Alberto Alejandro Luis Pierre Grimaldi, nacido el 14 de marzo de 1958, recibió el sacramento del Bautismo el 20 de abril de aquel mismo año. El colorido de las innumerables banderas y escudos que adornaban calles y plazas, la escolta motorizada, la concentración de visitantes y ciudadanos, daban la tónica de la solemnidad de la histórica ocasión: el bautizo del nuevo Príncipe heredero. La primera salva de cañón anunciaba la salida del cortejo principesco del Palacio en dirección a la Catedral del Principado a la que llegó en medio del entusiasmo indescriptible de sus admiradores y el estruendo de las 101 salvas protocolarias. El templo se convirtió para la ocasión en un verdadero jardín de flores. Tapices de hortensias, lilas, lirios y tulipanes y un millar de invitados -ellos, chaqué o uniforme, y ellas, elegantísimos vestidos de ceremonia primaverales- vestían de gala la basílica.
Las trompetas de los carabineros anunciaban la llegada de la comitiva: el príncipe Luis de Polignac y la reina Victoria Eugenia de España, los padrinos; el príncipe Pedro de Polignac, padre del príncipe Raniero, con la princesa Antonieta, y la dama de honor de Palacio, la Condesa de Baciocchi; el pequeño gran protagonista, en brazos de su nurse, mademoiselle Stahl, y los príncipes Raniero, con el uniforme de soberano y la Orden de San Carlos y sus habituales condecoraciones, y Gracia, haciendo alarde de su elegancia con un vestido de brocard de color maquillaje con sombrero a tono y un abrigo de piel Breitschwanz con cuello de visón.
El arzobispo de Marsella, monseñor Delay, ofició el rito y ungió con el óleo sagrado de los catecúmenos el pecho y entre las espaldas del pequeño niño, en brazos de la reina de España. Luego, en el momento de verter el agua bautismal y pronunciar las palabras sacramentales, todas las miradas se posaron en la emocionada princesa Gracia. Finalizada la ceremonia, tras la lectura de la bendición papal al príncipe Alberto y la firma del acta bautismal, la Familia Principesca abandonó el templo a los acordes de la Fanfarra para trompetas, timbales, violines y oboes y al verles aparecer una multitud entusiasta les acogió con un aplauso unánime.
Ya en la Gran Plaza de Palacio, los monegascos esperaban impacientes la aparición de los Príncipes con el protagonista, con la princesa Carolina y con los padrinos. Cuando por fin consintieron su deseo, al salir a los ventanales del Salón de los Espejos, una salva de aplausos siguió a otra y a otra cada vez más bulliciosa, hasta el delirio con el impulsivo abrazo de la pequeña princesa Carolina a su hermano y los besitos al aire al agitado mar de ciudadanos. Final de fiesta de una jornada histórica.
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