Navarra para todos los gustos: aventureros, amantes del arte, fiesteros, 'foodies' exigentes…
Desde una naturaleza que emociona hasta unas tradiciones que perduran con su vertiente festiva o de recogimiento. Ello unido a su gente cálida, a su gastronomía y a la calidad de vida de sus pueblos y ciudades. Son muchas las experiencias que aguardan en este reino marcado por la diversidad.
La Selva de Irati con su frondoso hayedo, las frescas montañas del Pirineo, el desierto ocre de las Bardenas Reales. Pero también las fiestas trepidantes de San Fermín, los legendarios rincones que acompañan al peregrino en la ruta jacobea hacia Santiago. Y por supuesto los placeres del estómago: el queso artesano de oveja, las migas del pastor, las virtudes de la huerta de la Ribera acompañadas siempre de los ricos vinos. Todo esto se encuentra en los pocos kilómetros que separan el norte del sur de este territorio que se caracteriza por la variedad de sus pueblos, por la mezcolanza de sus tradiciones, por los diferentes paisajes que confiere su clima.
NATURALEZA PARA DAR Y TOMAR
La naturaleza de Navarra oculta múltiples tesoros que van desde sus escarpadas montañas del norte al yermo de las llanuras del sur. Bosques que parecen sacados de un cuento de hadas, cuevas que suponen un viaje a través del tiempo y vertiginosas gargantas que conforman imposibles tonalidades verdes. La Selva de Irati, el segundo hayedo más extenso y mejor conservado de Europa, es tal vez su mejor exponente natural. Nadie debe perderse una caminata a través de sus senderos balizados entre la paleta de colores vivos que conforman sus árboles y que se transforman con cada estación. También las cuevas como la de Zugarramurdi, con su halo mágico de brujas y aquelarres, suponen una experiencia fantástica, tan sólo comparable a la exploración de parajes tan bellos como el Nacedero del Urederra o el cañón de la Foz de Lumbier.
CITA CON LA HISTORIA Y LA TRADICIÓN
La historia se filtra por los gruesos muros de sus castillos, iglesias y fortalezas, por los valles donde se asientan pintorescos pueblos. La memoria del Reino de Navarra, que está presente allá donde se mire, nos habla de reyes y nobles, de la grandeza pasada que ha forjado también el carácter presente. Desde restos arqueológicos como la Villa Romana de Las Musas de Arellano hasta majestuosos monumentos como la Catedral de Pamplona, el Palacio Real de Olite o el Castillo de Javier, por citar algunos ejemplos. Todo esto acarrea consigo historias y leyendas, tradiciones ancestrales que reflejan la pluralidad de sus costumbres. Los ritos paganos conviven con celebraciones religiosas a lo largo de las cuatro estaciones: desde la Javierada en primavera a las romerías y el fervor de la Semana Santa o las numerosas fiestas populares del verano. En otoño, ferias, y en invierno, Navidad con el Olentzero y la especial celebración de la Nochevieja en Pamplona, donde sus vecinos salen disfrazados por su casco antiguo, siendo este un rasgo único y característico de la última noche del año pamplonesa.
FIESTA CON MAYÚSCULAS Y RECOGIMIENTO ESPIRITUAL
Y por no hablar de la fiesta de las fiestas navarras: San Fermín, famosa en el mundo entero por sus toros y por mucho más. Una celebración teñida en blanco y rojo cuya fecha marcada en el calendario se espera con impaciencia durante todo el año. Con el chupinazo del 6 de julio sus calles se inundan de un caos festivo y alegre que nadie se quiere perder y la celebración concluye el 14 de julio con el "pobre de mi". Es la cara opuesta a otro de los grandes atractivos navarros: el de la religiosidad y el retiro que se desprende en su tramo de la Ruta Jacobea que parte del legendario rincón de Orreaga/Roncesvalles, habiendo pasado por Luzaire/Valcarlos, hasta la muy noble ciudad de Viana. El Camino de Santiago ha dejado una huella imborrable en las costumbres y el patrimonio artístico de esta comunidad que es puerta de entrada desde Francia y también cruce de caminos: las dos vías del Camino Francés se funden en Puente la Reina/Gares.
EL ESTÓMAGO CONTENTO
Y no hay que olvidar la esencia del pueblo navarro. Su amor por una gastronomía exquisita y saludable que se nutre de los productos que proporciona el paisaje, y que combina los sabores de antaño con su fusión con las nuevas tendencias. ¿Quién puede resistirse a esa prolífica huerta cuajada de espárragos y alcachofas, de borrajas y cogollos de Tudela? ¿Y a las magníficas carnes de caza del Pirineo o el cordero de la Zona Media acompañado de sus ricos y variados vinos? ¿Y a los sabrosos postres regados con pacharán…? Tampoco hay que dejar a un lado la alta cocina en miniatura que constituyen los pinchos, una tradición popular que desde hace unos años se presenta de forma novedosa, con elaboraciones imaginativas y exclusivas. Aunque existe por todos sus pueblos, los amantes de esta modalidad tienen su cita en la capital, donde se encuentra la oferta más amplia.
LAS GENTES HOSPITALARIAS
Qué mejor manera de descubrir esta tierra que dejándose conquistar por sus habitantes, contagiándose de su modo de vida: sus tradiciones, sus danzas y sus deportes rurales, el recogimiento de sus caseríos, las celebraciones en la calle… El carácter hospitalario de los navarros, su apego a las raíces pero mirando siempre al futuro (por algo es un pueblo pionero en energías renovables, en medicina, en educación y excelentes infraestructuras para la celebración de congresos) y su disfrute de las pequeñas cosas, de los buenos momentos sin prisas, son rasgos que no se olvidarán en una escapada a Navarra.
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