Cada verano, al igual que en Navidad, hay un juego o juguete que se vuelve viral. Es algo que pasa y ha pasado desde siempre. Y si tú no contabas con él, o bien te hacías amiguísimo de alguien para que te lo dejase a ratos o bien llorabas y llorabas hasta que conseguías que tus padres te honrasen con la entrada en el club selecto de quienes poseían uno. A mí, a veces, me funcionaba, a veces, no.
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Si volviese a mi infancia este verano, el juego por el que me tocaría llorar sería este: la bola Perplexus. Pero viendo sus características, creo que mis padres decidirían que era una buena inversión de dinero para ellos y tiempo para mí. Es un juego que desafía la inteligencia, una especie de Tetris, que no cuenta ni con pantallas, ni requiere el uso de un código QR o te exige tener algún tipo de conexión a Internet.
Simplemente, requiere de toda tu concentración y buen pulso para conseguir que una pequeña bola haga todo el recorrido de la bola en la que se inserta, desde el punto de salida hasta la meta, sin que se caiga ni se salga del camino. Si crees que es fácil, te animo a comprarla y que lo intentes.