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La primera salva de cañón anuncia a las 10:45 la salida del cortejo principesco del Palacio en dirección a la Catedral del Principado. Los niños, a los que no se les ha vuelto a ver en público desde el 7 de enero cuando se les presentó oficialmente desde el balcón de palacio a los monegascos, aparecen como es tradición en Mónaco en brazos de sus nannys. Dos cuidadoras mellizas -vestidas iguales, con el mismo peinado e idéntico tocado- para dos mellizos. Las niñeras sacan a los bebés de los coches: a la tranquila princesa Gabriella y al más movido príncipe Jacques que, en el momento de salir del vehículo, llora a todo pulmón.
Una ansiosa expectación sobrecoge el templo cuando las trompetas de los carabineros advierten de la llegada de los soberanos en medio de las notas del órgano de la Catedral, del entusiasmo de sus admiradores y del estruendo de las 101 salvas protocolarias. Alberto de Mónaco toma en sus brazos a la princesa Gabriella, con chupete rosa grabado con su nombre para no dejar lugar a dudas, y la princesa Charlene, que viste de Alta Costura de Dior -fiel a su elegancia minimalista, aunque con un toque años 50 muy Kelly-, se encarga del Heredero que lleva en su caso chupete azul con su nombre. Los mellizos van vestidos iguales con sendos trajes de cristianar, de Baby Dior en blanco voile de algodón decorado con puntilla de inspiración vegetal, finas jaretas y encajes de Calais, pero con los monogramas respectivos bordados cada uno en su faldón: dos J en el del príncipe Jacques y dos G en el de la princesa Gabriella.
En un pórtico lateral de la Catedral, convertida para la ocasión en un verdadero jardín de flores blancas, son recibidos por los prelados y por los padrinos. Allí mismo tiene lugar una primera miniceremonia bautismal de diez minutos escasos, en la que se recitan los exorcismos. Tras la cual, precedidos por los oficiantes de la ceremonia y seguidos por los padrinos, los Príncipes y sus mellizos se dirigen hacia el altar mayor, donde se instalan a la derecha de la pila bautismal y frente a los demás miembros de la familia Grimaldi. Comienza entonces la misa con la lectura de la primera carta de San Juan de Andrea Casiraghi, elegida personalmente por la princesa Charlene al igual que la posterior lectura de la madrina del príncipe Jacques, Diane de Polignac Nigra, así como la música que ha sonado desde el gran órgano de la catedral y que ha interpretado el coro, dirigido por Pierre Debat. Y es que la Princesa ha disminuido su agenda oficial para implicarse de lleno en la organización tanto del doble bautismo como de los próximos fastos por el décimo aniversario en el trono de Alberto de Mónaco.
Emoción, lágrimas y besos volados
La emoción se delata visiblemente en el rostro de la princesa Charlene en el álgido momento del rito bautismal, que se ha llevado a cabo en dos etapas para cada niño. El príncipe Jacques, de una calma olímpica pero muy despierto, en brazos de su madre, recibe en primer lugar las aguas bautismales: "Jacques, yo te bautizo, en nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo". Después, le llega el turno a la princesa Gabriella que, en brazos de su padre, permanece igualmente inmutable. Instantes de intensa felicidad que emocionan a la pareja real, muy cómplices en toda la jornada, y que superan a la Princesa, blanco de todas las miradas, de las que ella misma no es siquiera consciente porque tiene los ojos nublados por las lágrimas. Los padrinos asisten igualmente conmovidos a la unción con el Santo Crisma sobre las cabecitas de los mellizos y al encendido del tradicional cirio que portan Christopher Le Vine Jr. y Gareth Wittstock.