Charlene de Mónaco habla de su dura infancia
Hoy Charlene es Princesa de Mónaco, vive en paz y nada le falta, pero su infancia no pudo ser más distinta. Por primera vez ha hablado de aquellos duros años de su niñez en los que fue refugiada en Sudáfrica junto a su familia debido al conflicto en su Rodesia natal (actual Zimbabue). Durante un viaje oficial a la India de carácter humanitario, en el que estuvo acompañada por la revista Paris Match, la terrible realidad de las familias indias, perseguidas y desfavorecidas, le ha recordado la suya propia en África: “Este mundo no me es extraño, no puedo ignorarlo”.
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En 1989, Charlene tenía 11 años. Si bien las Naciones Unidas aprobaban aquel 20 de noviembre, tras una década de negociaciones con gobiernos de todo el mundo, la Convención sobre los Derechos del Niño, la pequeña Charlene se convertía en un refugiada que huía con sus padres de los horrores de la guerra de independencia que estalló en Rodesia: “En Sudáfrica, me encontré con la segregación racial. Me separaron de los otros niños. Fui testigo de las injusticias y desigualdades que se ceban especialmente con los niños. Hoy me siento orgullosa de pertenecer a un Principado que hizo de la lucha por sus derechos una prioridad”, dijo la Princesa durante la apertura de una cumbre especial en la India para liberar al mundo de todas las formas de explotación de los niños.
Charlene no tiene fotos de ella a la misma edad de sus mellizos, que tienen “la increíble suerte de sentirse seguros”. El álbum de su familia fue quemado en la guerra, causa de muchas carencias: “Cuando era pequeña, tenía que terminar mi plato. Por respeto a las personas, que no muy lejos de nosotros, morían de hambre. Tirar la comida o desperdiciar el agua era un sacrilegio”. La Princesa evocó en India cada dificultad de aquellos terribles años: “En un primer momento, no teníamos electricidad, porque no podíamos pagar la factura. Mi padre tenía dos puestos de trabajo, mi madre daba clases de natación y, sin embargo, no podían permitirse el lujo de tener dos coches”.
Su ropa tenía infinitas vidas. Pasaba primero a primos hermanos y, cuando a ellos se le quedaba pequeña, a primos lejanos a través de organizaciones benéficas. Algunos de los testimonios que escuchó durante su estancia en la India los había vivido en primera persona: “Sé lo que se siente al hacer kilómetros a pie bajo la lluvia para ir y volver de la escuela”. La Princesa quiere que sus hijos, los príncipes Jacques y Gabriella, no sean ajenos a esta realidad y que conozcan su otro país, pero esperará a que cumplan al menos los 4 años y a que sean lo suficientemente grandes para comprender.
Los Wittstock abandonaron Rodesia escapando de un fatal destino. Lejos quedan aquellas desdichas para Charlene, que ni en sus mejores sueños pudo imaginar el cuento de hadas que la vida le tenía reservado: la sirena de Mónaco se subiría al podio como campeona olímpica de natación y, tras el hechizo de amor del príncipe Alberto, se proclamaría Princesa. Pero jamás ha olvidado y aquellos terribles días de la niña de ayer han forjado el carácter comprometido de la Princesa de hoy.