48 horas en Marrakech, tu guía 'on line' para perderte en la ciudad roja

Un fin de semana necesitarás para escaparte a esta caótica ciudad y empaparte de su ambiente recorriendo lo que queda delante o detrás de su muralla de adobe, especialmente la plaza de Jemaa el-Fna, pero también sus zocos, los nuevos barrios diseñados durante el Protectorado francés o el jardín que tanto gustaba a Yves Saint Laurent y donde reposan sus cenizas.

por ESPERANZA MORENO

VIERNES
No hay mejor primer contacto con la ‘ciudad roja’ que, nada más aterrizar, saborear dos de las grandes delicias de la ciudad: la primera es la gastronomía marroquí, de la que se puede dar buena cuenta a la hora de la cena en el restaurante Dar Moha (darmoha.ma) disfrutando de una experiencia culinaria única en un refinado riad; y después, tras sortear el caótico tráfico de motos, coches y bicis de su alrededor, llegar de noche a su mismo corazón, la plaza de Jemaa el-Fna, todo un universo de vida, sensaciones y aromas por donde se mueven músicos, acróbatas, adiestradores de monos, tatuadoras de henna, pitonisas… entre puestos de comida donde venden tajines de verduras, carne de camello, pinchos morunos, dátiles… Un universo único al que habrá que regresar de día porque en torno a este enorme recinto Patrimonio de la Humanidad gira el ritmo de la ciudad. Ya integrados en el ambiente, toca asomarse a este espacio desde otra perspectiva, y para ello hay que coger altura y subir a una de las terrazas que se abren a él, como la del Café de France (cafe-france-marrakech.com), donde tomar un té mientras se disfruta de una de las plazas más emblemáticas del mundo y de paso despedir el día con la mejor de las sensaciones.

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Para el descanso, el hotel Raddison Blue Carré Eden (radissonblu.com) es el cinco estrellas más nuevo de la ciudad, acaba de abrir sus puertas, está situado en una de las grandes avenidas comerciales de la ciudad, la de Mohamed V, en el barrio de Guéliz, y tiene todo lo que uno puede necesitar para una estancia de lujo. Habitaciones modernas con muebles de diseño –algunas suites familiares-, un spa con todo tipo de tratamientos, terrazas, bar, restaurante, centro fitness y una piscina que causa sensación, sus paredes son de cristal transparente y nadar en ella es lo más parecido a sentirse un pez en un acuario.

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SÁBADO MAÑANA
Desde el mismo hotel puede arrancar un paseo en calesa que, atravesando la vieja muralla de adobe, pasa por la mezquita de la Koutobia, a la que solo pueden acceder los musulmanes, pero sí contemplar desde sus pies su minarete. Es el más alto de Marrakech, sirvió como modelo para la Giralda de Sevilla y a sus pies se arrodillan miles de musulmanes después de la llamada de oración durante el mes de Ramadán –un espectáculo digno de ver desde la terraza Islane (islane-hotel.com).

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El recorrido se adentra en la medina, donde perderte unas horas –mejor guiados o provistos de un mapa en las manos- por sus estrechas calles llenas de recovecos mientras se sortean zocos, tiendas, palacios, museos y talleres de artesanos. Al sur se encuentra la Kasbah, un barrio con mucho bullicio, con sus puestos de verduras, pescado y carnes. En su entrada está la mezquita de la Kasbah –conocida por las bolas doradas que coronan su minarete, según la leyenda realizadas con el oro de las joyas de la esposa de Al Mansour (Almanzor)- y muy cerca las tumbas saadíes ­–que comprende los restos de unos sesenta miembros de la dinastía Saadí, el palacio El Badi  y el de la Bahía y sus jardines, construido a finales del siglo XIX con la intención de ser el palacio más grande de todos los tiempos. El paseo, en dirección norte hasta la mezquita Ali Ben Youssef y la Madrasa (escuela coránica), y hacia el este hasta las puertas de la ciudad, atraviesa el barrio judío o mellah, junto a la plaza de Ferblantiers, salpicada de palmeras, una ciudad en sí misma, con sus zocos gremiales que retrotraen en el tiempo y donde el trasiego de actividad es incesante. El recorrido acaba, finalmente, en el centro neurálgico de la ciudad, la plaza de Jemaa el-Fna, contemplándola de día mientras te refrescas con uno de esos zumos de naranjas recién exprimidos que te ofrecen a cada paso.

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SÁBADO TARDE
A la hora de comer, el restaurante La Sultana (lasultanahotels.com/Marrakech) es una referencia gastronómica no solo para sentarse a la mesa, también para colocarse el delantal y apuntarse a alguno de los talleres en los que aprender el arte de la cocina marroquí. Así después puedes dedicar la tarde a las compras en el zoco, regateando con los vendedores de alfombras, babuchas, pieles, joyeros y todo tipo de artesanos. O también salir un rato del exótico ambiente de la medina e ir a comer, a 10 minutos en coche de la plaza de Jemma el-Fna, a la zona nueva de la ciudad, los barrios de Guéliz e Hivernage, donde está Le Gran Café de la Poste (boulevard el-Mansour Eddahbi), ubicado en un edificio colonial de 1925 cuya cocina mezcla de francesa y marroquí gusta a la ‘gente guapa’ de Marrakech, y después recorrer las tiendas de las amplias avenidas de esta zona diseñadas en los años del Protectorado francés, especialmente las de ropa, complementos y decoración de la avenida de Mohamed V (Zara incluida). Elijas una u otra opción tienes que reservarte tiempo para relajarte en un hamman para cumplir con el ritual de duchas alternadas de agua helada e hirviendo y después un masaje de la cabeza a los pies, ya sea en Les Bains de Marrakech (lesbainsdemarrakech.com), en el de alguno de sus numerosos y lujosos riads o ir a tomarse un respiro antes de la cena al spa Eden del Raddison Blue Carré Eden. 

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Para la cena, una de las mejores opciones es acercarse a La Mamounia, el exquisito palacio de regusto árabe-andaluz levantado en los años veinte sobre las ocho hectáreas de jardines que, en el siglo XVIII, el sultán Sidi Mohamed Ben Abdellah ofreció como regalo de boda a su hijo Mamoun para, en Le Marocain, su restaurante marroquí, vivir una experiencia única de las mil y una noches en este reducto cercado por las murallas almorávides que rodean el casco antiguo de la ciudad roja.

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DOMINGO
La mañana del domingo la puedes dedicar a conocer los espacios verdes de la ciudad, como el jardín de la Menara, con su estanque y su característico pabellón, pero, sobre todo, a pasear por el jardín de Majorell (jardinmajorelle.com), en el barrio de Guéliz. Diseñado por el artista francés Jacques Majorelle, el diseñador Yves Saint Laurent y su pareja lo adquirieron junto a la casa-taller para vivir, instalar el Museo de arte islámico de Marrakech con parte de su colección privada y convertirlo en un jardín botánico con especies vegetales de los cinco continentes, entre las que destaca su colección de cactus y buganvillas, y donde pasarse una mañana de lo más relajado.

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A 3 minutos caminando está el restaurante Ksar El Hamra (restaurant-ksarelhamra.net/fr), perfecto para despedir con una comida tradicional, donde no deben faltar los típicos tajines, en su patio de naranjos al más puro estilo marroquí y poner así el broche final a un fin de semana en Marrakech cargado de sensaciones.

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