Por la Costa Daurada más natural, en busca de playas, bosques, humedales...

Ya es una realidad. El verano está a la vuelta de la esquina y, con su cercanía, la idea de encontrar (y disfrutar) un pedazo de paraíso. Hemos encontrado uno que no está en los confines del planeta, aunque tal vez era ahí donde estabas empeñada en buscarlo. Es en la provincia de Tarragona, donde te desvelamos algunos de los rincones más prístinos de su geografía.

por DAVID REVELLES

Reconócelo, llevas días ­–durante todo el largo invierno, de hecho– recreando en tu mente una postal que en las últimas semanas se repite tanto y de forma tan real que hasta eres capaz de olerla, verla y sentirla: es un fogonazo de arena dorada, con el mar a un paso y el perfume de los pinos acompañándote junto a tus amigos, pareja o familia. Lo mejor de todo es que no hay que invertir un racimo de horas de avión para encontrar ese retazo de serenidad y de autenticidad, en la Costa Daurada hay un montón de recoletos espacios naturales protegidos por su rica biodiversidad o por su belleza paisajística que son perfectos para disfrutar.

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Ahí va el primero. Verbalizar el nombre de Tarragona es sinónimo, aún sin haber puesto nunca un pie en la ciudad, de dos mil años de ADN romano y de esencia mediterránea. Lo que no todo el mundo conoce es el que es otro de los grandes ‘patrimonios’ de la ciudad más allá de su legado imperial y que, como ya hiciera con los romanos, encandila sin remedio: el bosque de la Marquesa, un espacio natural protegido que es lo más parecido a un viaje al Mediterráneo de Homero.

¿Lo mejor de todo? Que no hay una única forma de disfrutar de este rincón único, sino como a cada uno le apetezca. ¿Que antes de poner un pie en su pinar quieres contemplar la floresta enrolándote en una travesía marítima para retratar desde cubierta el rosario de playas y calas que atesora –Platja Llarga, Platja dels Capellans, Cala Fonda…? Pues entonces, la opción es el Tarragona Blau (tarragonablau.com), un barco que zarpa a diario desde el barrio de pescadores de El Serrallo y que, además, deja con un buen sabor de boca: un delicioso almuerzo a base de fideus rossejats y, por supuesto, una refrescante copa de cava.

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¿Qué lo que apetece es descubrir el Bosque de la Marquesa a pie, con los niños –es un recorrido apto para los más pequeños que, de paso, agradecerán darse un chapuzón en el mar conforme este aparezca y desaparezca entre la pineda–, con amigos o en solitario? Pues entonces el viaje debe empezar en la Punta de la Creueta, al final de la Platja Llarga. A partir de ahí, en dirección norte y con la Punta de la Mora siempre en lontananza, hay que estar atentos.

La razón es que a partir de aquí empiezan a sucederse ese rosario de rincones que seguramente has ido recreando en tus ‘viajes’ estivales durante el invierno: el delicioso arenal de la cala de Becs o de la Roca Plana, la antigua pedrera romana de la punta de la Creueta, la cala de l'Arboçar y el camino de ronda...

Y de un rincón prístino y relajado a otro. Porque aquí espera la playa dels Muntanyans. Y es que este espacio de interés natural, engastado entre las poblaciones de Torredembarra y Creixell, es un destino ineludible de la Costa Daurada, sobre todo, para amantes de la naturaleza en estado puro. Ahí están sus increíbles dunas (muntanyans) y lagunas, ecosistemas prácticamente desaparecidos del litoral catalán, para atestiguarlo.

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Con los itinerarios marcados que se pueden encontrar en el Centro de Actividades Medioambientales Cal Bofill se disfruta al máximo de la placidez que se respira aquí, lo que, de paso, permite fisgonear un rato en la cotidianidad de algunos de los ilustres habitantes de estos humedales. Por cierto, un secretillo: cada primer domingo de mes, a las 9h de la mañana, de Can Bofill parten visitas guiadas por los humedales que, sobre todo si la escapada familiar es con niños, asegura un éxito rotundo. Los pequeños se lo pasan en grande mientras, prismáticos en ristre, contemplan por ejemplo los juegos de los patos de cuello verde entre los juncales de los estanques de Clarà y del Saler o las carreras entre los cañizos de especies en peligro de extinción como la lagartija de cola roja.

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Por supuesto, no hay que dejar de pasear por su arena dorada y saborear la panorámica que regala su horizonte: la ermita de Berà, la punta de la Guineu y, claro está, uno de los iconos más fotogénicos de esta parte de la Costa Daurada: arañando el mar, encaramado sobre las rocas, el Roc Sant Gaietà, una ensoñación de pueblo típico de pescadores.

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Para acabar el periplo por algunos de los tesoros naturales más notables de la Costa Daurada nada como un nombre propio: la playa del Torn. Situada en la población de L’Hospitalet de l’Infant, este arenal de 1.600 metros de largo acotado por dos cabos rocosos atesora unas aguas de esas con las que solo agasaja el Mediterráneo.

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El Torn, la playa naturista más famosa de la Costa Daurada, posee una enorme riqueza biológica –forma parte del espacio de interés natural La Rojala- y todos los alicientes para pasar un día estival bronceándose relajadamente en su lecho de fina arena… o no. Porque si se tiene espíritu aventurero, entonces es un paraíso. Así, puedes encaramarte al islote del Torn y, desde sus restos de una antigua torre de vigilancia del siglo XVI, recrear mil y una historias de bucaneros. O, sencillamente, si eres la más feliz del mundo con unas gafas de snorkel y unas aletas, bucear en sus aguas transparentes…

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Aunque para aventura, de esas que no se olvidan fácilmente y que podrás recrear una y mil veces durante el siguiente invierno, ninguna como hacerte con una tabla de paddle surf y, tras palear un rato desde El Torn, encarar la entrada de la cova del Llop Marí, en el Coll de Balaguer. Será entonces, dentro de la oquedad de la cueva tendrás esa eufórica sensación de haber descubierto uno de esos rincones paradisíacos que nadie conoce. ¿Dónde? En la Costa Daurada, naturalmente.

No te pierdas este vídeo del litoral natural de la Costa Daurada:

Mas información:
Turismo de Costa Daurada