Pocos lo saben, pero antes de la llegada de la Reina al Parlamento, los guardias, vestidos de rojo riguroso, cumplen con una tradición: con lámparas de gas en la mano, descienden a las bodegas en busca de explosivos. Esta costumbre nace de un intento de conspiración para hacer estallar el Parlamento en el año 1605. Después, Isabel II sale del Palacio de Buckingham y pone rumbo a Westminster, al que accede por una entrada reservada exclusivamente a ella. Una vez dentro, se coloca la túnica y la capa de terciopelo rojo, así como la corona de 1.868 diamantes y otras tantas joyas -esta vez, como ya hemos comtnado, ha optado por la tiara que se usó para la coronación de Jorge IV en 1821-.