Este año Luxemburgo celebra el 70º aniversario del regreso del exilio de la gran duquesa Carlota (1896-1985), después de cinco largos años en los que la Gran Duquesa y su gobierno pusieron todo su empeño desde Londres en liberar a su pueblo del yugo nazi. Desde la capital británica, la Jefa de Estado, gracias a la logística ofrecida por la BBC, se dirigió regularmente a los luxemburgueses durante aquel lustro a través de las ondas de radio, alentándole a mantenerse firme y a confiar en un futuro de paz y democracia. Cuando la Gran Duquesa pudo al fin, el 14 de abril de 1945, volver a poner pie en su patria y celebrar la victoria de los aliados en la Segunda Guerra Mundial, sus súbditos la recibieron como a una auténtica heroína. Aquella abrumadora y emotiva acogida de la Gran Duquesa es precisamente el tema de la exposición Wëlcom dôhém! El regreso del exilio de la gran duquesa Carlota que durante todo el verano se podrá visitar en el Palacio Gran Ducal de la capital del pequeño estado europeo. En estas líneas repasamos la biografía de Carlota de Luxemburgo, símbolo de la resistencia y de la independencia de la nación luxemburguesa.
La futura Gran Duquesa nació el 23 de enero de 1896 en el Castillo de Berg, principal residencia de la Familia Gran Ducal desde mediados del siglo XIX, con el nombre de Carlota Aldegonda Elisa María Guillermina. La princesa Carlota era la segunda hija del gran duque Guillermo IV (1852-1912) y de la esposa de éste, María Ana de Portugal (1861-1942). Al nacer pocos apostaban por el hecho de que Carlota llegará a ser algún día Gran Duquesa. Por un lado, en la corte se esperaba que los Grandes Duques engendraran a un varón y, por otro, en el caso de que esto no ocurriera, la corona recaería en cualquier caso en la primogénita del matrimonio, la princesa María Adelaida (1894-1924). Sin embargo, Guillermo IV moriría en 1912 sin descendencia masculina – además de María Adelaida y Carlota, los Grandes Duques serían padres de cuatro niñas más: las princesas Hilda (1897-1979), Antonia (1899-1954), Isabel (1901-1950) y Sofía (1902-1941) – por lo que su hija mayor fue nombrada Jefa de Estado.
La gran duquesa María Adelaida no fue una mujer desinteresada por la política, sino que al contrario, llevada por una férrea fe católica, la nueva Soberana intentó influir profundamente en la vida diaria de la gobernación del país, lo que provocó no pocas polémicas. La tensión entre la Reina y el estamento político llegó a su cénit con motivo de la Primera Guerra Mundial durante la cual la Soberana se mostró claramente a favor de los alemanes, pese a la neutralidad oficial de Luxemburgo. Tras el fin de la Gran Guerra y la derrota germana, la postura de la Soberana fue políticamente insostenible por lo que se vio obligada a abdicar en 1919 a favor de su hermana, que pasó a convertirse en la gran duquesa Carlota. María Adelaida, por su parte, marcharía al exilio y se convertiría en monja en Italia, donde adoptaría el nombre de Sor María de los Pobres. Moriría en 1924, víctima de la gripe.
A diferencia de su hermana, la gran duquesa Carlota aceptó de buen grado su estatus de símbolo de la nación, al margen de las disputas políticas y partidistas. Pronto el pueblo luxemburgués comenzó a apreciar a su nueva Soberana, una joven de apenas 23 años de edad, dotada de una gran belleza y un carácter sosegado y sólido. Pocos meses después de su investidura y gracias a la nueva y moderna imagen que la Gran Duquesa había sabido transmitir, más de las tres cuartas partes de la población luxemburguesa refrendaron el sistema monárquico en un referéndum. Comenzaba así un idilio entre la Soberana y sus súbditos que duraría el resto de su vida. La Gran Duquesa cumpliría a rajatabla sus palabras durante su coronación cuando afirmó que pondría “el interés de mi pueblo ante todas las cosas”. Los luxemburgueses la responderían con fidelidad y cariño inquebrantables.
En noviembre de 1919 la Gran Duquesa contraería matrimonio con el príncipe austriaco Félix de Borbón y Parma (1893-1970), quien se convertiría en su fiel compañero durante más de cincuenta años. La pareja tendría seis hijos: el príncipe Juan (1921), quien se convertiría en Gran Duque en 1964, la princesa Isabel (1922-2011), la princesa María Adelaida (1924-2007), la princesa María Gabriela (1925), el príncipe Carlos (1927-1977) y la princesa Alix (1929), quien casaría con Antonio de Ligne, Grande de España (1925-2005).
Si hay un acontecimiento que marcaría el sino de la Gran Duquesa ése sería la Segunda Guerra Mundial. El 10 de mayo de 1940 Luxemburgo era invadido por el ejército alemán. Pocas horas antes, la Familia Real luxemburguesa había abandonado el país, refugiándose en primera instancia en el Château de Montastruc, en Francia. A causa de la rápida progresión de las tropas germanas, la Gran Duquesa y los suyos tuvieron que huir a Portugal, después de obtener el permiso de las autoridades españolas para cruzar el país. En tierras lusas, la Gran Duquesa recibiría la oferta por parte de la Alemania nazi de regresar a Luxemburgo y de recuperar sus funciones como Jefa de Estado. La Gran Duquesa pronunciaría entonces una de sus frases más famosas: “Mi corazón me dice que sí, pero la razón me dice que no”. Carlota de Luxemburgo se convertía así no solo en Soberana en el exilio, sino también en la líder de la resistencia luxemburguesa frente a la barbarie nazi. “Mi tarea es proteger un Luxemburgo libre e independiente. La unión y la voluntad irreductible de todos los hijos de esta nación impedirán, con la ayuda de Dios, que Luxemburgo perezca”, proclamó la Gran Duquesa.
La Familia Real se instalaría en Londres, donde la Gran Duquesa comenzaría a grabar mensajes de aliento a sus compatriotas, que eran emitidos por la radio y que servían de consuelo a la población oprimida. Igualmente, la Gran Duquesa no cejó en su empeño de buscar el apoyo en la causa de la liberación. Así la Soberana viajó a Estados Unidos para intentar convencer al presidente Roosevelt (1882-1945) de la necesidad de que los Estados Unidos entraran en guerra con la Alemania nazi. Sus hijos se quedarían en el continente americano, con el objeto de que la sucesión quedara garantizada, mientras los Grandes Duques se instalaron definitivamente en la capital británica junto a los miembros del gobierno luxemburgués en el exilio.
Los mensajes radiados a su pueblo continúan – la Gran Duquesa siempre comenzaba sus discursos con un “Léif Lëtzebuerger” (“Queridos luxemburgueses”) – y la Soberana se convierte en una suerte de figura maternal para todos sus súbditos. Casi después de cinco años de ocupación, a finales de 1944, Luxemburgo es liberado por las tropas aliadas. Pocos meses después, concretamente el 14 de abril de 1945, la Gran Duquesa, acompañada de su familia, regresa a su patria desde Inglaterra. El júbilo en las calles de la capital es máximo y los luxemburgueses gritan a voz en grito “¡Viva Carlota!”. Ésta se entrega al cariño de su pueblo y no duda en abrazarse con sus súbditos. Su marido, el príncipe Félix y su primogénito, el príncipe Juan, que como militar había ya a sus 24 años colaborado en la liberación de su nación, participan de la alegría general.
La Soberana se entrega desde ese momento a la reconstrucción del país. Comienza visitando todas las regiones devastadas por el larguísimo conflicto bélico y dando consuelo a sus habitantes. El 16 de abril de 1945, la Gran Duquesa ofrece un discurso ante la Cámara de Diputados en la que rinde homenaje a los miembros de la resistencia contra el nazismo. “Sobre las ruinas de nuestra nación edificaremos una patria más justa, más humana, más habitable, sobre todo para las clases trabajadoras, que fueron las que defendieron nuestro país con tanto amor, tanta valentía y tanta abnegación. Dejadme ser parte de vuestra unión patriótica. De la mano, sin miedo, haremos frente al futuro”, afirmó la Gran Duquesa en aquella histórica ocasión.
Después de haber luchado hasta la extenuación por la unidad de su pueblo, por el reconocimiento de Luxemburgo en el plano internacional y, en sus últimos años de reinado, por la unificación europea, la Gran Duquesa, el 12 de noviembre de 1964, abdica en su hijo Juan. Amada por su pueblo y respetada en todo el mundo como una de las grandes Soberanas del siglo XX, siempre comprometida con la justicia y la democracia, la Gran Duquesa se retira al Castillo de Fischbach junto a su marido. Éste fallecerá el 8 de abril de 1970, mientras que su esposa lo hará quince años más tarde, el 9 de julio de 1985 a los 89 años de edad y víctima de un cáncer. Sus restos mortales descansan en la Catedral de Nuestra Señora de Luxemburgo.