Carolina de Mónaco entró en la leyenda nada más nacer, ha hecho un viaje irrepetible —unas veces, feliz y, otras, trágico— y sigue siendo la estrella de la familia. La próxima semana, el 23 de enero, cumple sesenta y cinco años enfrentando la última sorpresa que le tenía reservada el destino. Diez años después de quitarse la ‘corona’ —con cincuenta y cuatro años dejaba atrás el que fue su papel durante décadas como primera dama de Mónaco—, ha tenido que dar un paso al frente y reaparecer de nuevo en la escena oficial como ‘guardiana’ de su hermano, Alberto. La vida la ha vuelto a colocar ante los focos cuando disfrutaba de la más dulce retirada rodeada de su familia. La actualidad es la evidencia.
En ausencia de Charlene (la princesa titular), se le ha vuelto a confiar a Carolina el papel de primera dama (suplente). Está acostumbrada. Lo asumió en 1983, después de la muerte de la princesa Grace, y, de nuevo, desde 2005, cuando Alberto II llegó al Trono, tras fallecer Raniero III, hasta su boda con Charlene (julio de 2011), que les ayudó a organizar.
Dos damas
En Mónaco, los cuentos de hadas no suelen durar y siempre se le echa la culpa al hechizo que se lanzó sobre el primer Grimaldi… Aunque, últimamente, Carolina también ha sido señalada como la ‘malvada’ del cuento.
Ese es el papel que le han atribuido algunos medios franceses y alemanes cuando hablan de los problemas que tuvo Charlene para adaptarse a su vida como princesa… Y de la supuesta felicidad de Carolina al poder recuperar el primer plano en el Principado, pero puede que la princesa de Hannover no lo esté tanto. No es agradable pensar que su nuevo protagonismo sea una consecuencia de la difícil situación que vive Charlene. Más allá de su relación (sea cual sea), la mujer de su hermano, al que adora, está enferma, y sus sobrinos, de siete años, sin contacto apenas con su madre desde hace casi un año. Constitucionalmente pertenecen al Principado y no puede llevárselos a ningún lado.
La leyenda continúa: diez años después de quitarse la ‘corona’ de primera dama, ha tenido que dar un paso al frente para apoyar a su hermano, el príncipe Alberto
En esta situación se cruzan dos bandos en Mónaco. Por un lado, los que creen que Carolina y Estefanía —la relación de las dos hermanas es ahora excelente— no la han apoyado lo suficiente, y por otro, los que piensan y defienden que la idea de una guerra de cuñadas es una imagen anticuada. Entre ellos, la familia de Charlene, que afirma que Carolina ha sido un gran soporte para la princesa durante toda su enfermedad y que las dos hermanas se han desvivido por cuidar de sus sobrinos Jacques y Gabriella, lo que ha llegado a su corazón.
Más allá de las intrigas de la corte (todo en dos kilómetros cuadrados), hay dos hechos que se aproximan a la realidad. El primero, frente a la solidez de Carolina (la roca), los monegascos, ahora preocupados por la salud de su primera dama, no entendían las ausencias de Charlene en el último minuto, sus escapadas constantes… Sus cambios de imagen, la tristeza, su silencio. El segundo, Carolina sigue siendo el corazón de Mónaco y el pilar de los Grimaldi. Una dinastía con siete siglos de historia en la que la princesa de Hannover sigue dejando su huella. Es una mujer poderosa que vive rodeada de misterio, pero que cada vez que pone un pie en escena solo recibe elogios. Ya lo dijo un académico francés: “Donde Carolina aparece es como si resplandeciera el sol. Y cuando surge la luz, ¿quién no se alegra?”.
Madre y ‘superabuela’
La niña de la cuna con dosel bordado con corazones y flores de lis, a la que Mónaco recibió con champán y cañonazos, lee ahora cuentos y canta nanas a sus nietos, que le han cambiado la vida. Parece que fue ayer. De princesa rompecorazones a orgullosa madre y abuela exultante. Se puede ver en cada aparición pública: amor, risas, apoyo, consuelo y muchos abrazos para todos. Los siete: Alexandre —Sasha— (2013); India (2015), la única niña entre seis varones, y Maximilian (2018), los hijos de Andrea Casiraghi; Raphaël Elmaleh (2013) y Balthazar Rassam (2018), los de Carlota, y Stefano (2017) y Francesco (2018), los de Pierre Casiraghi.
De su papel preferido habló con su amigo Stéphane Bern para Point de Vue: “Estoy tratando de ser una verdadera abuela... Siempre he tenido muchos niños en casa y me encanta dedicar tiempo a cuidar de mis nietos. Estoy muy orgullosa de los adultos en que se han convertido mis hijos e hijas. Son ellos mismos y todos nosotros seguimos muy muy unidos. Nos divertimos mucho juntos. Creo que la alegría de estar juntos es esencial. Como padres, somos un arco, y ellos son las flechas, ¡solo tienes que intentar apuntar bien!”.
Las vidas no son comparables, pero Carolina, en este sentido, ha hecho el mejor trabajo, aún a la espera de ver los pasos futuros de la más pequeña, la princesa Alexandra. Andrea, Carlota y Pierre no solo han construido lo que parecen familias felices, sino que la relación entre los hermanos y cuñados no puede ser más estrecha.
La dama solitaria
Desde que se separó del príncipe de Hannover, en 2009 —se cumplieron doce años el pasado verano—, a Carolina no se le ha conocido ninguna relación. La dama Grimaldi no quiso rehacer su vida sentimental, aunque sigue manteniendo su posición como princesa de Hannover. Fuentes cercanas al matrimonio aseguraron en aquel ya lejano agosto que ni la separación ni el divorcio se harían oficiales. Y así ha sido hasta el momento. Ernst de Hannover vuelve a sonreír a la vida junto a Claudia Stilianopoulos. La hija de la fallecida Pitita Ridruejo le ha robado el corazón y el príncipe, que ha fijado su residencia en Madrid, parece otro hombre, después de años convulsos y muy difíciles, pero falta por ver si darán el paso. Y Carolina, que ha encontrado otra forma de ser feliz —una gran parte de su vida gira alrededor de su familia—, parece hacer alarde de su soledad elegida y se muestra muy serena.
No es muy cinéfila, pero sí una lectora voraz, como su hija Carlota. Todavía recuerda su primer libro, Les Vacances, de la condesa de Ségur. Lee varias horas al día y en varios idiomas, “lo que da una gran amplitud de miras”, confesaba a ¡HOLA!. Toca el piano, le gusta mucho la jardinería, sabe coser y cocinar —fiel a la cocina mediterránea— y puede “preparar comida para 15 personas sin ningún problema”.
Altruista y bohemia, trabaja por la vida cultural de Mónaco abriendo camino a la creación de otros y defendiendo la libertad de los artistas. Su otro mundo, lleno también de buenos y leales amigos. Una pasión que concilia con el legado de su madre y sus obligaciones como princesa de Mónaco, que nunca desatendió y son muchas. Es presidenta de la Asociación Amade, creada por su madre; de la Fundación Princess Grace; de la Fundación Prince-Pierre; del Festival de Primavera de las Artes de Montecarlo; de la Ópera; de la Orquesta Filarmónica de Montecarlo, y del Museo Nacional de Mónaco.
El hogar
Carolina vive se dice que —otro enigma— entre su piso de París y ‘Le Clos Saint Pierre’, su hogar desde 1978. Una villa de estilo belle époque con encanto pintoresco al que ha unido otras dos casas para sus hijos. Escondida tras un muro de piedra, se adivina la silueta con contraventanas pintadas en verde y el jardín con buganvillas, laureles, magnolios...
Pertenecía a sus abuelos Pierre de Polignac y Carlota Grimaldi; fue un obsequio de sus padres; está pegada a la residencia de su hermana, la princesa Estefanía, y muy cerca de palacio y del puerto, donde atraca el ‘Pachá III’. A bordo de su legendario barco, navega todos los veranos por el Mediterráneo costeando Francia e Italia, donde tiene grandes recuerdos de su matrimonio con Stefano Casiraghi y hace honor a sus raíces. Como confesó en una entrevista: “Nos sentimos un poco italianos. En el espíritu y en la tradición queda algo muy genovés”.
Además, le gusta visitar a su consuegra y amiga Carol Bouquet, que vive en Pantellería, Sicilia, donde tiene una casa con viñedos.
El estilo
La princesa sigue siendo una mujer espectacular, tiene el porte, la elegancia y las ideas muy claras. No se parece a su madre —eso dice—, pero sí, y mucho, a su abuela paterna —contaba a Le Figaro—, que “era una mujer muy libre, totalmente inclasificable”. “Mi abuela me decía que la mujer que no es elegante es la que añade algo justo antes de salir, después de mirarse en el espejo. Esto me marcó y por eso, antes de salir siempre me quito algo”. “Adoro la moda, pero no estoy muy muy al tanto. Mis hijas lo están más que yo. Siempre les pregunto”. “Siempre lo he dicho: me encanta la ropa no demasiado de moda”, contó en otras entrevistas.
La estrella de la familia sigue siendo Carolina, una mujer fascinante que cada vez que pone un pie en escena solo recibe elogios, aunque su mejor papel es el de ‘superabuela’ de siete nietos
Más allá de la ropa, Carolina también llama la atención por haber aceptado el paso del tiempo con toda la naturalidad . La princesa de ojos azules que miran con melancolía, pero también con ilusión, muestra sus arrugas sin complejos. Se cuida (mucho) y, según las deducciones de diferentes expertos médicos, se hace tratamientos y puede que se haya hecho algún pequeño retoque, pero sin buscar la eterna juventud.
A las arrugas de expresión se une ahora también su cabello plateado . La princesa de Hannover sorprendió con su nueva imagen en noviembre de 2020, en el Día Nacional de Mónaco, que fue para Charlene la última aparición que hizo en familia antes de caer enferma.
La princesa de Hannover, una de las mujeres más fascinantes de nuestra era, volverá a alzar en los próximos días un íntimo brindis por su vida. Sesenta y cinco años. Amor, desengaño, aventura, pasión, fatalidad, una familia unida, los felices matrimonios de sus hijos, las risas de sus nietos y el lema en alto de los Grimaldi: “No des nunca explicaciones y nunca te quejes”. Seguirá siendo curiosa y abriendo nuevos horizontes para seguir explorando territorios. Así se lo contaba a Stéphane Bern cuando hablaba de su querido amigo, Karl Lagerfeld, fallecido en febrero de 2019: “Me enseñó a no tener miedo, a cuestionarme todo, todo el tiempo. Y, sobre todo, a no tomárselo en serio”.