Hace sesenta años, Marilyn Monroe moría devastadoramente sola en su departamento de Brentwood (California). Hollywood alimentó una parte de la leyenda: poderosa sex-symbol, aunque frágil mentalmente, capaz de seducir hasta al mismísimo presidente Kennedy. Se quedó en el imaginario colectivo como una “rubia tonta” que defiende a capa y espada que los diamantes son los mejores amigos de la mujer.
“Marilyn Monroe era una ávida lectora, poseedora de una biblioteca de unos cuatrocientos ejemplares, y con un refinado gusto literario.”
Sin embargo, Marilyn Monroe tenía otros amigos, más fieles y reconfortantes: los libros. Prueba de ello, son sus famosas fotografías enfrascada en la lectura del Ulises, de James Joyce. Aunque algunas lenguas maledicentes, aseguran que las icónicas fotografías que le tomó Eve Arnold con esta novela entre sus manos, no son más que una simulación, lo cierto es que Marilyn Monroe era una ávida lectora, poseedora de una biblioteca de unos cuatrocientos ejemplares, y con un refinado gusto literario. De los poemas de “Hojas de hierba”, de Walt Whitman, a “Crimen y castigo”, de Fiodor Dostoievski. De “Madame Bovary”, de Flaubert, a “En el camino”, de Kerouac. En 1999, una buena parte de sus libros fueron catalogados y subastados por Christie’s.
“Sola. Estoy sola. Siempre he estado sola, pero hoy ni siquiera me tengo a mí misma para hacerme compañía”, se lee en uno de estos fragmentos que dibujan una Marilyn Monroe totalmente distinta a la que estábamos acostumbrados.
Marilyn Monroe, quien siempre vivió con el miedo de caer en las garras de la enfermedad mental de su madre (esquizofrenia paranoide), buscaba en los libros respuestas y confianza en sí misma. Su matrimonio con Arthur Miller, el dramaturgo más reconocido del momento, fracasó. Tal vez, porque él solo veía en ella a una estrella rutilante, y Marilyn necesitaba desesperadamente que el escritor aplaudiera más que su belleza, su inteligencia. Cuando ella falleció, él puso en escena una obra teatral inspirada en quien había sido su esposa, “Después de la caída”, un descarnado retrato de una mujer rota en mil pedazos.
No es muy sabido que, además de leer, la actriz escribía. En 1982, falleció Lee Strasberg, el maestro de maestros de interpretación en Hollywood. Anna, su viuda, recibió un legado inesperado: unas cajas con objetos personales de Marilyn Monroe. En dos de ellas, había un considerable número de manuscritos de la estrella que protagonizó “Los caballeros las prefieren rubias”. Estos textos poco tenían que ver con su imagen frívola. Conscientes del valor sociológico, pero también profundamente humano de los mismos, se recopilaron en un volumen, prologado nada más y nada menos que por Antonio Tabucchi, “Marilyn Monroe. Fragmentos” (Seix Barral).
“Marilyn fue una poetisa callejera que habría querido recitar sus versos a una multitud ávida de arrancarle la ropa”. -Arthur Miller.
“Sola. Estoy sola. Siempre he estado sola, pero hoy ni siquiera me tengo a mí misma para hacerme compañía”, se lee en uno de estos fragmentos que dibujan una Marilyn totalmente distinta a la que estábamos acostumbrados. “Sé que no puedo ser feliz, pero puedo ser muy alegre”, escribió en otro texto. Cuando, en 1962, en circunstancias nunca aclaradas perdió la vida, a los treinta y seis años, Arthur Miller describió las aspiraciones de literata de su exesposa de la manera más triste y dura posible: “Fue una poestisa callejera que habría querido recitar sus versos a una multitud ávida de arrancarle la ropa”.