¿Pasarías una noche bajo las estrellas en las dunas del Sáhara?
Es la guinda a un viaje al otro lado de las montañas del Atlas, una vez dejada atrás la ciudad-oasis de Marrakech. Aquí el Gran Sur de Marruecos avanza por las resecas llanuras sobre las que se alzan las construcciones de adobe conocidas como kasbahs y las gargantas de piedra por las que se cobijan los pueblos bereberes.
Al poco de abandonar Marrakech por sedientas planicies ya presaharianas, la carretera comienza a encresparse ante la inmediatez de las cimas del Gran Atlas. Colgados por los recodos más insosprechados de sus cerros van asomando los primeros poblados de adobe. Son el aperitivo al universo de los ksour –las aldeas que mucho antes de la llegada de los árabes ya habitaban las tribus bereberes que siguen viviendo en ellas– y las kasbahs, esos fortines igualmente de barro que se suceden hasta la antesala del desierto.
EN BUSCA DE KASBAHS
Erigidas las más antiguas en el siglo XVII, aunque la mayoría del XIX y comienzos del XX, entre ellas sobresale en primer lugar la de Telouet, con sus artesonados de madera y los revestimientos de estuco de sus dependencias más nobles, una de las residencias más fastuosas del mítico cabecilla de la época del Protectorado Thami el Glauoi. Hay por buena parte de la ruta hacia el Sáhara cientos de kasbahs, muchas ya en ruinas, como testigo de unos tiempos en los que los pobladores necesitaban guarecerse para protegerse de los invasores. A primera vista todas parecen casi iguales, con su planta cuadrada o rectangular de un ocre rojizo levantada hasta en cinco alturas y su torre vigía en cada esquina. Sin embargo, observadas con atención, ni siquiera Telouet es igual a la de Tifoultoute o la de Taourirt, en Ouarzazate, otras de las kasbahs del clan de los Glaoui, y mucho menos con las que aglutina Aït Ben Haddou, el pueblo de adobe más espectacular de todo el sur, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y escenario de películas como Lawrence de Arabia, Gladiator o El cielo protector.
EN RUTA DESDE OUARZAZATE
Esta villa es el verdadero punto de partida de la ruta, que enfila a lo largo del valle del Dadés desplegando espectaculares paisajes de llanuras y palmerales con, a un lado, los dentados perfiles del Gran Atlas y del otro, los más suaves de la cadena del Jebel Sargho. Nuevas kasbahs soberbias, como Amerhidil y Dar Aït Sidi el Mati, se alzan junto a Skoura, uno de los oasis más irresistibles de los muchos que alfombran el camino hacia el Gran Sur. Seguirá El Kelaá, donde cada mayo se celebra el popular “festival de las rosas” en honor de su cultivo más célebre. Y no mucho más allá, los desvíos hacia las gargantas del Dadés, con sus poblados bereberes agarrados a sus riscos rojizos, y dejando atrás la estampa bíblica del palmeral de Tinerghir, las gargantas del Todra, acotadas entre paredes de roca de hasta 300 metros a la vertical.
AL CALOR DEL FUEGO BEDUINO
En adelante, las kasbahs vuelven a escasear para dejar paso a los pedregales desnudos del desierto de piedra o hammada y, ya sí, una vez dejados atrás los poblados saharianos de Rissani y Erfoud, al espejismo de las dunas de Merzouga. Sus moles suaves como la henna pasan en segundos del dorado al rosa cuando el sol se va apagando y se avanza sobre ellas a lomos de un dromedario para, en un par de horas, llegar a hacer noche en un campamento sobre sus arenas, iluminado por las despampanantes estrellas de las noches saharianas y un fuego beduino.
La vuelta al mundo real, es decir a Marrakech, convendría hacerla por las pistas que desembocan en el oasis de Zagora, donde los niños crecen ajenos al mundo y las mujeres, con sus mantos de negro riguroso, se cubren a prisa el rostro de la curiosidad del infiel. Por aquí se acaba el sur. A menos, claro, que uno no sepa resistirse al cartel que allí mismo amenaza: “A Tombuctú, 52 días”. En camello, se entiende.
NO DEJES DE… Contratar una excursión en 4x4 o quad para derrapar sobre las dunas a última hora de la tarde y subir a lomos de un camello alejándote de las zonas más transitadas a disfrutar del silencio del desierto, sus colores cambiantes y aguardar a que sus cielos se colmen de estrellas, aquí impresionantes. No dejes de comprar en las herboristerías, también llamadas ‘farmacias bereberes’, de los zocos y mercados, khol para los ojos y pétalos de amapola para pintar los labios, especias para cocinar y mejorarse de infinidad de afecciones, incienso para despertar los sentidos, camaleones disecados para brujerías varias y, cómo no, piel de gacela para atraer la buena suerte.
GUÍA PRÁCTICA
DÓNDE DORMIR
En la ruta hacia el desierto puede hacerse noche en hoteles tan emblemáticos como El Khorbat [elkhorbat.com], un pueblo de adobe o ksar rehabilitado con fines sociales, o el más lujoso Sawadi [sawadi.ma], en el palmeral de Skoura, cuyas casitas emulan las tradicionales kasbahs. Los campamentos a pie de duna –la mayoría de los hoteles cercanos tienen el suyo– son muy modestos, con un puñado de tiendas o jaimas beduinas con camas. Más lujoso, Les Clés du Désert [bivouaccleededesert.com].
DÓNDE COMER
Además de en los estupendos restaurantes de los hoteles reseñados, la coqueta terracita del Inass Welcome –preguntar por el local una vez en el pueblo de Tinerghir– sirve uno de los mejores cus-cús de la zona. En los campamentos del desierto son los propios camelleros que acompañan cada expedición quienes preparan la cena, sencilla pero exquisita, y más en semejante entorno.