Comencé a practicar yoga arrastrada por mi tía, que comenzó a ser una habitual en las clases de los martes. Yo, sin embargo, con un pasado deportivo algo más duro, dudaba de que fuese a continuar demasiado tiempo con esta actividad. Por eso, iba a clase, disfrutaba (eso sí) y hasta la semana que viene. Allí, utilizaba las esterillas y mantas que el profesor nos preparaba.
Para mi asombro, meses después, seguía acudiendo a clases y, no solo eso, sino que aumentaba mi frecuencia de asistencia. Comencé a ir los viernes. Un hábito al que me aficioné, era la mejor forma de desconectar y empezar el fin de semana. Y, de ahí, di el salto a concebir mis dos clases de yoga semanales como algo que necesitaba. Mi último profesor me aconsejó cambiar a una esterilla propia, más específica para la práctica y en la que me sintiese cómoda. Gran parte de yoga es sentirse cómoda. Y así lo hice.
Desde entonces, no puedo practicar yoga en casa o acudir a clase sin ella. De hecho, si se me olvida, vuelvo a buscarla. Es una esterilla de yoga con una excelente relación calidad-precio, más ahora, que está en oferta en Amazon, y con un sobresaliente en dos aspectos, para mí, fundamentales: la adherencia, para no resbalarte y estar segura en las asanas más complejas; y el grosor, que te mantenga en cierto contacto con el suelo.