María de los Dolores Asúnsolo y López Negrete, conocida en todo el mundo como Dolores del Río, embelleció tanto el cine mexicano como el de Hollywood con su talento sin igual y su belleza atemporal. Nacida el 3 de agosto de 1904, su trayectoria en la industria cinematográfica abarcó más de medio siglo, dejando una huella indeleble como la primera actriz latinoamericana destacada en conquistar Hollywood y una figura crucial en la Época de Oro del cine mexicano.
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El ascenso de Dolores del Río a la fama comenzó en la década de 1920 cuando hizo la transición de México a Hollywood. Sus primeros años en la industria cinematográfica estadounidense la vieron en papeles que le valieron reconocimiento internacional. Protagonizó una serie de triunfos como “Resurrección” (1927), “Ramona” (1928) y “Evangeline” (1929), capturando corazones y estableciéndose como la contraparte femenina del legendario Rudolph Valentino.
A medida que la era del cine mudo se transformaba en la era del sonido, del Río se adaptaba con fluidez al cambiante panorama del cine. Su versatilidad brillaba a medida que asumía sin esfuerzo roles en una diversa gama de géneros, desde melodramas criminales hasta comedias musicales y dramas románticos. La década de 1930 la vio en películas icónicas como “Pájaro de Paraíso” (1932), “Volando a Río” (1933) y “Madame Du Barry” (1934).
Sin embargo, la influencia de Dolores del Río se extendió más allá de Hollywood. Su carrera en Hollywood podría haber declinado en la década de 1940, pero hizo un regreso triunfal a México, su lugar de nacimiento artístico. En la Época de Oro del cine mexicano, desempeñó un papel integral, protagonizando obras maestras clásicas que son veneradas como hitos en la historia de la industria. Entre ellas, destaca la aclamada “María Candelaria” (1943), que mostró su amplitud y profundidad como actriz.
A lo largo de la década de 1950, Dolores del Río siguió siendo una parte integral de la escena cinematográfica mexicana. Su impacto resonaba no solo dentro de las fronteras de México, sino que llegaba a audiencias en todo el mundo. Encarnando varios personajes y dándoles vida con sus auténticas interpretaciones, se convirtió en una representación quintesencial de la identidad cinematográfica de México en el escenario internacional.
Continuó dejando su huella tanto en películas mexicanas como estadounidenses, mostrando su adaptabilidad y destreza como actriz. Más allá de la pantalla grande, incursionó en el teatro y la televisión, demostrando su versatilidad en diferentes medios. Las contribuciones inigualables de Dolores del Río al cine y su influencia duradera como símbolo del patrimonio mexicano y la excelencia artística la convierten en un verdadero icono.