Un viaje en imágenes por pueblos encantadores donde el tiempo se detuvo en el medievo

Castillos, puentes fortificados, murallas almenadas, callejas de piedra… y también el eco de leyendas y batallas resuenan aún en este reducto de localidades que te invitamos a ver primero en fotos y luego a descubrir tranquilamente durante un paseo.

by hola.com

PEÑAFIEL
La silueta del castillo bajo la que se cobija esta villa vallisoletana inmersa en el paisaje de viñedos de la Ribera del Duero se adivina desde muchos kilómetros antes de llegar a ella. En lo alto alardea una de las fortalezas más representativas de la arquitectura medieval española, que acoge el Museo Provincial del Vino, mientras a sus pies queda una regia ciudad que es más que su castillo, con iglesias, callejas y, sobre todo, su plaza medieval del Coso, que surten un menú tan suculento como el que se ofrece en sus bodegas.

 

CHINCHÓN
Por sus proporciones y su armonía, su estructura, balconadas y galerías, la plaza Mayor de Chinchón pasa por ser una de las bellas del mundo. Construida allá por el siglo XV fue lugar de mercado y también escenario de proclamaciones, fiestas reales, autos sacramentales, obras maestras del cine, además de coso taurino y decorado de su turística Pasión Viviente. Es el centro medieval de este encantador pueblo del sur de Madrid, en la fértil vega del río Jarama.

 

AÍNSA
La capital de la comarca del Sobrarbe es una villa de piedra impecable, organizada en torno a una plaza porticada a la que asoman edificios de los siglos XII y XIII, que parece de postal. Declarada conjunto histórico artístico, se encuentra en la encrucijada de todos los caminos que llevan al corazón del Pirineo oscense.

 

ALQUÉZAR
Sobre el cañón del río Vero se eleva esta villa medieval aragonesa en el límite de la sierra de Guara, un enclave único en el que todavía es posible retroceder en el tiempo mientras se recorren sus estrechas callejuelas, se cruza la muralla, se sube a lo alto para ver la Colegiata -mitad castillo, mitad templo- o se escuchan viejas leyendas de doncellas y reyes moros.

 

ALBARRACÍN
No tiene grandes palacios, pero por las calles de este pueblo de Teruel corren tantas leyendas como almenas tienen sus murallas. O casi. El acceso al casco antiguo se hace por la plaza Mayor, desde aquí da un poco igual qué camino tomar, porque todos resultan sugerentes. En el camino van saliendo al paso la Catedral, el Palacio Episcopal, el convento de San Esteban, las iglesias de Santiago y Santa María, además de algunas casas singulares, como la de la Julianeta, la del Chorro y la de la calle Azagra.

 

TRUJILLO
En esta ciudad que guarda la estela de aquellos grandes hombres que, surcando los mares, se fueron a descubrir otros mundos, todo gira en torno a su Plaza Mayor, presidida por la escultura ecuestre de Francisco Pizarro, conquistador de Perú. Desde ella se despliega un conjunto de callejas estrechas y empedradas que llevan a la alcazaba árabe, a sus torreones y almenas, a sus numerosos palacios, iglesias y conventos que hacen de ella una de las ciudades más monumentales de Extremadura.

 

CASTELLFOLLIT DE LA ROCA
Del hermoso perfil de Castellfollit de la Roca, estirada sobre un acantilado de roca basáltica en la provincia de Girona, resalta el campanario de la iglesia de Sant Salvador. La Vila Vella tiene su centro en la plaza de Sant Roc donde se levanta la torre rosada del Reloj y de la que parten las dos principales calles bordeadas de casas de piedra.

 

LA ALBERCA
De postal. Así es este pueblo salmantino que pasa por ser uno de los mejores ejemplos de arquitectura popular serrana, con su apiñado caserío de calles empedradas, sus casas típicas de piedra con aleros que parecen juntarse, sus fuentes de granito y, sobre todo, la plaza Mayor, con floridos balcones, crucero y soportales.

 

PEDRAZA
Amurallada prácticamente en su totalidad, el acceso a esta villa señorial segoviana se realiza por la puerta de la Villa. De su laberinto de calles sobresale la calle Real, flanqueada de vetustas casonas, que lleva hasta la plaza Mayor, el gran atractivo de la villa. Otro es su castillo, que hoy acoge el museo del pintor Ignacio Zuloaga. Y otro más su gastronomía, debidamente reputada gracias a la maestría de sus figoneros en el asado de corderos.

 

SANTILLANA DEL MAR
Más que una villa, este localidad cántabra parece un museo de piedra, ya que en ella todo es monumental, desde los señoriales edificios que se levantan, sobre todo, en la plaza mayor, la bautizada de Ramón Pelayo, hasta la Colegiata de Santa Juliana, el monumento románico religioso más importante de Cantabria. Durante el paseo resulta irresistible hacer acopio de unos buenos sobaos del valle del Pas y una quesada de la tierra.

 

BESALÚ
La imagen de su puente fortificado, con arcos desiguales y torre defensiva, salvando las orillas del Fluvià no puede ser más elocuente y tiene su mejor fotografía desde el antiguo barrio judío, donde se esconde una de las singularidades de Besalú, el baño judío medieval de purificación que se encontraría junto a la sinagoga. El Prat de Sant Pere, la plaza en la que se encuentra la iglesia del monasterio de Sant Pere, los templos de Santa María, San Vicente y San Julián, el Ayuntamiento, la casa Cornellà o los soportales de la calle Tallaferro son algunos de sus imprescindibles.