El Parque Natural del Alto Tajo es una de las cumbres de la biodiversidad de Castilla La Mancha, y de Guadalajara, repleto de cañones, hoces, agujas, cuchillos y monolitos entre los que se precipitan el Tajo y algunos de sus afluentes, como el Cabrillas y el Gallo.
Es, precisamente, el río Gallo el que cruza de norte a sur Molina de Aragón, punto de partida de esta ruta. Está vigilada por un castillo-alcázar que pasa por ser uno de los conjuntos fortificados más grandes de España, con una muralla exterior -El Cinto- que durante la Edad Media protegía la ciudad. De su legado histórico destacan sus palacios pero también sus iglesias, como la de Santa Clara -del siglo XII- y dos barrios, el de la Judería y el de la Morería, como salidos de otra época.
Las esbeltas torres almenadas de las murallas de Molina tienen ese color rojizo propio de la arenisca y, a su vez, del entorno.
De esos mismos tonos es la piedra que ha horadado el río Gallo, 12 kilómetros más allá, para dar forma a uno de los más bellos cañones fluviales de España, el de la Virgen de la Hoz, con una ermita justo en su base perfectamente integrada en el paisaje, que se contempla en toda su magnitud desde lo más alto del barranco. Un buen lugar para elegir la siguiente parada. Quizás, Tierzo y su iglesia barroca, Terzaga, Chequilla y su plaza de toros con gradas en la misma roca, Checa, con su Museo de la Ganadería, o el que es el pueblo más alto de Guadalajara, Orea, con sus frondosos pinares.
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Las paredes rocosas que coronan los cañones del Alto Tajo albergan importantes poblaciones de águila reales y de buitres leonados. Mirar al cielo aquí es todo un aliciente… También, buscar los misterios que esconden las profundidades de la tierra, en esas simas que se reparten en las inmediaciones de la capital, Peralejos de las Truchas, cuyos límites los marcan la serranía de Cuenca y la sierra de Albarracín.
Si en Poveda de la Sierra hay que buscar su fabuloso salto de agua (en la imagen) y en Zaorejas su acueducto romano, los más aventureros deben dejarse caer por la laguna de Taravilla, a la que se puede acceder por una pista desde el puente del Martinete.
Las emociones se disparan aún más al contemplar hitos históricos, como el monasterio agustino de Santa María, del siglo XIII, en Buenafuente del Sistal, y naturales, como las salinas de la Inesperada, próximas a la zona conocida como Hundido de Armallones, paraje que se formó en el siglo XVI tras derrumbarse las estructuras rocosas más cercanas. Y mientras, el río que sirve de guía sigue su camino entre gargantas y cortados.
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Existen multitud de empresas como Asdon Peralejos (asdonperalejos.org) o Asdon Eco-Aventura (turismoactivoaltotajo.com) que realizan actividades al aire libre en el Alto Tajo, como piragüismo, espeleología y descenso de cañones.
Tampoco dejes de visitar la cueva de los Casares, en la pedriza del Mirón, a unos cuatro kilómetros de Riba de Saelices, con casi 200 grabados y dibujos que la sitúan como lugar de excepción para el estudio del Paleolítico.
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FIESTAS GANCHERAS
“El Alto Tajo no es una suave corriente entre colinas, sino un río bravo que ha formado a la fuerza un desfiladero en la roca de la alta meseta. Y todavía corroe infatigable la dura peña saltando en cascadas de un escalón a otro, como los que han dado nombre a aquel valle”. Nueve años de su vida dedicó José Luis Sampedro a documentarse y asimilar el paisaje del hoy Parque Natural para escribir una de sus novelas más celebradas, El río que nos lleva, que narra en sus páginas la última gran maderada, llevada a cabo a mediados de los años 40 del pasado siglo. Los gancheros eran entonces hombres valientes, los únicos que se atrevían a convivir con las aguas del Tajo, de fuerza y espuma constantes, al que debían doblegar para salir victoriosos de su ardua misión: la de transportar troncos de árboles recién talados siguiendo su accidentado cauce, desde Peralejos de las Truchas, al norte de Guadalajara, hasta la vega de Aranjuez, ya en tierras de Madrid.
Crecidas inesperadas del río y pasos comprometidos eran los principales enemigos de estos gancheros cuyo oficio, extremadamente peligroso, desapareció hace ya mucho tiempo. En torno al último fin de semana de agosto, los pueblos ‘gancheros’ de Poveda de la Sierra, Peñalén, Peralejos de las Truchas, Taravilla y Zaorejas, que forman parte del Alto Tajo, les rinden homenaje con una fiesta, que se celebra cada año de forma rotativa en cada uno de estas localidades, en la que los troncos de pinos vuelven a ser arrastrados a la antigua usanza por voluntarios ataviados para la ocasión con trajes como los de antes, bordados en talleres de costura que no se olvidan de la tradición. Pasacalles, danzas y comidas populares, en las que no faltan ni rosquillas ni chocolate, amenizan estos días, que sirven para honrar a los sufridos “pastores de los bosques flotantes”.