Oxford, un fin de semana para rejuvenecer

No esperes sentado a que descubran la fórmula mágica de la eterna juventud. De esta ciudad británica se vuelve con unos cuantos años menos y el ánimo de un colegial. Es lo que tiene alojar, desde hace siete siglos, a los estudiantes más brillantes del planeta. La esencia de la juventud habita ahí, y en primavera lo inunda todo.

por MIRIAM QUEROL

El viento deshoja las flores de los prunos, como si fuera confeti, y las glicinias, arrebatadas, maquillan de violeta las paredes de los edificios históricos. Es primavera en Oxford y parece que todo es una fiesta (y lo es). Grupos de estudiantes con sus consabidas togas y birretes celebran el fin de curso, las promesas de calor y de vacaciones: un ambiente alegre y contagioso que hace que uno quiera colarse en alguno de los casi cuarenta colleges de la celebérrima Universidad de Oxford, donde los estudiantes de los primeros años se estrenan en la vida universitaria de elite de esta ciudad de Inglaterra.

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DE COLLEGE EN COLLEGE
El Balliol es el más antiguo, tan rotundamente bonito como los famosos Magdalen (donde estudió Oscar Wilde) o Christ Church (hoy aún más célebre por servir de escenario a las tribulaciones, barita en mano, de Harry Potter). Son privados y exclusivos, y las horas de visita son limitadas, por lo que conviene confirmar horarios. Pero si el cartel de “not entry” está retirado, no lo dudes y paga las dos o tres libras de la entrada: encontrarás bibliotecas, estancias y recovecos maravillosos dedicados al saber desde tiempos remotos. Con lugares así, donde uno casi escucha el rumor del pensamiento, es fácil comprender que de esta ciudad hayan salido cuarenta y tantos premios Nobel, decenas de mandatarios (entre otros, Bill Clinton o Tony Blair) y miles de literatos y académicos.

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Uno de ellos, Charles Dodgson (alias Lewis Carroll) ha dejado el rastro de Alicia en el país de las maravillas en un montón de rincones de la ciudad, como la tienda Seriptum Fine Stationery, abarrotada de estampas, postales, libros y cuadernos de la niña que cayó en la madriguera. Está en una semiesquina de High Street, la arteria principal de la ciudad, por donde circulan cientos de bicis (para alquilar una, The Handle Bar, en St. Michael's Street, bicibar situado junto al Society Cafe, un buen lugar para quienes busquen una alternativa de altura al té). Por High Street pasarás una y otra vez durante el fin de semana, y seguro que te tentarán sus muchas tiendas, como The Pod Company, repleta de caprichos y gifts de diseño, o Pens Plus, donde seguro que más de un erudito ha comprado material de estudio.

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Armado de inspiración, libreta y estilográfica, entra en el Jardín Botánico, el más antiguo de el Reino Unido. Desde allí se obtienen fantásticas vistas del río: en la otra orilla, los niños juegan al críquet, los estudiantes del Magdalen pasean y las típicas balsas impulsadas por un largo palo navegan por el Támesis, rememorando los picnics eduardianos (frente al Botánico, en el puente Magdalen hay un puesto de alquiler). Al otro lado, en los jardines, plantas medicinales, tulipanes, liliums y crocos de todos los colores perfuman el ambiente mientras los visitantes toman el sol (con suerte) en un césped tan perfecto como una alfombra persa. A la sombra de un tejo centenario, se puede descansar, leer, escuchar el silencio o anotar todas las cosas bellas que se han visto en el día. ¡Igual hasta te sale una poesía!

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Y DEL LUNCH A LA PINT
A la hora del lunch, los días soleados, el Vaults & Gardens se abarrota de estudiantes y turistas. Es lógico: su menú es estupendo y el pequeño jardín que le da nombre, junto a la University Church, es una delicia. En frente se alza la imponente Cámara Radcliffe, que hoy forma parte de la Biblioteca Bodleiana, la más importante de Reino Unido después de la Británica. Es el hit turístico de Oxford y en algún momento del fin de semana la visitarás. Si vas antes del 18 de septiembre, no te pierdas, en la Weston Library de la Boldeian, la exposición Shakespeare's Dead, que conmemora el 400 aniversario de la desaparición del escritor con una exquisita colección de libros e ilustraciones que reflexiona sobre la idea de la muerte.

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Saldrás con sed de vitalidad, y qué mejor que calmarla con una pint de cerveza Ale de grifo en alguno de los pubs de la ciudad. Por ejemplo, The Chequers, en High Street, con una coqueta terracita interior y mucho, mucho ambiente. Justo en frente se esconde Covered Garden, un agradable mercado para curiosear y refugiarse de la lluvia que, hazte a la idea, puede aparecer en cualquier momento. En los pisos de arriba, el Varsity Club espera con el mejor rooftop de la ciudad. Si se acerca la hora del atardecer y el cielo está despejado, el skyline de pináculos y torres, con la campiña inglesa de fondo, es todo un espectáculo. Con algo de picar y un vaso de Pimm's (típico cóctel inglés a base de ginebra, limonada y frutas) en la mano, es casi un pecado no brindar por todas las cosas buenas de la vida.

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ARTE PARA CURIOSOS
No te costará mucho madrugar a no ser que lleves antifaz (comienza a clarear muy pronto). En los hoteles que te recomendamos más abajo te recompensarán con pantagruélicos desayunos british o continentales. O puedes ir a The Grand Café, la house coffee inglesa más antigua del país, del siglo XVII, y pedirte un perfumado Lady Earl con tarta de frambuesas para comenzar el día con ánimo aristocrático.

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Si tienes que elegir un museo, te aconsejamos el Ashmolean, originalmente un “gabinete de curiosidades” creado por un anticuario del siglo XVII que hoy atesora joyas arqueológicas, libros, grabados y grandes de obras de Turner o Miguel Ángel. Tiene una terraza en la azotea preciosa. Y pásate por el Modern Art Oxford, una nave industrial en el céntrico callejón de Pembroke Street con exhibiciones temporales, una tiendecita y una cafetería que también merece la pena curiosear.

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SE HACE CAMINO AL NAVEGAR
Resérvate la tarde para pasear por el Thames Path, ese sendero bucólico a orillas del río Támesis desde donde animar a las regatas estudiantiles. Por el camino, montones de embarcaciones privadas donde las familias suelen pasar las vacaciones, entre barbacoa y lecturas indolentes. Puedes llegar hasta Londres por ahí, pero es suficiente con que vayas al Port Meadow, a cuarto de hora andando, donde el viento es más fuerte, el paisaje más eléctrico y la vista más generosa que en ningún otro lugar de Oxford. Si hay niebla y las vacas están pastando entre la hierba y el barro, imposible no imaginarse cualquier aventura de las Brönte. En pleno meadow se esconde, como un tesoro, el pub restaurante The Perch. Es difícil decidirse a salir de su secret garden, pero al otro lado del río espera Jericoh, antigua área industrial que hoy es barrio de moda, alejado de las hordas de turistas. Se puede rematar la jornada con una hamburguesa en The Rickety Press y un Ginger Tom en el Duke of Cambridge, lo más sofisticado en cuanto a coctelería de nivel, para despedir el fin de semana con un hasta luego...

Porque si con 48 horas no se tiene suficiente, ya puedes ponerte a buscar cursos de inglés para verano. O a lo mejor planeas mandar a tus hijos a estudiar allí. Cualquier excusa es buena para regresar. Oxford te esperará eternamente joven.

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PARA DORMIR
Tres opciones: El Malmaison Hotel, antigua prisión rehabilitada, ubicada en el castillo, de la que no querrás escapar. ¡Sobre todo con su porridge! Todo muy trendy, con terraza, cócteles y buen rollo. El Buttery Hotel, una casa de huéspedes hogareña y pequeñita perfectamente ubicada frente al Balliol College y con un una estupenda cafetería en el piso de abajo, donde preparan los desayunos. Y el clásico cinco estrellas Randolph Hotel: lujo de toda la vida.

Más información
Turismo Británico
(visitbritain.com)

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