Naoshima, la isla japonesa de las calabazas gigantes
A Naoshima hay que llegar con la mente muy abierta porque esta isla rompe todos los esquemas. No se parece a ninguna otra: aquí crecen calabazas gigantes al borde del mar, los museos son hoteles y se encuentran bajo tierra y la estatua de la libertad se cuela dentro de una casa desestructurada… Cuesta entenderlo, pero es lo que tiene el arte contemporáneo. De eso esta pequeña y tranquila isla del Mar Interior de Japón sabe mucho, que por algo es conocida como la isla del arte y la arquitectura moderna. Esto es lo que más nos ha sorprendido de ella.
A PIE O EN BICICLETA
Naoshima es una pequeña isla japonesa, tiene poco más de ocho kilómetros cuadrados. Cuando llegas ves que hay pocos coches, pero es que en ella todo el mundo se mueve a pie, en bicicleta o en los pequeños buses que, desde el puerto de Miyanoura –15 o 20 minutos en ferry desde Okayama– (también se puede acceder desde el de Takamatsu), acercan a los visitantes a sus dos principales puntos de interés: el pueblo de Honmura y Benesse House, su centro artístico. Caminando das la vuelta a la isla en menos de dos horas, pero es que además de hacer ejercicio es la mejor forma de de no perderse ni las evocadoras vistas al archipiélago de Seto ni la colección de esculturas contemporáneas desperdigadas por todas partes. Te encuentras con ellas en la costa, semi enterradas en la playa, en los muelles...
UN CONTENEDOR DE ARTE
Naoshima no es un lugar tan conocido, apenas nos encontramos con viajeros europeos, no figura entre los imprescindibles de Japón y, sin embargo, es un enclave onírico; para muchos, todavía un secreto. Hace sesenta años era solo una isla de pescadores y salinas, una más de las 3.000 que salpican el Mar Interior de Japón, pero Tetshuhiko Fukuture, creador del imperio editorial que lleva su nombre, puso su mirada en ella para crear un lugar que mostrara el poder transformador del arte. Y así empezó todo. Primero las exposiciones y, a mediados de los noventa, el proyecto Benesse, una colección de obras de arte y arquitectura mimetizada con la naturaleza que, de la mano del premiado arquitecto japonés Tadao Ando, buscan la reflexión y la meditación a través del minimalismo y el silencio.
LOS MUSEOS, BAJO TIERRA
A vista de pájaro, unas aberturas en la tierra de distintas formas geométricas desvelan que en el subsuelo de la isla se esconde algo. Son los museos del proyecto Benesse, construidos en buena parte ocultos para evitar alterar su bello paisaje natural de colinas, playas y verdor. La foto la vemos en el folleto que nos dan en la taquilla de entrada al Chichu Art Museum, pero aunque no podamos verla desde las alturas, en su interior todo nos sorprende: la deslumbrante sala de color blanco y suelo de mármol de Carrara donde, después de descalzarnos, contemplamos los nenúfares de Claude Monet, los juegos de luz de James Turrell, la gigantesca esfera de Walter De Maria. Cerca queda el museo Lee Ufan, dedicado en exclusiva al artista coreano. Ambos creados con mucho cemento y piedra y con grandes espacios diáfanos abiertos al horizonte, milimétricamente ejecutados, como es el perfeccionista espíritu japonés.
UN MUSEO PARA PASAR LA NOCHE
¿Un hotel-museo o un museo-hotel? Solo después de dormir en el mejor alojamiento de Naoshima entendemos que Benesse House es ambas cosas a la vez, porque no se sabe dónde empieza uno y acaba el otro, ambos son todo uno. La idea la tuvo el japonés Tadao Ando, ganador del premio Pritzker y creador de este conjunto arquitectónico que conforman el Museo y el Oval –donde se encuentran las habitaciones, en este último seis únicas estancias accesibles solo para huéspedes en monorraíl–, un parque salpicado de esculturas vanguardistas y la playa que se abre a él. Unos 300 euros cuesta dormir aquí, pero a cambio, es un privilegio moverse libremente día y noche entre obras de arte que artistas japoneses e internacionales han creado inspirándose en el entorno natural y la arquitectura de la isla. También es un lujo comer en el restaurante del museo, donde probamos alta cocina japonesa, desayunar calentitos tras los cristales de la panorámica cafetería mirando al mar, hacerse con una miniatura de una obra original en su tienda y acabar relajándonos en su moderno spa, aunque en esta isla nada sea más fácil.
CALABAZAS AL BORDE DEL MAR
El icono de Naoshima es una calabaza de color amarillo que la artista Yayoi Kusama situó en un espigón construido en la playa de arena que se abre junto al hotel Benesse. Nadie que pase por aquí se resiste a fotografiarse con ella, delante, detrás o un lado, una y otra vez, al amanecer, al anochecer… No es la única, nada más llegar a la isla en el ferry, vemos en el puerto de Miyanoura otra de color rojo moteada en negro que nos invita a un divertido juego infantil entrando, saliendo o asomándonos por sus aberturas. Muy cerca de esta, otra obra de arte, esta vez en forma de baños públicos, donde además de asearse o relajarse uno se entretiene contemplando sus artísticos murales.
UN PUEBLO MUY ARTÍSTICO
Honmura es el pueblo donde se encuentran los servicios principales de esta isla de 3.000 habitantes que comparten su día a día con los amantes del arte que pasan por Naoshima, pero que mantienen sus oficios tradicionales, la pesca, principalmente. Por eso pasamos un rato entretenidos contemplando el trasiego de sus embarcaciones y nos quedamos asombrados de su curiosa forma de secar los pulpos al sol. Pero Honmura también es el lugar en el que se ha puesto en marcha otro proyecto artístico, en el que varios creadores han restaurado viejas viviendas para convertirlas en mini museos que mantienen viva la historia y las tradiciones japonesas. Los visitamos por libre, con un mapa en la mano que vamos sellando en cada uno de ellos; en una de estas centenarias viviendas de madera, el Ando Museum, dedicado al artífice creativo de Naoshima.
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