Alejandra de Luxemburgo es una princesa de 31 años, profesional, atractiva y hasta ahora se pensaba que una cotizada soltera. A pesar de tenerlo todo para ser una royal de las que acaparan flashes, la hija de los grandes duques Enrique y María Teresa siempre ha preferido la discreción, lo que la ha convertido en una de las princesas más desconocidas de la realeza europea. Sin embargo, su compromiso con Nicolas Bagory la ha situado en el foco.
Ni siquiera se conocía que tuviera pareja. Tampoco confirmó nunca ni se le atribuyó ningún otro romance. Consiguió algo difícil para una mujer joven de su posición: que trascienda antes su extensa formación académica que su currículum sentimental. El mismo aspecto (su formación) es el que ha destacado la corte gran ducal de su prometido en el comunicado con el que anunció el compromiso de Alejandra: "Sus altezas realezel Gran Duque y la Gran Duquesa tienen la gran alegría de anunciar el compromiso de su hija, su alteza real la princesa Alejandra con el señor Nicolas Bagory. Nacido el 11 de noviembre de 1988, el señor Bagory creció en Bretaña. Se ha formado en Estudios Clásicos y Ciencias Políticas y ahora trabaja en la creación de proyectos sociales y culturales. La boda tendrá lugar en primavera. Ambas familias se suman a la felicidad de los novios con gran cariño".
Alejandra de Luxemburgo siempre ha demostrado ser una mujer muy cosmopolita con verdaderas inquietudes. Completó en Estados Unidos sus estudios superiores con un curso de psicología y ciencias sociales. De norteamérica, la Princesa pasó a París, donde se licenció en Filosfía, con especialidad en ética y antropología. Siguió formándose en el Trinity College de Dublín. Además, desde 2017 tiene un master en estudios interreligiosos de la Escuela Irlandesa de Ecuménicos con especialización en resolución de conflictos.
Habla seis idiomas - luxemburgués, francés, inglés y español, alemán e italiano- está muy interesada en la política y en el estudio de las religiones. Adquirió experiencia en el campo del periodismo en Medio Oriente, lo que despertó su compromiso con la situación de los refugiados, con los que trabajó como voluntaria en más de una ocasión. Esta pasión por las relaciones internacionales y su formación en resolución de conflictos le llevó a realizar unas prácticas en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en Nueva York.
A pesar de que no suele participar en demasiados actos públicos, también ha dado un paso al frente cuando se le requería. En 2017 acompañó a su padre a una visita de Estado a Japón donde demostró estar más que a la altura en sus deberes oficiales y la casa imperial la nombró miembro de segunda clase de la Orden de la Preciosa Corona de Japón. Es la misma condecoración que recibió doña Letizia, aunque en su caso su estatus de Reina le permite ser de primera clase. Este viaje con el gran duque de Enrique ha sido, hasta el momento la ocasión, en la que más protagonismo adquirió la Princesa. la próxima, sin duda, será el día de su boda que se espera para la próxima primavera.