El rumor de su ruptura con Gad Elmaleh estalló la semana pasada como bomba informativa en la prensa mundial: las imágenes de Carlota Casiraghi, muy sonriente y feliz, junto al director de cine Lamberto Sanfelice encendieron definitivamente la mecha. No había prendido hasta ese mismo momento, a pesar de los muchos meses de comentarios que si de crisis que si de separación. Pero las fotos eran testimonio de otro costal. Eran las pruebas de los indicios. Era el mechero encontrado.
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Carlota Casiraghi plantó cara el pasado miércoles al bombardeo. Su primera aparición, tras saltar la noticia que diera la vuelta al globo de su nueva amistad, no resolvió dudas. Ajena a la agitación por el estado de su corazón, la hija de Carolina de Mónaco se dejó ver sola en el aeropuerto de Niza, con rostro impenetrable para los que buscaban la confirmación o el desmentido en sus ojos: seria, sin gota de maquillaje... Muy pendiente, eso sí, del móvil. Lo que intriga esa pantalla.
Por supuesto paseó estilo como otro día cualquiera por las instalaciones aeroportuarias con los que seguro habrán de convertirse en los must de la nueva temporada, o séase un abrigo tres cuartos de corte marculino en negro, el bolso tamaño XL tipo cartera y el fular parisino a tono. Completaban su estilismo para una jornada de vuelo los siempre cómodos vaqueros (pitillos) y unos botines del mismo color. Chic francés con mutismo a la francesa. Tal vez el Día Nacional de Mónaco (el próximo 19 de noviembre) nos depare más suerte.
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También las miradas se vuelven inquisitivas hacia Gad Elmaleh, el otro protagonista de este historia de (des)amor. El actor, el humorista preferido de los franceses, Caballero de las Artes y las Letras (2006) y Personaje más gracioso de Francia (2007), continúa cosechando éxitos con su espectáculo en Estados Unidos. Se ha instalado al otro lado del charco, concretamente en Los Ángeles, la ciudad que tiene como base para su trabajo y también su refugio para superar las circunstancias, ya que, según apuntan en su círculo, no puede soportar vivir en el apartamento que compartía con Carlota y su hijo, Raphaël, en París. El tiempo dirá si los sentimientos se han perdido y o si sólo discurren por un recodo más.