y restaurantes, son dos buenos ejemplos de pueblos donde sentir el bon vivre de los bretones. No se equivocaba el gran pintor impresionista, toda la isla es una paleta de paisajes memorables.
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