Barcelona en 48 horas: la ciudad generadora de tendencias
Moderna, cosmopolita, orgullosa de una factura arquitectónica que no deja de reinventarse, a la capital catalana la vanguardia se le escapa por cada poro de su piel: en su fachada marítima, en sus avenidas burguesas, en ese alarde gótico enrevesado por los sueños de Gaudí. Dos días apenas dan para vivirla como se merece, pero he aquí una ruta para principiantes por lo más básico de la ciudad condal.
Eclecticismo urbanita y romanticismo mediterráneo, una adorable conjunción de mar y montaña y ese pulso de ciudad adalid que convierte en tendencia todo lo que toca. Así es Barcelona, siempre dispuesta a ser conquistada. Un cortejo que se cocina a fuego lento hasta caer rendidos a sus pies. Porque aunque el amor total llega al explorar sus recovecos, primero hay que empezar por lo más visible, por lo que nadie debe perderse en una aventura de fin de semana.
VIERNES
Buen día para una primera toma de contacto con el ambiente de la ciudad. Llegarás tarde para la cultura, así que lo suyo será salir a picar algo. Por ejemplo, en el Born, el barrio bohemio por excelencia, que prende la mecha del trasiego nocturno una vez apagados sus escaparates de ropa vintage. Aquí, en sus rincones de reminiscencia medieval, encontrarás bares donde tomar unas tapas como Tapeo (tapeoborn.cat), o Elsa y Fred (elsayfred.es/es). Pero también renombrados restaurantes para cenar en toda regla: La Paradeta (laparadeta.com) para amantes del pescado y marisco; El Foro (restauranteelforo.com), de cocina argentina; o Salero (restaurantesalero.com) de aquello llamada cocina con conciencia.
Pero, sobre todo, encontrarás gente guapa, buen rollo de fin de semana y muchas ganas de quedarte hasta las tantas. Puedes hacerlo si quieres, que para eso está la Sala Magic (magic-club.net) que promete una noche incombustible. Pero conviene madrugar mañana. Y total, al Born volverás seguro.
SÁBADO
Sí, tendrás que regresar a este cogollo de calles adoquinadas no solo por ver su rostro diurno (animadas terrazas, balcones floreados) sino también por admirar la Basílica de Santa María del Mar, la más perfecta muestra del gótico catalán. Y también para visitar el Museo Picasso tempranito, antes de que lleguen las hordas de turistas. Ya puestos, conviene cruzar la Vía Laietana para recorrer el Barrio Gótico y perderse sin prisa por su laberinto de piedra, descubriendo una joya a cada paso: la Catedral de Barcelona, la Plaza del Rey con su conjunto de edificios medievales (uno de ellos alberga el Museo de Historia), la plaza Sant Jaume con el Ayuntamiento y el Palacio de la Generalitat, y finalmente la Plaza Real, donde podrás dedicarte un merecido descanso mientras contemplas sus edificios porticados de estilo neoclásico, la fuente de las Tres Gracias y esas dos farolas de seis brazos que fueron diseñadas por un jovencísimo Gaudí.
Así, sin querer, irrumpirán Las Ramblas, la arteria más célebre de la Ciudad Condal. Quioscos, terrazas, puestos de flores, el Gran Teatro del Liceo y el pintoresco Mercado de la Boquería flanquean el eterno desfile de personas (y personajes) en el que todo puede suceder. Habrá que recorrerla hasta el final porque es la forma de llegar al mar, que ya estábamos tardando mucho…
Y es que Barcelona es Mediterráneo y esto se aprecia en el aroma a sal de su fachada marítima y en el glamour de su Puerto Olímpico. Y también en las playas en hilera, atestadísimas en verano, y en el carisma de la Barceloneta, antiguo barrio de pescadores que ha sabido preservar el sabor popular de aquellos tiempos previos a las Olimpiadas, cuando la ciudad vivía de espaldas al Mare Nostrum. Después llegaría el puente peatonal de la Rambla de Mar y el complejo de ocio del Maremàgnum para poner el contrapunto moderno a esta bella huella portuaria. Es un buen lugar para comer un arroz. Aquí o en la hilera de restaurantes que se suceden mirando el horizonte azul. Entre ellos, 1881 Per Sagardi (gruposagardi.com), Agua (grupotragaluz.com/restaurante/agua) o Arenal (arenalrestaurant.com).
Ya en la tarde, una opción interesante es subir a la montaña mágica. Nos referimos a Montjuic (se puede llegar a pie o en funicular), excelente mirador para contemplar la ciudad en cuya cima se asienta el famoso Castillo. También es una opción ideal para escapar un rato del asfalto: en los jardines de Joan Maragall que rodean el Palauet Albéniz, o en el Jardín Botánico, un poco más al sur, con toda su variedad de flora. Tampoco allí hay que perderse el Pueblo Español, con su bella representación de rincones de la geografía española, ni la Fundación Joan Miró, con su interesante colección de obras surrealistas. Y para terminar la visita, si se decide bajar andando, nada como asistir al espectáculo de luces y agua de la Fuente Mágica (consultar horario según temporada en w110.bcn.cat) situada entre la Plaza de España y el Museo de Arte de Cataluña.
Quedará la cena, que será a gusto del consumidor. ¿Qué tal un restaurante del que todos hablan como Tickets (ticketsbar.es), de los hermanos Adrià /Iglesias?... ¿O quizás uno de auténtica cocina catalana tipo Petit Comitè (petitcomite.cat/es), de Nandu Jubany? Puede que lo que interese sea el descubrimiento propio. Dejarse llevar por la intuición (casi) nunca decepciona.
Los noctámbulos encontrarán en Barcelona opciones para dar y tomar, pero aquí van unos cuantos clásicos: la mítica Sala Apolo (sala-apolo.com), la Sala Razzmatazz (salarazzmatazz.com), Marula Café (marulacafe.com), Sidecar Factory Club (sidecarfactoryclub.com).
DOMINGO
Ya es hora de conocer a Gaudí, que se estaba haciendo el esquivo. Habrá que comenzar por la Sagrada Familia, tal vez el más fotogénico monumento de la capital catalana y la joya de la corona del genial artista. Sobran las palabras para semejante mole inacabada, capaz de sobrecoger al más duro. Después (o antes, según convenga) hay que acercarse al Parque Güell para asistir a un conmovedor encuentro entre naturaleza y arquitectura: coloridos mosaicos, formas ondulantes… un rincón único en el mundo.
Pero aquí no acaba el disfrute modernista. Muy al contrario. La siguiente parada será el Eixample, escaparate de sus obras maestras. Encontramos entonces la ‘manzana de la discordia’, ese tramo del Paseo de Gracia donde la burguesía vino a demostrar que las fachadas opulentas eran un signo de estatus social. La Casa Lleó Morera, la Casa Amatller y la Casa Batlló son algunos de sus ejemplos. Pero no hay que olvidarse, también en esta calle, del paradigma de este estilo: la Casa Milà, más conocida como La Pedrera, cuya originalidad deja con la boca abierta. Si además se asciende a su terraza para contemplar la panorámica, el remate será perfecto.
En esta misma calle podemos aventurarnos a un homenaje gastronómico, el que tiene lugar en Moments, poseedor de dos estrella Michelin. Está ubicado en el hotel Mandarin Oriental (mandarinoriental.es/barcelona/fine-dining/moments) y ofrece platos creativos, frescos y saludables dirigidos por la chef Carme Ruscalleda y su hijo Raül Balam.
Lo que toca ahora es apurar los últimos momentos con un paseo por esta emblemática calle, cuyas fachadas suponen todo un museo al aire libre (enumerarlas todas sería una labor titánica). Advertimos que también en ella residen las tiendas más elegantes, las más prestigiosas firmas de moda, por si la idea es darse un capricho.
Pronto daremos con la esquina de otro famoso enclave barcelonés: la Plaza de Cataluña, destacado epicentro del ocio (tiendas, centros comerciales, hoteles, bares, restaurantes…) y escenario de eventos multitudinarios. Puede ser un broche de oro… o tal vez un nuevo punto de partida, si todo vuelve a empezar. Porque dicen que quien bebe agua de la cercana Fuente de Canaletas (allí donde el Barça celebra sus triunfos) no tiene más remedio que regresar a la Ciudad Condal.
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