La última vez que Carolina de Mónaco se tuvo que divorciar de uno de sus maridos, eso implicó una contienda legal que hizo temblar al mismísimo Vaticano. De hecho, el pleito de la princesa para anular su matrimonio con Philippe Junot ante el Tribunal de la Rota fue tan largo y lioso, que volvió a casarse -con el promotor inmobiliario italiano Stefano Casiraghi- cuando todavía estaba casada con su primer esposo. Por eso, nadie espera que un posible divorcio de su tercer marido, el príncipe Ernesto de Hannover, vaya a ser algo fácil.
Para ti que te gusta
Este contenido es exclusivo para la comunidad de lectores de ¡HOLA!
Para disfrutar de 8 contenidos gratis cada mes debes navegar registrado.
Este contenido es solo para suscriptores.
Suscríbete ahora para seguir leyendo.Este contenido es solo para suscriptores.
Suscríbete ahora para seguir leyendo.TIENES ACCESO A 8 CONTENIDOS DE
Recuerda navegar siempre con tu sesión iniciada.
El 28 de junio de 1978, Carolina se casó con Junot en el principado tras un corto noviazgo. Los padres de ella, los príncipes Rainiero y Grace, tenían sus reservas y veían la relación como un “capricho”, un acto de rebeldía. Carolina era casi dos décadas más joven que su flamante marido, apodado en la Costa Azul como ‘el emperador de la noche’. “No me felicites, mejor dame el pésame”, habría dicho el monarca monegasco a su amiga, la aristócrata española Tessa de Baviera. La boda, con más de 800 invitados famosos -desde Ava Gardner hasta los condes de Barcelona-, duró casi más que el matrimonio.
En el verano de 1980, solo dos años después del enlace, saltó la noticia de la separación. El periódico parisiense Le Quotidien de Paris tituló el asunto de este modo: “Caprice,s‘est fini”. “Se acabó el capricho”. Nadie se sorprendió. Unas semana antes, Carolina había asistido sola a la gala de la Cruz Roja. Pero los primeros rumores sobre la inestabilidad de la pareja se hicieron públicos nueve meses después de la boda, cuando Junot apareció en Nueva York acompañado de una misteriosa joven, mientras la princesa esquiaba en Gastaad junto a sus padres. Los desencuentros de la pareja fueron constantes desde entones.
Aquel verano de 1980, un portavoz oficioso del palacio monegasco apresuró a desmentir posibles rumores y aseguró que no había “terceras personas”. Cuando la noticia se hizo oficial, Junot se encontraba en Turquía con su secretaria costarricense, Faccio Giannini, mientras la joven princesa -entonces tenía veintitrés años- estaba en Mónaco, donde encontraba consuelo en sus padres y su mejor amigo, Robertino Rossellini. Philippe se mostró “muy sorprendido” ante el anuncio de la secretaría de prensa de su suegro, el príncipe Rainiero. Su abogado parisiense, Guy Danet, afirmó que su cliente y Carolina “se tomarán el tiempo necesario para meditar, y, en cualquier caso, no iniciarán ningún trámite de separación hasta septiembre”.
En el mes de septiembre, Carolina inició los trámites. “Todo ha terminado entre ella y yo. Cada uno es libre de actuar como le plazca”, declaró entonces Junot. El divorcio civil fue sencillo y fue acordado ese mismo año por un tribunal de Mónaco. El eclesiástico, en cambio, fue un auténtico calvario.
Al principio, Junot se opuso a la petición de anulación. El proceso se prolongó durante más de una década. El 29 de diciembre de 1983, tres años después de iniciar los trámites de nulidad ante el Tribunal de la Rota, la princesa se casó con Stefano Casiraghi. Tuvo que ser una sencilla boda civil por dos razones: la familia real monegasca seguía de luto por la muerte de Grace Kelly, fallecida en un accidente de tráfico en 1982, y la novia seguía casada con Philippe Junot “a ojos de Dios”.
Finalmente, en el verano de 1992, doce años después de la separación, la Santa Sede anunció el veredicto final sobre la nulidad del matrimonio. La sentencia de un Tribunal de Apelación formado por cinco jueces de la Rota Romana designados por el Papa estaba basada en “la insuficiencia o defecto en el consentimiento”. El tribunal eclesiástico consideró que Carolina era una “inmadura” en el momento de la boda. También se especificaba que el matrimonio resultaba nulo por la incapacidad del esposo en hacerse cargo, “por causas de naturaleza psíquica, de las obligaciones conyugales esenciales”.
La anulación llegó cuando la princesa de Mónaco ya tenía tres hijos de su segundo marido, Stefano Casiraghi, que había fallecido en el otoño de 1990. “Si esta medida sirve para restituir la felicidad a Carolina y sus hijos, está claro que desaparecen todas mis razones para oponerme”, dijo Junot.
Poco después, en abril de 1993, el Papa Juan Pablo II firmó un decreto en el que reconocía como legítimos a los tres hijos de la princesa y Casiraghi, muerto en un accidente cuando participaba en una competición deportiva. Hasta entonces, los tres niños, Andrea, Pierre y Carlota, eran considerados como ilegítimos por la Iglesia Católica, puesto que eran fruto de un matrimonio civil. Tras el decreto papal, los tres dejaron de estar excluidos de una posible sucesión al trono del principado. La propia Carolina había suplicado al Santo Pontífice su intervención y había escrito una carta dirigida al presidente del Tribunal de la Rota, Mario Pompedda, en la que pedía al Papa, “desde la profundidad de su corazón”, que le “concediera la gracia” de legalizar la posición de sus hijos en la Iglesia. Sus plegarias fueron atendidas.