Pueblos ‘slow’ para viajeros tranquilos
Hay quien se divierte comiendo una hamburguesa de plástico en una ciudad abarrotada y ruidosa. Y hay quien prefiere tomarse unos txipis en el puerto de Lekeitio o un arroz a la cazuela en la villa medieval de Pals. Son dos de los pueblos españoles que integran la red de municipios por la calidad de vida Cittaslow, destinos ideales para el turista tranquilo, el que de verdad sabe viajar.
Primero surgió el movimiento Slow Food (slowfood.com, que defiende la buena cocina tradicional, de kilómetro cero) y luego el de las Ciudades Slow (cittaslow.org y cittaslow.es), una red internacional que agrupa a 232 municipios preocupados por la calidad de vida. Todos son lugares de menos de 50.000 habitantes, donde abundan las zonas peatonales, los pequeños comercios, los artesanos, los huertos tradicionales; que cuidan el urbanismo, el paisaje, la gastronomía local y la hospitalidad con los visitantes. Promueven el uso de energías renovables y velan para que su aire sea puro y sus noches, silenciosas como el interior de una cámara acorazada. En España, son estos ocho.
LEKEITIO (BIZKAIA)
Cuando baja la marea, un espigón de 400 metros de longitud emerge de las aguas en la playa de Isuntza y se puede ir caminando sobre su superficie tapizada de algas hasta la isla de Garraitz. Este insólito paseo anfibio, regido por el ritmo parsimonioso de las mareas, es lo más bello de Lekeitio y la quintaesencia de lo slow. Otro paseo tranquilo es el que lleva hasta el faro de Santa Catalina (faro-lekeitio.com), el único visitable del País Vasco. Y otro, el que recorre las calles y los muelles de este antiguo puerto ballenero, donde a cada paso se descubre un lugar apetecible para tomar un txikito, un pintxo o uno de los pescados recién descargados de las merluceras.
RUBIELOS DE MORA (TERUEL)
Difícil hallar un destino más slow, más tranquilo y apartado del mundo, que este pueblecito escondido en la montuosa comarca de Gúdar-Javalambre, en el sur de Teruel. Tranquilo y bonito, que hace ya unos cuantos años recibió el Premio Europa Nostra por la esmerada restauración de sus dos portales medievales, su convento gótico, su iglesia y sus muchas casas palaciegas. Casas como la que ocupa el hotel Los Leones (losleones.info), del siglo XVII, con restaurante donde la trufa negra de Teruel es protagonista. Después de cenar, nada como amodorrarse en el ático contemplando el cielo inmensamente estrellado de esta comarca, que es reserva y destino turístico Starlight.
PALS (GIRONA)
Este pueblo del Baix Empordà no es que sea slow: es que los relojes se pararon hace mil años en su núcleo medieval, el Pedró, para pasmo del visitante que se descubre paseando entre tumbas antropomorfas, murallas, bóvedas, arcos de herradura, portaladas, ventanas románicas y góticas… Entre la villa y la playa kilométrica, se extienden los arrozales de Pals, de donde sale un producto de suprema calidad. Es buena idea visitar el Molino de Arroz de Pals (arrosmolidepals.com), de 1452. También tomar el típico arroz a la cazuela en el restaurante Es Portal (esportalhotel.com). Y luego, para bajar el arros, dar un paseo por los cultivos: a pie, en bici o en segway (livetour.cat).
MUNGUIA (BIZKAIA)
Todos los viernes, en la antigua iglesia de Andra Mari, las aldeanas de las vecindades de esta localidad vasca venden alubias rojas, pimientos verdes y talo, una torta de harina de maíz reconocida por la asociación Slow Food como producto baluarte (tradicional, artesanal y de gran calidad). Para alojarse, hay un hotel a la medida del viajero slow: el Palacio Urgoiti (palaciourgoiti.com), un edificio del siglo XVII que se desmontó para dejar paso a una autopista y cuyas piedras, almacenadas en Bilbao, perdieron su numeración durante la riada de 1983, de forma que, para rehacer el rompecabezas, se necesitaron dos largos años. Todo un monumento a la calma.
MORELLA (CASTELLÓN)
Encaramada sobre una picuda teta caliza en el abrupto norte de Castellón, Morella observa impávida el alocado correr de los siglos como si la cosa no fuera con ella. Dos kilómetros de muralla circular y 16 torres mantienen a esta villa encerrada en su propia belleza, ajena a la peste del progreso. Tan bien defendida está, que al carlista Cabrera no le quedo otra que tomarla a través de una cloaca, un ardid más propio de una rata que del Tigre del Maestrazgo. La base ideal para explorarla es el hotel Cardenal Ram (hotelcardenalram.com), un edificio gótico del siglo XVI con restaurante que ofrece lo mejor de esta tierra: cecina, trufa negra, cuajada…
BEGUES (BARCELONA)
En la cueva de Can Sadurní, en Begues (begues.cat), se han hallado los restos de fermentación de cerveza más antiguos de Europa, de hace 6.300 años. A raíz de este descubrimiento sorprendente, han surgido la cerveza Encantada (una recreación de aquella bebida) y la Feria de la Cerveza Artesana de Begues, una excelente ocasión para visitar este pueblo slow del Baix Llobregat. Al lado de la cueva, está Can Sadurní (montaudesadurni.com), una masía del siglo XVI con bodega visitable donde se elabora vino y cava y con restaurante para comer de lujo a base de calçots y carnes a la parrilla. Con vino de la casa. O con cerveza neolítica.
BEGUR (GIRONA)
Villa de tradición marinera y migratoria, Begur tiene nada menos que 15 casas de indianos. Una buena ocasión para conocerla es la Feria dels Indians, el primer fin de semana de septiembre, cuando todo el mundo se viste de blanco caribeño para disfrutar de la música cubana, las habaneras y las degustaciones de mojitos y piñas coladas. Y otra, la Campanya Gastronòmica del Peix de Roca, en mayo, para probar los platos que elaboran con este pescado los restaurantes de la localidad. Pero lo que atrae al viajero tranquilo, sobre todo, son sus calas escondidas entre pinos y acantilados: como la Illa Roja, nudista, o como la de Fonda, con agua del más puro azul turquesa.
BALMASEDA (BIZKAIA)
Balmaseda presume, porque puede, de ser la primera villa que se fundó en Bizkaia, en 1199. De aquella época (o poco después) es el precioso puente de la Muza, sobre el río Cadagua, que aún conserva el torreón donde se pagaba el pontazgo. Hay que visitar la antigua fábrica de boinas La Encartada (tel. 946 80 07 78), un gran complejo textil que funcionó de 1892 a 1992. Y probar la típica putxera, un guiso de alubias que tiene su origen en la olla que cocinaban los maquinistas del ferrocarril La Robla-Bilbao con el vapor de la locomotora. La hacen en Los Gemelos (restaurantelosgemelos.com) y, por encargo, en Pintxo i Blanco (tel. 637 80 35 16).
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