Como padre, como soberano, como jefe de su casa real y como líder de la Commonwealth, Carlos III puede haberse sorprendido por el modo en el que ha discurrido el viaje de Harry y Meghan a Nigeria, sobre todo porque la pareja está retomando un perfil público, oficial e internacional que en algún momento puede chocar contra los intereses de la monarquía británica. Sin embargo, el rey, que ha reaparecido junto al príncipe Guillermo justo cuando los Sussex han terminado con su agenda en el país africano, tiene mucho recorrido a sus espaldas. Este viaje de los Sussex podría no ser el más incómodo de los que ha vivido o presenciado Carlos III durante su larga trayectoria.
Hay que remontarse a un año clave en la historia de la casa Windsor: 1992, el "annus horribilis" de Isabel II. La falta de química entre el matrimonio de Carlos y Diana, príncipes de Gales, era más que evidente y el punto álgido de ese abismo llegó durante el último viaje oficial que hicieron juntos en noviembre de 1992, es decir, poco antes de anunciar su separación.
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Isabel II ya sabía que el matrimonio de su hijo no tenía solución y los abogados negociaban una separación, pero la Casa Real británica se había comprometido con la Oficina de Asuntos Exteriores a que los príncipes de Gales viajarían a Corea del Sur. Así que la sorpresa fue máxima cuando Diana de Gales dijo en palacio que ella no iba. Según el biógrafo Robert Hardman, la reina intervino personalmente para explicar a la princesa de Gales que el Primer Ministro (John Major) se había comprometido a revisar el presupuesto de la Familia Real, en un escenario en el que surgían ataques contra las finanzas de la Casa Real, mientras el país se recomponía después de vivir la quiebra de la libra esterlina, el 16 de septiembre de 1992, que pasó a la historia como el "miércoles negro". Además para Isabel II era importante porque ella había llegado al trono en plena guerra de Corea y era un viaje que se había postergardo durante tres años; en definitiva, Diana de Gales se subió a ese avión rumbo a Seúl.
Carlos y Diana cumplieron con un programa que había llevado meses de preparación, algo que sació las expectativas de los diplomáticos de ambos países y de las empresas británicas asentadas en la región. Saltaba a la vista que el trato entre el matrimonio era frío y distante, sus miradas lo decían todo y eso lo recogió la prensa británica, aunque el viaje en general fue satisfactorio porque daba a enteder que la intención de la pareja era seguir cumpliendo con sus obligaciones diplomáticas.
Al regresar al Reino Unido, según el citado biógrafo, la pareja tuvo una fuerte discusión a cuenta del lugar en el que pasarían los niños -los príncipes Guillermo y Harry- ese fin de semana, una preocupación se disipó cuando el Castillo de Windsor comenzó a arder en llamas. De nuevo la separación de los Gales quedaba postergada y así hasta el 9 de diciembre de ese 1992, cuando John Major compareció ante la Cámara de los Comunes para anunciar la separación de Carlos y Diana, las estrellas indiscutibles de la realeza.
Se ponía así final a una relación que se había deteriorado también a ojos del público, ya que ninguno de los dos nunca fue bueno disimulando ni ocultando sus emociones al público. Para el príncipe de Gales empezó un tiempo de viajes oficiales en solitario, mientras que para Diana comenzó una cruzada para demostrar que sin la monarquía británica su figura también tenía peso a nivel internacional.