Cuando era pequeña, todas las semanas iba al cine con mi familia. Todas. Y creo que, esta rutina, tuvo algo que ver con que comenzase a consumir mucho cine en casa. Mi abuelo me regalaba colecciones de DVDs dedicadas al cine clásico, algo que ya ni se lleva, y yo me gastaba parte de mi paga en comprar las últimas novedades. Tenía decenas de láminas decorativas con los carteles de las películas y las iba cambiando cada cierto tiempo.
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Por eso, aunque el mundo de la tecnología se haya entregado por completo a implementar cada vez mejoras más ambiciosas en el mundo de las televisiones, a mí, que me gusta tanto el séptimo arte, me convence más intentar simular en casa una auténtica sala de cine. Y ahora que me he mudado, lo he conseguido.
Ahora bien, no es una sala de cine como las que tienen las celebrities en Hollywood, pero ha requerido cierta inversión (esto lo tienes que tener en cuenta) y un estudio detallado de las opciones a mi alcance para intentar conseguir una buena relación calidad-precio y que todo se adecuase a un espacio no demasiado grande. Fácil de instalar, sin demasiado mantenimiento y que pueda convivir con otros espacios en casa, como el salón o una sala de estar.