Viendo el efectismo del resultado, no sorprende que fuera un escenógrafo el encargado de diseñar los planos de Neuschwanstein y que la devoción de Luis II por Wagner, de quien se convirtió en mecenas, hiciera que muchas de sus salas fueran decoradas como fidedignas escenas de sus óperas. Entre la extravagancia de sus laberintos, aparecen estancias tan increíbles como la del Salón del Trono, su dormitorio, o la espectacular Sala de los Cantores, todo un exceso de estucos dorados, espejos, sedas, bóvedas, candelabros y murales que va superándose a medida que se alcanzan los pisos superiores de este edificio en el que, sin embargo, Luis II apenas llegó a vivir medio año.