Las anécdotas sobre Isabel II son infinitas. Dos años después de su muerte debida a, según los certificados médicos, “old age” (vejez), siguen saliendo a la luz instantes de su vida pública, pero, sobre todo, privada que ayudan a dimensionar su figura, única e irrepetible. En esta ocasión ha sido su hijo, el rey Carlos III de Inglaterra quien, para un documental de la televisión canadiense, Coronation Girls de WNED PBS, ha revelado que su madre, antes de su Coronación, el 2 de junio de 1953, solía ponerse la Corona de San Eduardo –con un peso superior a los dos kilogramos– por Palacio como ensayo para su gran día. El actual Soberano británico recordó cómo su progenitora aparecía a la hora del baño de la princesa Ana y de él, de cuatro años, soportando sobre su cabeza la pesada Corona. Sin duda, una nueva lección de quien fuera la Reina más longeva del planeta (setenta años y doscientos catorce días reinando no es cosa de todos los días). Ella concilió, cuando nadie lo hacía en la realeza, las obligaciones de una madre de familia con un destino inexcusable: el de ser Monarca y mantener en alto el nombre de los Windsor.
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“TIENES QUE ACOSTUMBRARTE AL PESO”
Según distintos medios británicos, en Coronation Girls, que no se emitirá hasta el próximo 26 de diciembre, se narra la historia de cincuenta mujeres canadienses que, subvencionadas por el multimillonario Garfield Weston, pudieron asistir de jóvenes a la coronación de la reina Isabel II. Ahora, con una media de edad de ochenta y nueve años, desgranan sus recuerdos frente a la cámara, sobre la histórica jornada. En este contexto, Carlos III compartió un retrato hablado de cómo se vivieron en Palacio los días previos a la Coronación de su madre: “Recuerdo muy bien que mi hermana y yo nos bañábamos por la noche. Mamá solía venir a la hora del baño con la corona puesta para practicar”. A pesar de la corta edad de Carlos de Inglaterra –nació en el año 1948– nunca se le ha olvidado esa imagen ni la lección que subyacía en ese gesto de Isabel II: todo tenía que salir a la perfección en su gran día; ella no se podía permitir un titubeo, ni una improvisación; tenía que ser capaz de mantener la cabeza erguida, el equilibrio inalterable y la majestad absoluta en la postura física y en el rictus de su rostro. Y todo lo anterior para transmitir un mensaje de seguridad arrolladora y de estabilidad, algo que necesitaba como agua de mayo el pueblo británico, que apenas se estaba reponiendo de las graves heridas ocasionadas por la Segunda Guerra Mundial.
“Tienes que acostumbrarte al peso”, compartió Carlos III quien también aceptó que el día que él protagonizó su Coronación, el pasado 6 de mayo de 2023, se sintió “un poco ansioso” ante la idea de avanzar por el pasillo central de la abadía de Westminster con una joya tan pesada (amén de tan histórica… y de valor incalculable) sobre sus hombros. De hecho, tanto su madre como él, una vez finalizada la ceremonia se quitaron la descomunal Corona de 2,23 kilogramos para aparecer con la Corona Imperial, algo más ligera.
Pero esta no es la historia de la Corona de San Eduardo –realizada en oro macizo, engastado con rubíes, amatistas, zafiros, topacios, turmalinas y granates; fundida en 1649 para la coronación, doce años después, de Carlos II–, sino la historia de una Reina, Isabel II, que enseñó a sus descendientes, y a los herederos de otras Casas Reales, la estoicidad y majestad que se precisan para regir el destino de un país y de una familia.
Décadas después de la (califiquémosla de entrañable) escena de Isabel de Inglaterra apareciendo, entre el vapor del agua y la algarabía de los pequeños príncipes, en los baños reales con la Corona ajustada al contorno de su cráneo–se precisó una adaptación del diámetro para la Coronación de Carlos III–, la Soberana admitió, en 2018 para un documental de la BBC, que con ella puesta “no puedes mirar hacia abajo”, mientras se lee un discurso, o “tu cuello se rompería”. Oficio de alto riesgo este de ser Su Majestad.
ESCUELA DE REINAS
Uno no puede evitar pensar en My Fair Lady, la película en la que Rex Harrison seempeñaba en enseñar modales a Audrey Hepburn. Amén de la dicción (“The rain in Spain stays mainly in the plain”), la manera de caminar era básica para mimetizarse en una señorita de la alta sociedad. Para eso, como se siguió haciendo mucho después en las escuelas de maniquíes (es decir, de modelos), las aspirantes a princesas debían caminar con libros sobre la cabeza con un doble propósito: permanecer rectas y concentradas en cada paso y mantener el difícil equilibrio que tal proeza requería. Esto fue lo que hizo la futura reina de losingleses, pero con una refulgente y legendaria joya.
A lo largo de su vida, Isabel II dio un sinfín de lecciones sobre cómo debía un miembro de la realeza comportarse en público. En 2011, poco antes de la boda de Guillermo y Kate Middleton –sin duda, una alumna aventajada en el arte de serprincesa–, una escuela, Princess Prep, ofrecía por la “módica” cantidad de cuatromil euros unas clases para la “princesa” de cada casa, en la que esta aprendería amoverse como pez en el agua en la vida palaciega. Pero hay aspectos que no sepueden enseñar, por mucho empeño que maestros y alumnos tengan. Isabel II era quien era, más allá por el milimétrico cuidado al protocolo, por ciertos rasgos de supersonalidad que no son reproducibles: o los tienes o no.
Elizabeth Alexandra Mary nació en Mayfair durante el reinado de su abuelo, el rey Jorge V. Si no hubiera sido por la polémica abdicación de Eduardo VIII, su tío, por amor (a Wallis Simpson), su padre nunca hubiera sido Rey y, por tanto, ella jamás habría sido la heredera al trono; pero la drástica decisión de su tío cambió su destino para siempre. Y lo asumió desde niña, guiada especialmente por la tenacidad de su madre, la poderosa Reina Madre. Además de aprender todos los aspectos de la pompa y boato de la Corte de los Windsor, la princesa Elizabeth forjó una personalidad única con rasgos profundamente atractivos: un férreo autocontrol, una autenticidad envidiable, una discreción a prueba de bomba y una capacidad fina y medida para reírse de sí misma, que demostró más que nuncacon su cameo, junto a Bond, James Bond, durante la inauguración de los Juegos Olímpicos de Londres; o su ingenuo coqueteo con el “rockstar” de la política internacional, Justin Trudeau. Cuando este le dijo, en 2015, que él era el duodécimo Primer Ministro canadiense bajo su reinado, ella replicó: “Gracias por hacer que me sienta vieja”.
KATE MIDDLETON: ALUMNA AVENTAJADA
El deseo de Isabel II fue transmitir siempre una imagen de seguridad y estabilidad a sus conciudadanos. Lo consiguió de tal manera que el código, no tan secreto,para anunciar la noticia de su muerte era “el puente de Londres ha caído”.Cuando falleció, a los noventa y seis años, no solo se derrumbaba una institución pública, sino también el pilar de una familia. Y, en los últimos años, la Reina de los británicos tuvo una alumna aventajada, Kate Middleton. Cuando a finales de 2008,esta acudió a la graduación del príncipe Guillermo como piloto de la Royal Air Force, la Soberana supo que su nieto contraería matrimonio con ella y se encargó personalmente de instruirla en el arte de ser princesa. En el documental Kate Middleton: Working Class to Windsor se cuenta cómo la Reina asumió la responsabilidad de formar a Kate en todos los aspectos de la vida de la realeza.
Entre otras disciplinas, Kate Middleton, como Audrey Hepburn en la película antes citada, trabajó en lograr la pronunciación perfecta de los miembros de la realeza, esa Received Pronunciation inconfundible, que te identifica como miembro de la alta sociedad. Pero no sólo eso: hay una inmensa cantidad de gestos públicos que podrían delatarte como “princesa novata”: las genuflexiones, las inclinaciones y gestos cariñosos hacia los más pequeños, el descenso de los carruajes reales sin perder la compostura, la manera de usar los cubiertos, el cómo dar mensajes diplomáticos a través de la ropa elegida para depende qué evento. Cuando la emblemática Reina cumplió noventa años, Kate Middleton reflexionó sobre surelación con ella en Our Queen at 90 y tuvo unas palabras de agradecimiento para su “maestra”: “Ha sido muy generosa. No me ha obligado a seguir de forma contundente ninguno de sus puntos de vista, pero siento que ha estado ahí como una guía gentil para mí».
Máxima de Holanda ha estudiado con atención la figura, y las enseñanzas, de Isabel II. La Soberana de los Países Bajos deslumbra con sus fabulosos conjuntos de colores muy llamativos. Isabel II usaba este tipo de colores porque, según había aprendido de su larga experiencia, las reinas deben destacar en los eventos, pero no por presunción, sino por una cuestión práctica –e Isabel II era muy pragmática–: para ser identificadas fácilmente; pero el consejo que te hace ver más regia se lo dio poco antes de morir a su exnuera, Sarah Ferguson: “Sarah, sé tú misma. Es suficiente”.