Por todos es sabido que en muchas casas reales existen grandes aficionados al ballet. Desde la reina Letizia y sus hijas hasta Mary de Dinamarca han sido fotografiadas en más de una ocasión acudiendo al teatro para ver diferentes espectáculos, y no solo eso, muchos son los que se ha atrevido a ponerse las puntas y han tomado clases como George y Charlotte de Cambridge, Amalia de Holanda, la princesa Leonor y la infanta Sofía, Elisabeth de Bélgica e incluso la reina Camilla. Pero si hay una princesa que ha destacado como bailarina, esa ha sido Carolina de Mónaco, quien hace unos días recordó su etapa como alumna en la inauguración de un estudio de ballet con su nombre dentro de la Academia de Danza de Mónaco, que fue fundada por sus padres, los príncipes Rainiero y Grace Kelly en 1975.
Los soberanos monegascos eran unos apasionados de las artes escénicas y siempre apoyaron su desarrollo en el principado, por eso crearon dicho centro, al que apuntaron a sus dos hijas, Carolina y Estefanía. Pero quien comenzó a destacar y encontró en esta disciplina su pasión fue Carolina, que siguió bailando durante años y tuvo como profesora a la bailarina rusa Marika Besobrasova, una figura internacional de la danza clásica. Ella fue su maestra y también llegó a darle clases particulares en palacio.
La combinación de su figura, su sensibilidad, su elegancia y su fortaleza física y su elesticidad eran los ingredientes perfectos para brillar sobre las tablas, como hizo en más de una ocasión. En 1977, en las páginas de nuestra revista, publicamos unas imágenes de la princesa, cuando tenía veinte años, en una de sus exhibiciones en la ópera.
Con maillot azul y puntas de bailarina, la Princesa demostró tanto en la barra como en el escenario sus dotes de bailarina, acompañada por Guislaine Thesmar, su amiga y una de las integrantes del cuerpo de ballet de la Ópera de Montecarlo. Dos años antes, Carolina se había mudado a París para estudiar Filosofía y allí conoció a Philippe Junot, su primer marido, con quien se casaría en junio de 1978, un año después de que fueran estas imágenes. Tenía las aptitudes necesarias para poder haber seguido en el mundo de la danza, pero su vida siguió otro camino pero, aunque terminó colgando las puntas, el ballet siempre ha estado en su corazón.
Ahora vive su amor por la danza no solo como espectadora, sino como mecenas. En 1985 fundó la compañía Les Ballets de Monte-Carlo, en la que siempre ha estado muy involucrada y no deja de prestar su apoyo. Le gusta asistir a muchos de sus estrenos y conocer a los bailarines de primera mano, para continuar así con el legado que comenzaron sus padres y ver cómo crece la danza en Mónaco, convirtiéndose en un ballet de referencia a nivel mundial.