Mientras los ciudadanos disfrutaban en las calles del momento histórico que viviá Japón, en el Salón de los Pinos del Palacio Imperial tenía lugar la sobria ceremonia de abdicación. Un acto sin mucha pompa, como había pedido el propio Akihito, en el que el emperador pronunció su último discurso en el cargo y el primer ministro Shinzo Abe aceptó su renuncia.
El soberano se despidió del trono rodeado de su mujer, Michiko, y sus hijos. A su lado, los chambelanes depositaron los tres tesoros que simbolizan el poder imperial: una espada, un espejo y una joya, que representan la valentía, la sabiduría y la benevolencia. Al final del acto, los retiraron para entregárselos el miércoles al príncipe heredero