Nápoles: pistas para enamorarte de su caótica belleza
Todo el encanto del sur italiano, soleado, anárquico, vociferante, se condensa en esta ciudad marinera, una de las más antiguas, artísticas y hermosas. Descubrirla es una inyección de buen vivir que se expresa en su furor callejero, en su memoria arqueológica, en sus ráfagas de cultura alternativa y en su pizza universal y gloriosa.
Vivir a los pies del Vesubio tiene ese algo de explosión telúrica que marca el carácter napolitano, tan caótico, tan bullicioso, tan irresistiblemente bello. Nada puede ser más italiano en el sentido auténtico de la palabra que la ciudad de la pizza, la tercera más grande del país, alentada por un aire marinero, racial, algo canalla, pero tan vivo que resulta imposible no sucumbir a su encanto.
Esta ciudad italiana es el extremo opuesto a una urbe de postal, estática e impoluta. Nápoles es puro movimiento, griterío, energía que se desborda. Y en esa ausencia de cordura, en ese discurrir anárquico, radica toda su magia. Pero ojo, que también esta ciudad histórica esconde rincones de insospechada elegancia e incluso una vena sibarita solo apta para adscritos a lo trendy. Y entre medias, arte, mucho arte, el de miles de años atrás y otro más underground que conquista la escena alternativa.
LO QUE SE VE
No hay que dejar pasar el casco antiguo, aunque sea lo más evidente. Porque se trata de uno de los más grandes de Europa, declarado Patrimonio de la Humanidad, en el que además se repasa la historia de la ciudad. Es decir, la estela de todas las civilizaciones que han trenzado su existencia: griegos, normandos, romanos, bizantinos, franceses… sin olvidar que durante siglos también fue metrópoli española.
Muchos son los hitos que irán asaltando al caminante. Desde la piazza Garibaldi, la más importante, sede de la estación central y nudo de las comunicaciones, hasta la calle Spaccanapoli, flanqueada de monumentos, que corta la ciudad en dos en una perfecta línea recta. Desde la plaza del Plebiscito, presidida por el Palacio Real y la basílica de San Francisco de Paula; hasta las elegantes calles de Chiaia, Via dei Mille, piazza dei Martiri y via Calabritto, que son la meca de las compras de lujo.
También cementerios, catacumbas y yacimientos arqueológicos. Galerías (dicen que la ciudad se podría recorrer toda entera bajo tierra) y, por supuesto, edificios religiosos como la catedral y las iglesias de Santa Clara (con su magnífico claustro) y de San Lorenzo el Mayor, solo por poner un par de ejemplos. Y castillos estupendos como el Nuevo (conocido como Maschio Angioiono); el castillo de San Telmo (al lado de la Cartuja), desde donde se obtienen las mejores vistas de la ciudad abigarrada; y el castillo del Huevo, en el golfo, cuyo nombre proviene de una leyenda. ¿Un buen lugar para comer por aquí? El restaurante Trasatlántico (transatlanticonapoli.com/es) con excelente pulpo y pescado.
LO QUE SE SABOREA
Pero Nápoles es también su trasiego popular, el clamor de sus mercados, el aroma a pizza recién horneada o el sabor de una sfogliatella, el dulce típico de la ciudad, algo así como un crujiente relleno de ricota. Y todo esto se puede hallar en el barrio Pignasecca, uno de los más vivos gracias a la Universidad, y también de los más sabrosos, pues en él se concentran los tenderetes de pescado, las famosas tratorías y los puestos que dispensan comida callejera, una práctica típicamente napolitana que se anticipa a la moda del streetfood.
Recorremos el barrio en busca de esta otra esencia. Y así, en una misma calle, encontramos la histórica Pizzería Da Attilio (pizzeriaattilio.jimdo.com) con su pizza en forma de estrella; la Tripería Fiorenzano (Pignasecca, 14), pionera en esa tradicional costumbre de comer tripas con sal y limón; y el concurrido puesto de Friggitoria (Pignasecca, 48) donde, entre otras delicias fritas, se vende la fritattina (pasta con patata frita) o los famosos arancini (croquetas de arroz, carne y guisantes).
Los más golosos también tienen donde elegir, pues por estas calles se dispersan múltiples pastelerías. Como Leopoldo Infante (leopoldoinfante.it), con auténticas ‘bombas de relojería’; Scartuchio (scaturchio.it), clásica y elegante, con pasteles de toda la vida; o Poppella (Santa Brigida, 69), artífice de un dulce que enloquece a los napolitanos: el fiocco di neve, un brioche relleno de crema, ricota, nata y un ingrediente secreto.
LO QUE SE VIVE
Pero lo que también encontramos aquí es la movida juvenil, el escaparate underground, los locales donde ver y ser vistos. Está en la piazza Bellini, siempre atestada de estudiantes. Allí se alza el popular bar Peppe Spritz, aunque nadie lo hallará por ese nombre sino por el de Caffe dell’Epoca (Constantinopoli, 82). También Le Meleme (frente a las ruinas de la ciudad griega) y otro local concebido para el arte contemporáneo: Spazio Nea (spazionea.it), debajo de la Biblioteca Universitaria, un agradable bar-multiespacio con terraza, donde se celebran exposiciones, performances y conciertos en vivo.
A pocos pasos, en un callejón, late una suerte de Lavapiés napolitano, con curiosos establecimientos como Perditempo (San Pietro a Maiella, 8), un café literario con libros, vinos y vinilos. Y después la via dei Tribunali, con una famosa pizzería donde se viene a ver los partidos de fútbol: Vesi (vesi.it), el lugar ideal para contagiarse del vociferante ritmo de la ciudad.
MUY PRÁCTICO
La mejor forma de llegar a Nápoles es con Iberia Express (iberiaexpress.com), que tiene vuelos directos desde Madrid a precios muy interesantes.
El hotel Royal Continental (royalgroup.it/royalcontinental/it), frente al castillo del Huevo, es una opción ideal para alojarse por su ubicación céntrica, su confort y sus vistas excelentes.
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