Desde que murió Isabel II, en septiembre de 2022, y su descendencia adelantó una posición en la línea sucesoria, el príncipe Guillermo emprendió un camino que bien podría definirse con la frase: cambiarlo todo para que nada cambie. El heredero de la Corona británica ha presenciado los últimos cuarenta años de la monarquía británica, ha respetado la tradición, pero también aprendido de los traspiés del pasado. En los últimos años, ha desplegado una estrategia propia para crearse una imagen global, recuperar el legado humanitario de su madre y abrirse paso como hombre de Estado, a la vez que cuida de sus lucrativos negocios privados como duque de Cornualles, se quita de encima los patronazgos que había heredado y que no le representaban, y se niega a hacer ningún tipo de concesión a su vida familiar. Su estilo es totalmente distinto al de su padre y así quiere que sea, muestra de ello es su reciente viaje a Gales y el modo en el que Guillermo y Kate han querido relacionarse con esta parte del Reino Unido, nunca exenta de polémica. Si en 1969 el rey Carlos III aprendió galés y estudió todo lo relacionado con la historia y la cultura de la zona para recibir una estrambótica corona, en el 2025 el príncipe Guillermo se presenta como un hombre de a pie, elige una localidad recientemente azotada por una catástrofe, le da el protagonismo que aporta Kate a su regreso a los viajes oficiales y se centra en los asuntos cotidianos.
El título de príncipe de Gales es polémico desde su origen y acarrea una serie de implicaciones políticas y culturales con las que la monarquía británica lidia con más o menos fortuna. Ese título fue creado por el rey Eduardo I de Inglaterra en 1301, después de la conquista de Gales para su hijo, el futuro Eduardo II, como una forma de consolidar el dominio inglés sobre Gales, así que para algunos ciudadanos de Gales, una de las cuatro naciones constitutivas del Reino Unido, ese título es un símbolo de la opresión y la pérdida de la independencia galesa que comenzó cuando el último príncipe nativo de Gales, Llywelyn ap Gruffydd, fue asesinado por soldados ingleses en 1282.
La investidura como príncipe de Gales fue un 'experimento' que Guillermo parece que no va a repetir
Con esos antecedentes, que algunos analizan en clave de unión y otros como resentimiento histórico, cada príncipe de Gales ha tenido que buscar la forma de entablar lazos y relacionarse con este territorio del Reino Unido. Carlos III, como príncipe de Gales, se centró en aprender la lengua y la cultura, mostró respeto por las costumbres y la conservación de las tradiciones locales y materializó su compromiso con la región de un modo más formal y protocolario, algo que es propio de su estilo y también de la época en la que le tocó vivir. Sin embargo, su vistosa y estudiada investidura como príncipe de Gales fue "experimento" (la ceremonia en sí no tenía demasiados antecedentes históricos ni una tradición consolidada que la justificara) que, a la vista está, su hijo no está dispuesto a repetir.
Sucedió en 1969 en el castillo galés de Caernarfon, a Carlos III le faltaban cuatro meses para cumplir los 21 años y arrastraba la imagen del hijo en el que no confiaban demasiado, así que para dar un impulso a su imagen se organizó una gran ceremonia de investidura con 4.000 invitados y el punto álgido llegó cuando él se arrodilló ante su madre, Isabel II, para que esta le ciñera una corona de diseño moderno hecha para la ocasión. El príncipe había estado meses estudiando la lengua y la cultura galesa en la Universidad de Aberystwyth para dar un gran discurso ante la nación galesa.
No se puede afirmar que esta investidura fuera un error, ya que complació a una mayoría y los datos de audiencia fueron espectaculares
Sin embargo, el evento también fue muy polémico, ya que algunos galeses lo vieron como una innecesaria reafirmación del dominio inglés. Dejando a un lado las delicadas connotaciones políticas e históricas, no se puede decir ni mucho menos que esta investidura fuera un error, ya que el malestar se redujo al territorio galés, mientras que los Windsor, que ya había descubierto el poder de la comunicación y la imagen, lograron que esta ceremonia fuera retransmitida en directo y a color en un especial de seis horas de la BBC y seguida por 19 millones de personas dentro del Reino Unido. Según datos de los Archivos Nacionales británicos, en todo el mundo la vieron 500 millones de personas, una cifra espectacular si tenemos en cuenta que la última Super Bowl (la final del principal campeonato profesional de fútbol americano) fue seguida por 126 millones de personas.
Parte del éxito de esta ceremonia se explica porque se concibió como un evento moderno y, sobre todo, un espectáculo pensado para la televisión. A la historia ha pasado la idea de que fue clave la opinión del tío político de Carlos III, Lord Snowdon, el marido de la princesa Margarita, la única hermana de Isabel II. Antony Armstrong-Jones era fotógrafo y director artístico de moda, diseño y teatro, tenía claro lo que funcionaba y lo que no a través de una cámara. Así que ese castillo medieval se transformó en un plató: se construyó un estrado circular de pizarra y un novedoso dosel de metacrilato engalanado con el escudo de Gales (las tres plumas unidas por una corona) que permitía ver y grabar desde todos los ángulos.
Lo que se consideró moderno en 1969, evidentemente no lo es en la actualidad, así que, aunque tras la muerte de Isabel II muchos esperaron a que esta investidura en Gales se repitiera, el príncipe Guillermo deslizó que no era su intención presentarse allí vestido de príncipe de Gales. El heredero de la Corona británica ha buscado siempre un enfoque más sencillo y cercano en su relación con Gales, enfatizando la importancia de la comunidad y mostrándose como una agente más entre las instituciones y la sociedad galesa. Sus encuentros no fueron con las autoridades ni buscaron un enfoque institucional, ellos recorrieron el mercado de abastos de Pontypridd, hicieron pasteles y hablaron con pequeños empresarios de la zona, a los que les trasladaron su preocupación por las necesidades de la población galesa.
Guillermo podría haber dicho 'soy el príncipe', 'soy el heredero' o 'soy Guillermo', pero eso no forma parte de su método para conectar con la gente
Su estrategia, dentro y fuera de Gales, es dar la imagen de un hombre común, con los desafíos personales y familiares del común de los mortales. El otro día, durante el transcurso de un acto oficial, un niño le preguntó: "¿Eres el rey?" Guillermo contestó: "No, no lo soy, soy su hijo." Guillermo podría haber dicho "soy el príncipe," "soy el heredero," o "soy Guillermo", pero eso no forma parte de su método para conectar con la gente. Ese niño era el hijo de alguien y rápidamente el príncipe Guillermo se puso a su altura.
Guillermo y Kate han sabido generar empatía y apoyo público con un estilo en apariencia más accesible y personal, adaptándose a las expectativas modernas y mostrándose transparentes también en sus videos, fotos y comunicados personales, donde huyen de cualquier atributo propio de la realeza y se muestran descalzos o con pantalones cortos. Aunque hay que decir que esa imagen de transparencia de los príncipes de Gales, no es extensiva a todos los aspectos de su vida, ya que Guillermo ha decidido no hacer públicas sus finanzas ni todo lo que deriva de la espectacular cartera de inversiones, fincas, propiedades, minas y explotaciones que forman parte del ducado de Cornualles, unos números e impuestos que sí publicaba Carlos III.
Igual de reservado es en lo que respecta a su familia, quizá por su propia trayectoria vital y el hecho de perder a su madre con 15 años y lo unidos que están los Middleton, el príncipe Guillermo no está dispuesto a que sus compromisos públicos le roben tiempo de estar con sus hijos y esto ha sido criticado en alguna ocasión, recientemente, por ejemplo, cuando optó por irse de vacaciones con ellos a un lujoso resort privado en el Caribe, en vez de acudir a los premios Bafta. Sin embargo, esta misma decisión en sí, también ha sido aplaudida por otros, ya que el preocuparse de las necesidades afectivas de sus hijos (y pasar tiempo con ellos no es otra cosa) hace que sea percibido como un hombre en el que se puede confiar.