Diana de Gales puso su papel de madre por encima de todo, en contraste con las anteriores generaciones de la realeza. Insistió por ejemplo en llevarse al príncipe Guillermo, cuando era solo un bebé, a un viaje oficial Australia. “Ella era la única que llevaba a su niño a la cadera, jamás lo haría la niñera”, recuerda la retratista Jayne Fincher. Cuando los chicos fueron a sus internados, sus padres eligieron primero Ludgrove y luego Eton, donde el hermano de la Princesa había sido tan feliz, y a su regreso a casa, a Diana le gustaba brindarles con una escandalosa bienvenida. Pedía a su cocinero Darren McGrady los platos favoritos de sus chicos: pollo frito y hamburguesas con patatas. La Princesa rompió la tradición millones de veces de infinidad de maneras, como cuando llevó a los príncipes Guillermo y Harry consigo a visitar a personas sin hogar para hacerlos sensibles a las circunstancias de otros menos afortunados que ellos: “Quiero que comprendan las emociones de la gente. Sus inseguridades, sus angustias, sus esperanzas, sus sueños”. ¿Si Diana de Gales viviera hoy? Estaría orgullosa de sus queridos Príncipes, portadores del estándar de todo aquello que ella quería.