En 2010, Emilia Clarke aceptó el papel que la lanzaría a la fama a nivel mundial. Desde ese entonces se convertiría en Daenerys Targaryen, uno de los personajes más importantes de la serie que por ocho años estuvo en boca de todos: Game of Thrones. Y aunque se trató de la oportunidad de su vida, esa que miles de jóvenes actrices desean, hubo un detalle que no le agradó durante la grabación.
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La actriz de hoy 33 años contó que en su contrato jamás se contemplaron los desnudos; sin embargo accedió porque creyó que era normal en la industria en la que ella apenas daba sus primeros pasos. “He tenido peleas en el set de rodaje. Yo decía que no, que me cubría con una sábana. Y me replicaban: ‘No querrás decepcionar a tus fans'", confesó en una entrevista con Dax Sheprad. “Soy mucho más sabia ahora con lo que me siento cómoda y con lo que estoy de acuerdo en hacer”, agregó.
Emilia contó que sólo tenía 22 años cuando inició los rodajes de la serie, ella apenas había salido de la escuela de teatro y tenía la idea de que lo que estaba escrito en el guión era justo lo que se suponía que debía hacer.
"Nunca había estado en un rodaje tan grande, y de repente estaba completamente desnuda, rodeada de toda esa gente, sin saber lo que se supone que tenía que hacer, ni lo que se esperaba de mí, ni lo que yo quería”, explicó.
La ayuda de uno de sus compañeros que la hizo sentir más cómoda
Además de la fama, Emilia conoció varios actores con quienes entabló una buena amistad. Uno de ellos fue Jason Momoa, conocido por su papel como Aquaman. En aquel entonces interpretó a Khal Drogo, esposo de Daenerys, y fue quien le ayudó a ser clara con las escenas con las que no se sintiera cómoda.
“Definitivamente fue difícil. Es por eso que las escenas, cuando pude hacerlas con Jason, fueron maravillosas", recordó sobre los días que estaba en el foto con Momoa.
Para Emilia, los problemas sobre el set no fueron lo único que le causó problemas. Meses atrás reveló que después de grabar la primera temporada, sufrió dos aneurismas que casi le cuestan la vida. "En mis peores momentos llegué a pedir a los médicos que me dejaran morir", contó en una columna en The New Yorker a finales de marzo pasado.