De Llanes a Castropol, una ruta por las villas y pueblos marineros más bonitos de la costa asturiana

Con la mirada siempre puesta en el mar, hay que ponerse al volante para recorrer esta franja costera, una de las mejor preservadas de la península. En el camino, de oriente a occidente, un montón de pueblos deliciosos en los que hacer parada, primero porque tienen cascos históricos con mucho encanto, pero también por ver el trajín de sus animados puertos pesqueros y, cómo no, saborear sin prisas esos deliciosos productos que se extraen del Cantábrico. Todo muy marinero.

por hola.com

El Cantábrico ha moldeado caprichosamente la costa de Llanes, dejando un montón de playas deliciosas –Cuevas del Mar, Torimbia, la insólita de Gulpiyuri y hasta la urbana del Sablón. Por eso no hay mejor punto de partida que esta villa marinera para iniciar la ruta que hilvana un puñado de pueblos asturianos encantadores. Porque Llanes lo es, con un casco histórico abarrotado de palacios y casas blasonadas, un rico conjunto de arquitectura indiana, el paseo de San Pedro que recorre el adarve de la muralla y el puerto más artístico de España, que el artista Agustín Ibarrola creó con sus Cubos de la Memoria.

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A menos de una treinta de kilómetros está Ribadesella, la villa que cada mes de agosto se convierte en centro de atención durante el descenso del río Sella, una fiesta de interés turístico internacional. Si no coincide el pueblo sigue teniendo atractivos, que por algo se convirtió en el siglo XIX en una refinada colonia veraniega que plantó sus elegantes chalés frente a la playa de Santa Marina. La cueva de Tito Bustillo, declarada Patrimonio de la Humanidad, sus sidrerías y en su entorno, las huellas de dinosaurios que rastrear en su cosa dan para mucho.

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A 25 kilómetros espera en una empinada ladera de un rocoso acantilado el escalonado y pintoresco caserío de Lastres, con su torre del Reloj, su barrio de mareantes y las empinadas y zigzagueantes calles que descienden hasta el borde mismo del mar, donde se abre un recogido y secular puerto pesquero, en el que asistir a la rula del pescado cuando los pesqueros llegan al muelle por la tarde y después acabar probando una caldereta con esos frescos y sabrosos pescados. Si hace sol, llegar hasta la playa de la Griega también es muy apetecible.

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Bordeando la ría de Villaviciosa y poniendo de nuevo la mirada en el mar, espera Tazones, famosa por ser la villa donde el emperador Carlos V pisó por primera vez la Península allá por el 1517 para ser coronado rey, Tazones ahora lo es también por ser una de las villas marineras más bonitas y entrañables de la costa asturiana, donde se llega para admirar sus casas adaptadas a la pendiente, pero sobre todo a comer, que los pescados de su puerto tienen merecida fama.

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Conduciendo cuarenta kilómetros más por la costa está Candás, la capital del concejo de Carreño, que merece un largo paseo y un vistazo desde abajo para ver el trajín de barcos de su puerto, pero también desde arriba, bien desde la cuesta de La Formiga, en el monte Fuxa, que lleva a la ermita de San Roque, bien desde el mirador del faro. Hay otros paseos para el recreo visual, como el que bordeando la playa de Candás –con la peña Furada como insignia– y la llamada de la Palmera enlaza el paseo marítimo con Perlora.

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A solo cinco kilómetros, Luanco ejerce de capital del concejo vecino, el de Gozón, una villa con mucho encanto que preside una amplia ensenada con buenas playas, el antiguo puerto que en el pasado rivalizó con Candás como plaza ballenera y mucha animación veraniega de terracitas, sidrerías y restaurantes donde se come buena cocina marinera. Por su casco histórico, sobre todo por la calle de la Riba, va asomando su larga colección de edificios notables, como la torre del Reloj y la iglesia de Santa María, y también casas pintorescas.

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Poco más de media hora se tarde en llegar al precioso pueblo de Cudillero, recogido sobre sí mismo en lo alto de una montaña y frente al mar. Cudillero hay que pasearlo y descubrir sus rincones para acabar, siempre, ineludiblemente recalando en el puerto viejo, donde empiezan y acaban todos los caminos. Y de allí moverse a la plaza de la Marina, repleta de restaurantes y tascas para degustar los mejores pescados y mariscos que llegan cada día al puerto. Más frescos, imposible. 

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Después de hacer una parada en la playa del Silencio, la costa occidental asturiana alcanza menos de 30 minutos después la bonita Luarca. La llaman la “villa blanca de la costa verde” y tiene fama por su puerto pesquero, sus impresionantes miradores –como el del Chano–, las vistas desde su cementerio y sus edificios de arquitectura indiana del barrio de Villar, entre los que se encuentra la antigua casa del premio Nobel Severo Ochoa. 

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El itinerario continúa hasta llegar, solo veinte minutos después, a Tapia de Casariego, el preferido por los surferos por las olas de sus playas. Merece la pena darse una vuelta por su puerto pesquero lleno de encanto y caminar hasta su faro, ubicado en una isla, pero, sobre todo, por disfrutar de la animación que le otorgan sus bares y restaurantes en los meses de verano, cuando son numerosos los que se sientan a degustar la gastronomía de la zona. 

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Diez minutos más allá está Castropol, que luce señorial en un promontorio escalonado que desemboca en la ría del Eo, frontera natural entre Asturias y Galicia. Interesante es un casco histórico, adornado con palacios, casas blasonadas, capillas, iglesias y plazas; con mucho sabor, el aroma marinero de sus fogones, especialmente el de sus afamadas ostras, y activa, su vocación a los deportes náuticos: windsurf, kayak, pesca y un sinfín de posibilidades en este privilegiado escenario natural entre el Eo y el Cantábrico.

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