Carolina de Mónaco le ha disputado a Elle Macpherson su título. La Princesa, que siempre se proclama la más bella, la más elegante, la más fascinante del reino, sumaba este fin de semana a su larga lista de nombramientos, reconocimientos y distinciones el que hasta ahora apodaba a la reina de las pasarelas de los ochenta y sólo a ella: El cuerpo.
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Y es que, con ocasión de la gala anual Fightaids, cuyo fin es recaudar fondos para la lucha contra el sida, sucumbió a sus 58 a su propia versión –sexy, sofisticada, prudente- de enseñar cuerpo y giró cabezas con un vestido de seda beis con insinuante estampado de una mujer desnuda en gris. Un look que acompañó con bolso de mano en plata y, como una Cenicienta moderna al igual que la reina Letizia, sandalias de cristal pespunteadas con tachuelitas en plata y con pulsera al tobillo.
Fuimos testigos del glamour más sugerente de Carolina de Mónaco. La Princesa -siempre perfecta, siempre impecable, siempre sorprendente- es la personificación de esa elegancia que no se crea, porque no tiene artificio, que ni se destruye con el paso de los años o con el paso de las tendencias, aunque esté, como ha reconocido, “en contra de los mandatos de la moda”. De esa elegancia que solo se transforma.
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Era el ejemplo más reciente, pero ha habido otros en los que Carolina de Mónaco ha hecho alarde de su camaleónico estilo vistiendo su vida y su agenda oficial en consonancia con las necesidades, con las intenciones... Con su personalidad. Sin importar la edad o el dictamen de la moda de turno. Así, tampoco le ha temblado el pulso a la hora de meter las tijeras en su armario -porque puede- y ha recortado años y centímetros con minis. Lo que jamás mengua es su charme.
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